Es fácil volverse hoy loco en La Mancha. Fuimos a visitarla con alegría quijotesca y nos encontramos con que La Mancha es un llano ancho y yermo de cielos azules, donde sopla el viento y la soledad. Y es que según los historiadores, esta planicie no ha cambiado casi nada en los últimos 400 años y acaso ha sido así desde siempre.
Salvo pequeñas zonas de olivares y viñedos, toda La Mancha se nos presenta desolada y no se ve un alma en los campos. Sólo los cielos inmensos y azules que acompañan al viajero en el recorrido por una geografía monótona y sin árboles donde el viento se pasea a sus anchas.
Pero El Toboso parecía llamarnos. Queríamos recorrer las calles que pisó la sin par Dulcinea, la maravillosa dama que se robó el corazón de Don Quijote. ¿Qué tienen las mujeres de El Toboso que hacen enloquecer de amor a los hombres? O mejor dicho: ¿por qué los hombres más locos se enamoran precisamente de las toboseñas?
Le dimos vueltas a estas preguntas cientos de veces de camino a El Toboso, por las carreteras y los campos vacíos, y con los ojos puestos en el horizonte invariable de la planicie en busca de respuestas, o al menos para ver un molino de viento, o un caballo viejo que nos evocara a Rocinante, o, ¡por Dios!, siquiera un infeliz burro que nos recordara en algo al pollino de Sancho Panza. Pero nada. Nada. Ni respuestas, ni molinos de viento, ni caballos, ni burros. Nada más que nuestra imaginación febril contra este paisaje liso y desolado, una imaginación tan arrebatada que nos había hecho olvidar la realidad: que los burros son una especie en vía de extinción en España y que sólo los defiende una organización de nombre simpático: Amiburro (Asociación de Amigos del Burro).
En Quintanar de la Orden, las mujeres y los hombres de los bares nos atosigaron de consejos sobre la ruta del Quijote. "Primero hay que visitar Argamasilla del Alba, donde Cervantes comenzó a escribir el libro", dijo uno. "Debéis ir a Puerto Lápice, donde Don Quijote fue ordenado caballero", dijo otro. "Antes tenéis que conocer Campo de Criptana, donde el Quijote luchó con los molinos de viento", dijo un tercero, y así recibimos más de veinte sugerencias de lugares con citas precisas al libro, que nos hicieron pensar que los manchegos eran verdaderos expertos en la obra de Cervantes. Le preguntamos a cada uno de ellos si había leído el libro y la respuesta repetida fue: "No, pero me sé el cuento".
En Quintanar de la Orden todos conocían "el cuento" de la bella Dulcinea y nos dieron las instrucciones necesarias para llegar a El Toboso, con la advertencia de que era un "pueblo de fama mundial". Recobrada la ilusión, volvimos a la carretera, con la mente puesta en la hermosura y donosura de las mujeres de El Toboso, y en las delicias que nos traería un amor enloquecido por una de ellas. Las imaginamos dulces y perfectas, de cabellos largos y sedosos, y labios y miradas de ensueño, con cuerpos que prometían las venturas y aventuras que no podían ofrecernos estos campos solitarios de La Mancha.
Entramos a El Toboso sonriendo de alegría y esperanza. Avanzamos dos, tres, cuatro, cinco calles antiguas, algunas de asfalto, otras de piedra, pero nada. Ni una persona. El pueblo parecía vacío. ¿Dónde está la gente, dónde la nueva Dulcinea que ha de robarnos el corazón? Giramos a la izquierda, luego a la derecha, después otra vez a la izquierda y vinimos a ver al primer ser viviente de El Toboso cuando ya habíamos recorrido la mitad del pueblo. Era un anciano, que nos indicó cómo llegar a la casa de Dulcinea.
Es fácil volverse hoy loco en La Mancha. El Toboso, "pueblo de fama mundial", tiene censados 2000 habitantes, pero en el tiempo que estuvimos allí no vimos más de 30 personas, la mayoría turistas. Tiene una iglesia enorme, anterior a Cervantes, que parece quedarle grande al pueblo, y su parte "histórica" se puede recorrer a pie en unos diez minutos. ¡He aquí la cuna de la mayor dama de los caballeros andantes!
