En la víspera del I Congreso Internacional de Narradores Peruanos (1980-2005) realizado en Madrid, yo tuve la suerte de revisar las sugestivas evocaciones que hace Alejo Carpentier sobre otro evento similar, pero de una proporción histórica mayor: el Congreso de Escritores Antifacistas, realizado en Valencia y Madrid, el año de 1937. En efecto, ahí se reunieron Juan Marinello, Octavio Paz, André Malraux, César Vallejo, Nicolás Guillén, Ilya Ehrenburg, Tristán Tzará, Vicente Huidobro, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Raúl Gonzales Tuñón, Luis Aragón, Alejo Carpentier y Arturo Serrano Plajá, entre otros ilustres escritores de aquella generación.
Me enteré también que el orden del día de la sesión de apertura de dicho congreso en Valencia fue: 1) La actividad de la Asociación de Escritores por la defensa de la cultura; 2) El papel del escritor en la sociedad; 3) Dignidad del pensamiento; 4) El individuo; 5) Humanismo; 6) Nación y cultura; 7) Los problemas de la cultura española; 8) Herencia cultural; 9) La creación literaria; 10) Refuerzo de lazos culturales.
Exactamente 68 años después, nosotros -narradores peruanos de una generación muy posterior a la de la guerra civil española- concretamos un evento en Madrid, pero con una agenda muy distinta a la de 1937. El aire que respiramos no era el de una ciudad sitiada por los cañones, sino de una urbe cálida, abierta a la posmodernidad y embridada al espíritu cosmopolita igual que sus pares europeos: Londres, París, Nueva York y Moscú, entonces candidatas para ser sede de los Juegos Olímpicos del año 2012.
En esa atmósfera, resultaba muy natural que el congreso de narradores peruanos se encarrilara con la desenvoltura y el buen humor propios de este tiempo de globalización. Que cuál mesa fue la más candente o la más concurrida o la más académica, me parece que tal cuestión queda a gusto de cada quien. En esto será difícil alcanzar consenso. Pero sí podemos destacar ciertos aspectos en las intervenciones de los conferencistas. Al margen del discurso inaugural de Vargas Llosa, sería justo ponderar la amenidad erudita de un Pepe Bravo, la ecuanimidad reflexiva de Alfredo Pita, la capacidad de síntesis de Miguel Gutiérrez, la cáustica agudeza de Carlos Herrera, la convicción andina de Oscar Colchado, la perspectiva sociológica de Luis Nieto, la beligerancia ideológica de Dante Castro, la dulzura anticartesiana de Rocío Ferreira y la voluntad esclarecedora de Mario Wong, entre otros detalles aprehendidos a vuelo de pájaro. Digo así con sinceridad, sin ánimo de tomarle el pelo a nadie ni con afán de echar sombras a las intervenciones de otros.
Entre el Congreso de 1937 y el de 2005 hay un abismo que merece ser llenado con un cúmulo de reflexiones. De pronto, alguien del grupo se anima a iniciar este trabajo, acaso más con un criterio de ensayista que de narrador. Estoy pensando en Mario Suárez Simich y en María Ángeles Vázquez.