Navidad en Southampton, Hampshire.
Unos chavales pegando gritos por las calles del centro, acabando las últimas pintas, enormes borracheras, un frío horrible, el pavimento en ruinas plagado de chicles, parece que todas las casas se fueran a caer, de puro viejas.
Bueno, ya lo sabemos, la Pérfida Albión, esta interpretación del sexo, drogas y rock and rol"...; sea rebelde, escupa, proteste, exprésese, sea diferente, un poquito raro y, por qué no, hágase el interesante. En el fondo no hay demasiada diferencia entre lo que está pasando aquí y, digamos ..., en Valladolid. Sin embargo, la versión local muestra signos de identidad suficientes, la verdad es que se diferencia nítidamente. Son las once y está todo cerrado, bueno ... miento, en pleno diciembre hay discotecas plagadas de señoritas en minifalda y sujetador, con los tacones altos, mostrando sus encantos femeninos, en esos cuerpos generosos, herencia vikinga o anglosajona. Toneladas de leche de vaca bien empleada, esos músculos firmes, esos huesos duros y esas grasas compactas y orondas.
Después de las once, sólo hay guardas, bastante bordes, mal vestidos, de negro. Parece ser que si uno no es borde no puede ser guarda de discoteca. Esto lo sé por Matt, quien, después de borde, se mostró bastante respetuoso conmigo. Todo fue porque ni gritaba, ni insultaba, ni me tropezaba con las paredes; además, tardé 15 minutos exactos en abandonar el local, el tiempo que, según Matt me indicó, iba a permanecer abierto, el que tardé en acabarme la cerveza y saludar amablemente al abandonar la sala.
Por cierto, llevo un año en este país y cada vez que pido una cerveza pequeña me ponen una grande, me estoy empezando a mosquear. He aprendido a decir half a pint, half pint y pint y parece que se me entiende, pero a éstos, como están sordos y bobos, la verdad es que les da igual. La sordera universal ... Ahora que estaba aprendiendo a escuchar.
Siempre vuelvo al pub-disco donde trabaja Matt, quien, ahora sí que sí, es bastante majo. Por lo menos me ahorro la arrogancia desconsiderada, todo testosterona anglosajona y machuna, esa mentalidad antiservicio, esas cosas de ellos, que no nos hacen ninguna gracia. No, no era racismo, simplemente burrez.
Es Navidad y a mí sí que me apetece escuchar unos villancicos. Desde luego no tengo gran simpatía por los que cantan esos niños tan amanerados a lo Colegio Mayor de Oxford o Cambridge. Esos coros "divinos" de nenes pedorros, hechizados, cantándonos el Merry Christmas. La verdad es que parecen un poco mariquitas, que no maricones -supongo que en España, a diferencia de Francia, donde es ilegal, todavía se podrá decir "maricones"-. Este país es tan conservador que me temo, y en cierto modo me alegro, de que se podrá seguir diciendo "maricones", al menos, los próximos cuarenta años. No, ni es homofobia, ni es sexismo, ni racismo, es rabia, que me suena a "fobia".
¿Cómo les explicaría a éstos que lo único que me puede alegrar un poco este horror navideño sería un villancico flamenco, una botella de fino y algo de jamón? Si, ya sé, estoy un poco folclórico, y ... ¿por qué no?. Papá Noel es folclórico, y Santa también. Santa Catalina ... no, Santa Klaus (creo que se escribe "asín"). Después de años creo que se trata de Papá Noel, o sea del mismo, lo que no entiendo es lo de la "a": en todo caso Santo, ya que en inglés no hay género.
Son las once, y, ¡albricias!, está abierto el cine, han inaugurado una sesión nocturna. Miro la cartelera y me sorprendo a mí mismo: ¡Polar Express! Una de niños, Navidad, Papá Noel y tal. Seguro que Molly o James, James o Molly, se han equivocado con el programa, generalmente nunca se sabe, pero bueno ... seguro que es una metedura de pata británica cualquiera. Ya se sabe que aquí todo, además de carísimo, funciona fatal.
