Parecía que el encuentro iba a ser igual a tantos otros, salvo quizás el escenario: un Madrid primaveral que se aprestaba a inaugurar su feria del libro y que por lo mismo recordaba a los escritores y críticos presentes que España es de nuevo la locomotora de la industria editorial en habla hispana y una vitrina apetecible para la producción de cualquier autor.
Hubo otra diferencia, sin embargo, que a la larga resultó decisiva: la pluralidad de los escritores participantes. ¿Respondió esto a una intención expresa de los organizadores o fue fruto de la casualidad, de que algunos escritores y críticos costearan su pasaje para asistir al encuentro? A estas alturas en realidad la respuesta interesa poco pues lo sustancial resulta el desencuentro que se produjo entre los escritores que nos reclamamos como andinos y los que piensan que esta distinción es inexistente, innecesaria u obsoleta.
Resultó curioso observar, sin embargo, cómo desde el primer momento, en los paréntesis entre ponencias y en las horas libres dedicadas a conocer Madrid o a degustar los vinos y la comida española, los escritores se dividieron en dos grupos según sus afinidades sociales y culturales. Uno de estos grupos, incluso, prosiguió viaje a París donde replicó a menor escala el encuentro madrileño en la Maison de l'Amerique Latine.
¿Cómo explicar este curioso comportamiento de un grupo de peruanos que, al encontrarse en el extranjero y a pesar de conocerse por lo menos de oídas o de hola, se decanta casi automáticamente en dos grupos al parecer con tan pocas afinidades que parecieran hablar idiomas distintos? Que conste que estoy hablando del hecho social, de los comportamientos, no de literatura.
Este hecho social tuvo por supuesto su correlato literario en algunas de las ponencias del encuentro, pero sobre todo en la polémica que se desató luego en Perú y que continúa hasta el momento en que escribo estas líneas. Todavía en 1997, en un encuentro internacional de narradores que organizó la Universidad de Lima y que coincidentemente fue inaugurado por Mario Vargas Llosa, hablé del soterrado debate entre andinos y criollos y del juego de legitimación y deslegitimación de los escritores de cada una de estas tendencias.
En la polémica a la que estamos asistiendo en periódicos y revistas y sobre todo en internet hay mucho ruido ocasionado por el temperamento de los que tienen la lengua más suelta y la pluma más propensa a los adjetivos. Se está llegando incluso al insulto y a la puñalada por la espalda, algo que me parece poco deseable para un debate no sólo literario sino de cualquier naturaleza. Estoy seguro, sin embargo, que una vez que el ruido se acalle quedarán las posiciones más sustentadas y reflexionadas, empezando por las que se expusieron en el encuentro madrileño.
Y este encuentro, que se realizó cuando el calor empezaba a apretar, será recordado, entre otras cosas, porque fue la ocasión en la que el debate entre andinos y criollos en la narrativa peruana cobró cuerpo y porque contribuyó a que los narradores andinos salgan de su relativa invisibilidad.