Opina Oswaldo Reynoso (escritor)
10 ago (Perú.21) En relación con lo publicado en Perú.21 (martes 2 de agosto de 2005), recomiendo al Sr. Julio Ortega que no aumente una más a sus mentiras de toga y birrete académicos.
En 1965, cuando publiqué En octubre no hay milagros, una mañana, llegaron a mi casa el Sr. Jorge Luis Recavarren, director de Cultura y Libertad, y su ayudante el Sr. Ortega para invitarme a una recepción, en la noche de ese mismo día, con motivo de la publicación de mi novela. Agregaron que ya había salido en los diarios la invitación para esa ceremonia. Les dije que por un acto de elemental cortesía debían haberme informado antes. Dieron una disculpa pueril. De inmediato, les dije que rechazaba tal invitación porque yo no tenía nada que ver con instituciones financiadas por los Estados Unidos, que habían iniciado una arremetida contra la difusión cultural que estaba impulsando el gobierno revolucionario de Cuba entre los intelectuales y los pueblos de América. Recavarren olvidó sus empalagosos modales de entrada y comenzó a gritar y a insultarme con la aquiescencia de Ortega. Les exigí que respetaran mi hogar. Pero nada, señor. Al contrario. Redoblaron las groserías. Entonces, les pedí que abandonaran mi casa. Como no lo hicieron, me vi obligado a botarlos como se merecían. Si alguien duda de la veracidad de esa versión, revise los diarios de ese entonces. Y punto final.
Ese mismo año, el Sr. José Miguel Oviedo publicó en El Comercio un comentario sobre mi novela En octubre no hay milagros. Transcribiré algunos párrafos para que los jóvenes escritores de hoy conozcan un ejemplo negativo de lo que un crítico serio y responsable nunca debe escribir: ". trataremos a su autor como lo que evidentemente es: un autor fascinado por la abyección, la morbosidad y la inmundicia en que se revuelca el hombre de esta misma pudibunda ciudad -ese tipo de narrador escandaloso y coprolálico que apenas si asoma en nuestra literatura". Refiriéndose a la novela, señala que ". las relaciones sexuales son un camino de perfección en la perversidad: la sodomía no basta, y se le injertan estímulos (drogas, bestialismo, alcohol); la sensualidad se mezcla con el ateísmo y lo sagrado colinda con lo criminal, etc". Sr. Oviedo, cuando venga al Perú visite algún colegio de secundaria y se dará con la sorpresa de constatar que esa novela, de "páginas hediondas que deben arrojarse, sin más, a la basura", es un texto de lectura desde hace muchas décadas. Jóvenes lectores: hay que estar en guardia. Seguro que pedirá al cardenal y al ministro de Educación que censuren no solo En octubre no hay milagros sino también Los inocentes y El goce de la piel.
Es más, afirma que "los oligarcas suelen ser muy simpáticos", "quizás más cordiales que sus explotados, y en eso consiste justamente el trágico carácter del poder que detentan". Es decir, los ricos también lloran.
Por último, me pone la etiqueta de "marxista rabioso". Rechazo el calificativo de rabioso y acepto con honra el de marxista, pues he sido marxista, soy marxista y seguiré siendo marxista porque creo en la lucha de clases, en el compromiso del escritor y en la rebelión de los pobres, de fuera y dentro del imperio, contra la imposición armada del neocapitalismo genocida y destructor del ecosistema de la Tierra. Y para mayor precisión: creo que el socialismo es la única alternativa que le queda al hombre para salvar su especie. ¿Satisfecho, señor Fernando Ampuero, novísimo Mc Carty y penoso bufón de la pituquería limeña?
Con esto pongo punto final a mi intervención en este debate tan disparatado. Me quita tiempo. Ahora, me dedico a escribir una nueva novela. Concurro con frecuencia al Queirolo de Quilca y al Superba para disfrutar del arte de la conversa en la dorada embriaguez de la cerveza. Estoy buscando el punto preciso del sabor de un pollo al curry con toques de páprika, ají amarillo y chirimoya. Tengo que recibir a jóvenes escritores que vienen a buscarme con sus manuscritos. Además, tengo que atender las invitaciones que me llegan desde los conos y los barrios pobres de Lima y de diferentes ciudades de todo el país para dar conferencias y presentar mis libros entre pisco, chicha y vino y riquísimas comidas. Por último, me dedico a afinar mi voz para volver a cantar yaravíes a dúo con mi hermana Margot Palomino a orillas de la laguna Pacucha de Andahuaylas. Como se podrá advertir, ando muy ocupado. Por favor, déjenme tranquilo. Ya no me jodan, ¡carajo!