La literatura, como parte de la superestructura de la sociedad, refleja todos los conflictos económicos, sociales y políticos de una época determinada. Así no lo quiera, el escritor se convierte en cronista de su tiempo, de manera que me parece absurdo clasificar a los autores dividiéndolos entre "puros" y "sociales". Todo artista es un ser social, y como tal padece o goza la vida de acuerdo a sus circunstancias.
El primer Vargas Llosa, aquel que falleció trágicamente en 1970, esgrimía de manera brillante la tesis de los demonios del escritor. En el texto donde desarrolla mejor este análisis, "Gabriel García Márquez: Historia de un deicidio", afirma lo siguiente: "Un escritor no elige sus temas, los temas lo eligen a él. (...) Un hombre no elige sus 'demonios': le ocurren ciertas cosas, algunas lo hieren tanto que lo llevan, locamente, a negar la realidad y a querer reemplazarla". Para el joven MVLL estaba claro que la obra literaria constituye otra realidad, distinta de la "realidad real", pero producto de esta última. Se confirma el viejo dicho de Marx: "No es tu conciencia la que determina tu ser social, sino que es tu ser social el que determina tu conciencia".
Partiendo de esos puntos de vista, hemos de referirnos a nuestra literatura. La narrativa andina es, además de un conjunto valioso de obras, un testimonio y una crónica. Dentro de esa gama de autores diversos, hay elementos comunes y ejes de unidad que no sólo pueden interesar a la crítica literaria, sino incluso a las ciencias sociales. El Ande como universo pluricultural, plurirracial y pluriclasista, es un espacio geográfico donde se desarrolla parte importante de la historia del Perú. Es más, en algunos momentos la determina. Antes la narrativa andina estuvo basada en el conflicto entre amos y siervos, producto de la feudalidad supérstite. Hoy la tradición narrativa andina tiene que afrontar otros desafíos. Ya al final de su vida José María Arguedas dirigió sus esfuerzos a narrar el proceso de migración a las ciudades y Chimbote fue su primer y último objetivo. Desde 1980 teníamos que confirmar la nueva trayectoria, marcada por el fuego de la guerra interna y la migración acelerada. El Ande, antes mayoritariamente rural, empezó a urbanizarse. La penetración del capitalismo y el desarrollo de las urbes desplazaron para siempre a la semifeudalidad, pero no integraron culturalmente a los peruanos de distinta procedencia. La cultura hegemónica discrimina otras formaciones culturales y las reduce a espacios marginales haciéndolas invisibles ante los ojos del mundo. A pesar de esa discriminación artera se han seguido desarrollando -y con notables éxitos- las literaturas andina, amazónica, negra, urbano-marginal, etc.
¿Qué le hace falta al conjunto de narradores andinos para convertirse en una fuerza indetenible? Obras tienen, premios también y otros méritos de los cuales carecen los representantes de la cultura hegemónica. Sin embargo, cuando acuden a un Congreso como el de Madrid, parece que cada uno de ellos juega su propio partido. Hay quienes creen que serán mejor asimilados si mantienen un perfil bajo, no conflictivo y hasta conciliador. Otros, los menos, han caído en viejas perogrulladas: "si la obra es buena, se defiende por sí sola". Hay que aclararles que si nadie se entera, de poco o nada vale la calidad estética. ¿Un libro está hecho para guardarlo o para ofrecerlo al público lector?
Esa pléyade de narradores andinos puede encontrar, si es que se lo proponen, la unidad necesaria para incursionar en los grandes mercados del libro. Recuperando la condición que le dio origen a la tradición literaria andina, el camino se hace menos difícil de transitar. La literatura de los Andes está inserta en un programa de reivindicación social desde que nació como testimonio de la opresión del indio. Si el conflicto entre indios y gamonales quedó atrás, todavía sobrevive el antagonismo entre la cultura hegemónica y las culturas marginadas. Como dice Galeano, nos referimos a un universo cuyos actores principales no hacen cultura sino folklore, no hacen arte sino artesanía, no hablan idiomas sino dialectos, no practican religiones sino supersticiones. Y al final, valen menos que la bala que los mata.
Los escritores que más propagandiza la cultura oficial padecen de otros males. No se han insertado en la globalización de la cultura, no venden miles de ejemplares ni forman capítulo en el desarrollo de las letras peruanas. Detrás de la propaganda hay algo más que lazos de amistad y solidaridad de clase. Hay una intención de deformar la imagen de la narrativa peruana actual y privilegiar dentro de ella a un solo aspecto: la literatura de la desilusión, de la banalización del mundo, la glorificación del significante y la muerte de aquellas causas que pretendían redimir al hombre. Preguntémonos por qué en el seno de las clases dominantes no ha podido surgir otro Vargas Llosa, otro Bryce Echenique o al menos alguien que se parezca a Ribeyro. Démonos cuenta que si algo ha fracasado en el Perú, no es la continuidad de la tradición literaria andina. La otra narrativa -no andina y/o pretendidamente cosmopolita- viene transitando de fracaso en fracaso; sólo sobrevive a través de las estelares transfusiones vargasllosianas para compensar su anemia intelectual. Y si únicamente les quedaba el marketing y el vedettismo literario, estos argumentos no han hecho explosionar sus cifras de ventas, igualmente anémicas.
Podemos impulsar un neo vanguardismo, si es que nos proponemos objetivos sólidos.
Sin luchas no hay victorias.