Nadie va a reprender ni Molly ni a James, ni a James ni a Molly, por tamaña bobez. Luego, me preparo para Los Increíbles, el próximo domingo a las 11, cosas de esta cultura en la que la hipocresía campa a sus anchas. Estupendo, yo, yo mismo y yo, solo o junto a alguna señora despistada en la sesión de noche, todo el cine para nosotros, aficionados a las palomitas y las pantallas grandes. Aquí dirían "glorious!", pero es un poco cursi, lo vamos a dejar en ... "¡estupendo!".
Polar Express promete, espero, ese "maravilloso mundo de color" de las américas, a ver si me arrancan alguna lagrimilla, me infantilizan aún más, "aculturíseme", no se corte. Esto no es Cortilandia ...; ya sé que ha llevado a su niño al espectáculo de autómatas de la Puerta del Sol, confiese. Esto es Joliwood, que comparte la "j", con algún "j", como el que escribe y requiere la paciencia condescenciente del lector. Mejor, es el New Forest, donde cientos de "ponies" salvajes se agolpan en las carreteras, para recibir el azucarillo de manos del turista; bobos y pacíficos ellos, parece también mostraran flema y un desdén británicos por todo lo humano y terreno.
A las puertas de la sala, mientras me como ese perrito caliente gigante y genéticamente modificado, me toca soportar, estoicamente y en la distancia, los comentarios racistas de un niño niñato, que, junto a su novia, esperan en la entrada de la sala contigua, donde en lugar de Polar Express, echan Blade, the Trinity, la trinidad o un suplicio, no sé, "trinity" debe de ser por lo de tres.
Blade, una de matar y asesinar tipo videojuego maligno de señores malignos con abrigo largo de piel negro. En este caso el héroe es negro, luego no entiendo nada, al niño niñato no le importa que el negro de una película sea negro, pero al español a su lado, este que casi se atraganta, le va a provocar una indigestión.
Los niños niñatos se levantan y se dirigen a la Sala 6. La niña, todo amabilidad y belleza, bastante comunicativa y empática ella, se deja el monedero con 200 libras sobre el asiento. ¡Venga, Manuel!, es el "espíritu de la Navidad Disney", después de todo te vas a meter en Polar Express, Sala 7, "cet-à-dire", eres un blando y aunque necesitas esas doscientas libras como si fueran tuyas, no eres mala persona y las vas a devolver.
Me levanté, bolso en mano, para buscarles dentro de la Sala. Cuando los encuentro, pregunto si el bolso les pertenece y ella dice que sí, eso sí, bastante asustada, yo díría que un poco borde. Me contestó así como "thank you, thank you" de forma agitada, artificial. No era de extrañar, supongo que el chaval pensaba le iba a partir la boca, lo que por otra parte no habría estado mal. Ya saben, ofrézcale el asiento a una señora en el autobús, ayude al gato del niño a bajar del árbol ..., críe cuervos.
Me despido ... y en la distancia ... se percibe una sonrisa nerviosa, entrecortada, ligeramente agradecida, lo que en la tierra del orgullo perpetuo ya es algo, un avance. Antes de esa sonrisa, daban ganas de meterle el bolso por sálvense las dos partes, por no decir los orificios nasales o auditivos. Pero ... esa sonrisilla de felicidad semiplena y el "espíritu de la navidad Disney", reblandecieron este humilde y rebobo "corasón", que, henchido y palpitante, se preparaba para disfrutar del espectáculo Disney. Es lo mismo que si la señora del autobús te hubiera regalado un bombón, o mejor un tigretón; el niño del gato te hubiera dado un besito, y los cuervos se hubieran vuelto cachorrillos juguetones: el "espíritu de la Navidad Disney" en su plenitud.
