Decir un lugar común es ya un lugar común en esta Buenos Aires enloquecida de brotes culturales literarios, teatrales, musicales y cinematográficos, por nombrar sólo algunas grandes categorías que pueblan la cultura, dejando de lado la Kultura emergente en esta nueva etapa post-liberalismo, post-debacle económica y post-letargo y apatía social. Sergio Olguín, lejos de haber permanecido en un letargo, publica su segunda novela Filo en la que desde la primera página nos encontramos con un recuento de lugares comunes en desuso, instalados en el inconsciente popular, pero pasados de moda.
La joven de 27 años aburrida de su matrimonio y que considera haber dejado lo que más deseaba, el estudio, por su matrimonio y como consecuencia está insatisfecha con su vida, es un prototipo de situación llevada a distintos ámbitos de las manifestaciones culturales durante la época del '80 y que se ha transformado en un lugar común al cual ya nadie, o por lo menos ninguna mujer de 27 años, reconoce como propio o novedoso en la literatura.
Otro prototipo de personaje es el hombre mayor, padre de familia, eterno trabajador de una fábrica, que al perder su empleo no puede soportar el repudio social que significa ser un desempleado y ver de este modo derrumbarse su imagen familiar de padre que solventa su familia, por lo que opta por esconder esta situación llevando una vida paralela que desembocará, como es de suponer, en la confirmación de sus temores.
La tercera historia por la que gira la novela está protagonizada por Santiago Pazos, el eterno estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras, de ideales bohemios, crítico literario, pero "vendiéndose" a la cultura de masas para subsistir, parece ser el vaso de agua refrescante que aporta esta obra, claro, si estas características no terminaran siendo una mera excusa ya que tanto la ocupación del personaje como el ámbito en el que se desenvuelve no es más que un colorido escenario para el desarrollo de la trama debido a que sus ideales, sus preocupaciones y sus contradicciones no parecen entrelazarse. Santiago Pazos podría haber sido un vendedor de libros, cualquier otra ocupación relacionada con lo literario o simplemente un lector entusiasta y la trama podría ser exactamente la misma.
Conjugando las características de tres personajes estereotipados la trama se convierte en ... veamos: El estudiante que se reencuentra por un lado con esa ex novia que lo abandonó y por ello su ego no deja de desearla y por otro lado se reencuentra con la que pudo haber sido una buena historia si hubiera actuado mas que pensado, nuestra mujer casada, insatisfecha de 27 años, con la cual logra recuperar el tiempo perdido. El marido de la mujer insatisfecha descubre al amante y con sus amigotes -jugadores de rugby, estereotipos de hombres inescrupulosos y violentos- le dan una golpiza que deriva en una feroz persecución sin motivos ya que el marido había considerado consumado su venganza con la primer paliza y la expulsión de su vida de la mujer traicionera. Por otro lado, el hombre mayor se vuelve ladrón y con la inexperiencia en el oficio realiza dos golpes maestros que lo llevan a huir de la policía y al no poder ocultar su situación de desempleado es echado a la calle por su mujer sin ningún remordimiento. En este punto las historias se entrecruzan y se arma un grupo, conformado por éstos y otros personajes secundarios, cuyas vidas dejan de ser "comunes" para transformarse o intentar transformarse en lo que cada uno deseó ser.
No se preocupen, no voy a contar el final de la novela, aunque como muchos sabemos eso no siempre es lo más importante.