La Casa de Dulcinea fue construida muchos años después de la primera edición del libro de Cervantes, y la encontramos cerrada. "La verdad, ahí no hay mucho que ver: pinturas y dibujos de Dulcinea y el Quijote y utensilios arcaicos de la aldea", nos dijo Paco Ramírez, un comerciante toboseño que tiene un comercio de souvenirs frente a la Casa de Dulcinea, y añadió enseguida: "si quieren llevarse un buen recuerdo de este viaje a El Toboso y de Dulcinea entren a mi tienda". Pero nosotros no queríamos bolígrafos ni llaveros; deseábamos saber de las nuevas Dulcineas. ¿Son realmente hermosas, dónde están? "Las toboseñas son mujeres magníficas, yo estoy casado con una de ellas", respondió Paco. "Aunque la verdad hay que decirla: mujeres jóvenes no hay, todas se han ido para las grandes ciudades porque aquí no hay nada que hacer. Vivimos del turismo gracias a Cervantes, pero no tenemos todos los visitantes que quisiéramos. A La Mancha nadie viene en otoño, invierno y primavera porque hace mucho frío, y en los meses de verano esto es un horno".
Qué fácil es enloquecer aquí. Más de 40 grados en verano y menos de 7 el resto del año. El lugar perfecto para encerrarse en una habitación a resguardarse del frío o el calor, y leer y leer y leer, leer sobre las grandes epopeyas del ancho y vasto mundo, leer y volverse loco, como le ocurrió al Quijote. La gente de los pueblos ha cambiado los libros por la televisión, para combatir la soledad y el mal clima, y tal vez para volverse loca también.
La primera toboseña que vimos era ni más ni menos que la alcaldesa del pueblo, Natividad Jiménez (57 años), quien nos habló de la grandeza de su pueblo y de la fama de sus mujeres, nos anunció los grandes planes de su administración para la celebrar los 400 años del Quijote y nos contó como primicia que a finales de abril próximo un grupo de 98 actores pondrá en escena la primera parte del libro de Cervantes en las calles de El Toboso. ¿Y el público? No se lo preguntamos, claro, pero vislumbramos con humor cervantino una gran función con 98 actores y sólo 15 espectadores.
Pese a la decepción que nos llevamos con El Toboso, salimos a buscar los molinos de viento de Campo de Criptana alentados por la idea de que las nuevas Dulcineas están dispersas por el mundo. Y tras 17 kilómetros de llanuras desoladas, al fin divisamos las colinas donde Don Quijote se batió en desigual batalla con los gigantes. Apuramos la marcha y, en cuanto ascendimos el cerro, nos bajamos del automóvil y corrimos como niños hacia los molinos. El sol bajo del invierno que hiere los ojos nos mostró, como en una alucinación espectral, aquellos gigantes cansados, con las aspas quietas. ¿Estábamos locos o el tiempo se había detenido de pronto? Nada se movía, ni un aspa, ni un pájaro, nada en la colina y nada en la inmensa planicie de La Mancha. Tampoco se oía nada, ni una voz, ni un trino. Y así, sin avisar, fue creciendo a nuestra espalda un rumor extraño de pisadas, de muchas pisadas, que nos asustó en mitad del tiempo detenido. Y cuando nos dimos la vuelta vimos surgir de la nada, hacia nosotros, el mismo ejército increíble que divisó el caballero de la triste figura en uno de sus muchos combates, y que nos transportó en un relámpago 400 años atrás. Fue como una bofetada de tiempo que nos dejó boquiabiertos. Era, en pleno siglo 21 y en la España de las superautopistas, un rebaño de ovejas que cumplía por estos parajes una travesía milenaria. "Los molinos no funcionan, hace tiempo fueron convertidos en viviendas", nos dijo de paso el pastor Pablo García, quien nos soltó dos frases más, antes de atender una llamada a su teléfono móvil y seguir su camino: "Aquí vienen muchos japoneses a tomarse fotos. Ellos están convencidos que Don Quijote existió de verdad y lo consideran como el gran samurai español".
Molinos de viento quietos, pastores de ovejas con teléfono móvil, el "pueblo de fama mundial" casi desierto y ni sola una mujer bonita en cinco horas de recorrido por los pueblos de La Mancha. Qué fácil es volverse loco en este lugar cuatro siglos después que Don Quijote.
Al final supimos que La Mancha ofrece un viaje de aprendizaje y que es mucho más que un escenario de decepción para quien espera encontrar en la realidad las maravillas del libro de Cervantes. Después de trasegar sus carreteras, sus planicies y sus pueblos, comprendimos el extraordinario sentido del humor y la gran ironía de Cervantes, que escribió en su libro las aventuras que estas tierras jamás han conocido en sus miles de años de historia desolada, y nos alejamos de La Mancha riéndonos a carcajadas, con Don Quijote y Sancho acompañándonos, mientras elucubrábamos sobre las nuevas aventuras del samurai español.
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