Dos días jugando con el niño de unos amigos de mi madre y, aunque muy bueno y muy rico, puedo comprender perfectamente a la mamá cansada y hastiada de niño hiperactivo. Una mamá cabreada como la de Los Increíbles sería capaz de pagar una fortuna por que el niño se esté quieto, aunque haya que asustarle con la peor de las artes o moralinas neoconservadoras.
Polar Express, no, más bien Macarra Express; unos pobres niños, bastante feos, se preparan para aprender tremenda "lecsión", sobre un espíritu que más que de la Navidad, parecía se tratara del espíritu de la soledad vacua y opaca.
A fin de cuentas, sólo se trataba de un ejercicio de realidad virtual para sustituir actores humanos. Ahora sí que sí, imagínense un programa Disney, con voces sudamericanas, ese ¡maravilloso mundo de colooor ...!
Parecía que hubiera que creer por narices en Santa. Uno de los niños cometió el enorme error de no creer en Santa, pobrecito, casi lo capan. El error de no "disfrutar", e imbuirse en ese extraño espíritu de la Navidad. Ahora me doy cuenta de por qué en mi más tierna infancia salía de los cines completamente asustado, tras asimilar la única y amorosa verdad, revelada con celeridad y gracejo desde los estudios de California. Me estaban condicionando, asustando, en suma, comiéndome el coco descaradamente para que dejara en paz a mi pobre mamá. Mi mamá se estaba vendiendo al diablo a cambio de un poco de tranquilidad.
Los primeros escenarios virtuales inspirados en los dibujos de Norman Rockwell, parecían ambientados en la Gran Depresión, esa de la que, si hiciéramos caso a las películas, nunca hubieran salido los EUA. Los nenes, otra vez bastante feos y no sé si pobres, asustados, estériles e inmóviles. Eso de que se muevan debe de costar bastante dinero; al igual que en las series de dibujos animados japonesas, donde los personajes sólo movían la boca o los brazos ocasionalmente, las figuras quedaban algo quietas, como en un fresco de la Revolución China o Rusa. Luego Heidi y Marco no eran idiotas, el problema es una de dos: a) que los productores no tenían dinero, b) que encontraban bastante "bonito" que las figuras permanecieran estáticas. Nunca se me olvidará el abuelito ... o Clara y el chiste de Clara.
Tres pobres nenes: uno blanco, otro judío y otro de color (digo de color y no negro, al igual que digo blanco y no caucasiano, no se me vayan a echar sobre la chepa los buitres de la discriminación positiva), se nos montan en un tren que se les aparece "mágicamente" a la puerta de sus respectivas casas.
Un tren que les lleva a conocer a Santa en el Polo Norte (de ahí lo de Polar) y el mecanismo de producción, entrega y distribución de regalos que Santa tiene organizado para que todos los niños del mundo reciban sus paquetes a tiempo. La película parecía una visita ejecutiva a las fábricas u oficinas de DHL o de la Dell Corporation, donde millones de ordenadores se fabrican a medida y al instante, "just in time", en lugar de un lugar "mágico". El caso es que al productor parecía darle lo mismo.
La ciudad mágica de Santa, a medio camino entre Estocolmo y Bristol, destila tristeza y frialdad, eso sí, es muy blanquita, con esos ladridillitos tan monos que se pueden ver por toda la Gran Bretaña. Todo era grande, digamos enorme, las fábricas, los andenes del tren, las casas, el carro de Santa ..., lo que sólo amplifica la pinta de desgraciados de los pobres y minúsculos monigotes que se supone representan a los nenes. Todo se mueve muy deprisa: las cosas se caen, la gente grita, se retuerce, se cae, se despeña, etc. Lo normal para tener a los niños entretenidos. Desde luego, en ese momento prefería a Bambi o a los Siete Enanitos: por lo menos el mensaje navideño neonazi era retrasmitido por unas figuras gráciles, con movilidad y elegancia naturales.
