Un congreso que reúna a narradores peruanos fuera del Perú es algo insólito. Cuando supe que se estaba gestando este encuentro no creí que se llegara a cristalizar. No por el aspecto económico que lamentablemente siempre influye y mucho, sino porque trasladar desde Lima hasta Madrid a más de dos docenas de personas no es nada sencillo. Aparte de la selección de invitados, (siempre se lamentan ausencias) todo lo demás concerniente al aparato organizativo funcionó a la perfección. Muchos escritores que no vinieron desde Lima (tal es mi caso) e incluso varios que residen en otras ciudades peruanas, no se conocían entre sí. Ese es uno de los aspectos que hay que agradecer a quienes llevaron a cabo este evento. Ya por descontado se daba que se podrían producir debates y tal vez en tonos altisonantes y ásperos. El gremio siempre ha tenido esas características, sin embargo todas las jornadas de este congreso discurrieron como un río de aguas serenas. Sólo en la etapa final hubo una provocación que no determinó estridencias ni exceso de nervios. Fue una fricción menor, como los sonidos que hacen los objetos de poco peso al caer.
Lo que sí se notó desde el principio, tanto durante las reuniones de trabajo como en los intermedios o en otros momentos alejados de las ponencias, fue una clara distancia entre determinados grupos de participantes. Y el motivo no era que se desconocieran porque de ser así se hubiese entendido mejor esa incomunicación. Era como si los separaran murallas invisibles. En las intervenciones de los escritores casi era imperceptible esta actitud aunque hablaba de la enorme variedad literaria peruana. El Perú no es una excepción en ese sentido. Todo país de gran extensión territorial tiene variedad de regiones, de climas, de costumbres, en consecuencia la literatura que se acuña en Lima puede no ser igual a la de Huaraz o Tacna, pero todo termina formando un conjunto aunque sea dispar. La pluralidad no es un inconveniente para nada, al contrario consigue que esa totalidad sea más vigorosa. Más rica en contenido. Al margen de tener que calificar si la actual narrativa peruana es de calidad o no. De tener que compararla con épocas pasadas. Uno de los motivos que se miró sin parece haber tenido la intención premeditada de hacerlo, fue precisamente ese de la variedad. Y resultó el aspecto más ácido (aunque ya está dicho : en tono menor) de toda la reunión.
No creo que estas divergencias se deban solamente a que unos viven o miran hacia los Andes, y otros residen y comulgan exclusivamente con la costa. Es evidente que hay más elementos que diferencian a unos de otros. Hay antiguos resentimientos, claras indiferencias, obstáculos que impiden la unión porque el Perú siempre tuvo ese problema. Es un problema del que no se escapan muchos países latinoamericanos. Los elementos étnicos, las nítidas diferencias sociales, las tendencias políticas y más cosas. Dejemos aparcado el asunto económico que aunque influye es mucho mejor no tomarlo en cuenta tratándose de literatura. Al final, siempre se dice que lo que vale (ya que hablamos exclusivamente de escritores) es que se alcance un buen nivel. La intención de este congreso era la de auscultar el estado de la narrativa peruana desde 1980 hasta 2005. Un cuarto de siglo de escribir y publicar. Y eso no quedó tan claro como lo otro. Fueron escasas las críticas exhaustivas para medir la dirección y profundidad de los narradores actuales.
Las palabras de inauguración del congreso que estuvieron a cargo de Mario Vargas, resultaron un simpático repaso de lo que habían sido las generaciones anteriores a los 80. Y la clausura que corrió a cargo de Miguel Gutiérrez, un excelente narrador, compendió todo ese bagaje de opiniones de escritores peruanos como de profesores españoles que dieron su visión sobre nuestra narrativa. Gutiérrez en tono muy emocionado trajo al escenario a un personaje que merece ser muy recordado, Javier Heraud, (1942- 1963) poeta muerto joven y muerto estrictamente poeta.