El problema empezaba con Santa. Si hubiera sido madre, habría sacado a mi niño del cine. Santa se parecía a un pedófilo cualquiera de origen escandinavo, a punto de bajarse los pantalones y enseñarle un caramelo al nene a la altura de la entrepierna. Santa, una figura imponente, en la que había que creer por narices, supongo no se trataba de Wotan o de cualquier otro dios vikingo. El caso es que Santa, barbas blancas como la pared y piel rosada como el culito de un neonato, no decía nada. Nada de nada, se asemejaba al típico imbécil, que no habiendo herido ninguna sensibilidad, hubiera trepado diplomáticamente la pirámide jerarquizada hasta llegar a Director de la "corporasión del regalo", fuente de toda riqueza y "benefisio". Gracias a no saber nada, no herir a nadie, no criticar nada, era la nada digital.
Ya decía Maquiavelo que había que comportarse como el león para asustar a los enemigos y como el zorro para evitar todo tipo de trampas. Santa, de enorme tamaño, se asemejaba a un director ejecutivo de la Mcdonalds o de la Microsoft, que ..., con unos modos petulantes y vulgares, envía un mensaje neutro a una muestra de nenes multirraciales, el mensaje preciso para mantener esa situación de injusticia y desigualdad de extensión mundial.
Un mensaje políticamente correcto, con unos referentes mínimos a las normas o los valores, que, para acomodarse a las creencias y situaciones de miles de humanos, ha de ser lógicamente débil. Un mínimo común denominador moral para ese país maravilloso, convulso y vital que son los Estados Unidos acaba en las conciencias de estos niños de Southampton.
Un Papá Noel para un niño católico, judío y musulmán debe ser neutro, esto es, no decir nada sobre fanáticos o fanatismos, sobre valores y conciencias, conflictos, injusticias, exclusiones. Se trata de un Papá Noel diplómatico, hortera, petulante y sobre todo enorme. Unos niños virtuales que ni siquiera saben qué decir (mejor se les tapa la boca) a tan magnánima figura, que les invita a chocolate (con leche, aunque los camareros virtuales lo ponen todo perdido de chocolate -esto sí que no lo puedo entender, por mucho anuncio de bombones que haya visto-) y les lleva al Polo Norte para conocer a sus enanitos-hooligan y los renos desbocados.
Los dobladores en Barcelona deben de haber hecho maravillas para que el Papá Noel no les resulte ridiculísimo a las mamás de los niños españoles, porque éstos, los británicos, ni parpadeaban. Santa parece que fuera a sacar un Rolex de su enorme bolsa de regalos, apuntalada por unos enanos bordes y vulgares, para luego ponerse a bailar la Macarena, a lo Hillary Clinton.
Millones de enanitos todos blancos, que rodean a una niña de color, a quien Santa, en su mensaje subliminal, indica que debe ser "líder". Suponemos que no se trata del retrato de Condolezza Rice en su juventud. Las caras de enano son réplicas de las de los borrachos del "pub" de enfrente, donde parece ser que emborracharse fuera algo "simpático". Imagínese que deja a su niño de cinco años con unos borrachos de taberna, los enanitos, adictos al Valdepeñas común, en este caso a unas cervezas comunes y más bien corrientes.
Radio Canadá dedica su último programa cultural a las decoraciones navideñas. Imágenes frías, que recuerdan a los árboles gigantes a la puerta de los grandes almacenes de las ciudades americanas, la historia del niño rico, el niño pobre y el cuento de Navidad, todos esos juguetes que supongo caben en el cuarto de juegos de los niños de cualquier familia acomodada. De verdad, en este momento quiero un Portal de Belén de corcho, ver a los Reyes Magos del Belén postrarse ante el niño, y quitarle el abrigo de pedófilo al Santa de Polar Express.
Santa y su reno Rodolfo me transportan a los almacenes Robinsons en Manila capital, tristes ellos. Navidades del 98 en el Pacífico, 27 grados de calor y toda la humedad posible. En el centro de la constelación anárquica de chabolas que supone Metro Manila, se adivinan dos barrios, Makhati y Ermita, los mejor estructurados de esa sorprendente ciudad. A las puertas de Robinsons en Makhati, hay varias heladerías Haagen Daz y franquicias de Dunkin Donuts. Disculpen las marcas, la intención es descriptiva, sólo me faltan las ®. No hablé de la penicilina® que llegaba en los portaviones americanos, así como las medias de "nylon", que también gustaban entre las chicas de Southampton; o de los cables de las líneas teléfonicas de Manila, desordenados, sin enterrar, como en muchas ciudades norteamericanas.
Makhati es América transplantada a los trópicos, al mundo malayo, donde los "jeeps" americanos de la invasión de McArthur se reutilizan adornados con colores y formas vistosas. Todo se recicla; los travestis tagalos saben imitar perfectamente a Witney Houston en la calle Burgos. Sí, como suena: Burgos, un lupanar enorme en busca de dueño tras la salida de los americanos de Subic Bay. Entre millones de bares y neones resplandecientes la calle Burgos se erige como el prostíbulo más raro y decadente de todo el sudeste asiático. Manila es, gracias a Dios, una ciudad cara, hostil a los extranjeros, donde grupos de chicas cristianas a se toman un batido junto a las prostitutas del Hard Rock café antes de la confirmación.
En Robinsons, me compré un bocadillo de queso Filadelfia y jamón York importados, "made in" Tailandia con licencia de los EUA (lo que fue una enorme estupidez, habiendo lechón y albóndigas españolas con fideos chinos en todas las calles de Manila, de extraordinaria calidad y sabor hispano-chino), así como unos calzoncillos "made in" México y una gorra hortera de béisbol para un compañero chino de la oficina.
Los "almasenes" Robinsons cuentan con un enorme árbol de navidad y unos altavoces que vocean -nunca mejor dicho- músicas pésimas de Navidad insistente y pesadísima a lo Frank Sinatra o Dean Martin, entre chabolas y rascacielos. Se pueden escuchar en millas a la redonda, una verdadera pesadez. Me pregunto por qué, habiendo ese lechón tan rico y esas albóndigas, me topaba constantemente con Papá Noel en lugar de con los Reyes Magos. Un Papá Noel que debe de pasar una calor tremendo en los bancales de Mindanao, o en los "almasenes" Robisons repletos de horrendos regalos navideños, de gusto dudosísimo, frecuentados por estos pobres tagalitos, ávidos y necesitados de todo, de cualquier cosa, lo que sea. Rodeados de horrendos edificios en el peor estilo californiano años 60, hormigón armado, con 50 plantas, más centros católicos y menos musulmanes, donde supongo la juventud se desahoga, o se destripa, quién sabe.
No, esto no es una crítica a las diferencias norte-sur, ni siquiera una crítica a los Estados Unidos, sólo es una crítica a Papá Noel, y a que Papá Noel no quiera hablar en castellano en Filipinas, y que ni siquiera haya un cartelillo que diga "bienvenido" en las oficinas del ayuntamiento de Southampton.
No, tampoco se trataba del anuncio de Iberia, cuando el avión sobrevuela Belén, y algunos españoles (planos cortos), digo, algún cooperante del AECI, un exportador catalán de cavas o una secretaria de la Oficina Comercial de España, reflexionan extasiados, casi religiosamente, sobre la significación de no haberse matado junto al portal de Belén, gracias a que algún "scud" iraquí o un "patriot" americano, sólo les pasó de refilón.
Espero no se atrevan a digitalizar a Oliver Twist y no me vuelva a equivocar de película: no he sufrido más en toda mi vida. Llegué a pensar que era Oliver y todo el mundo me maltrataba. A ver si este año puedo sobrevivir a la sensiblería estacional navideña, y me concentro en la letra de algún villancico flamenco, y en lugar de ponerme tristísmo, como me pone todo el plástico rojizo a lo Papá Noel, se me erizan los vellos de emoción pensando en eso del Niño, en lo que significa para mí y los que me quieren.