No respondo de mí. No sé quien soy. Apenas soy ... lo que me deja ser el tiempo ... Aquellas veces en las que la identidad se desdibuja, un rostro fragmentado ... Éste bien podría ser un retrato de nuestro tiempo, la deconstrucción de la identidad, la raza, la clase social o el género, una sombra, en la que no sirven continuos, universales ni absolutos, prima el concepto de instante, incluso ese instante es complejo, la suma de miles de factores que conformarán ese momento concreto. En el polo opuesto, el retrato concebido en el pasado, como imagen que debía permanecer en el tiempo, la imagen que los personajes de la historia querían dejar de sí mismos.
De una concepción a otra el género del retrato ha sufrido una larga evolución durante siglos, acorde con los diferentes contextos históricos y los diferentes papeles que jugaba el retrato en esas sociedades. La exposición "El Retrato Español. Del Greco a Picasso", que tiene lugar en el Museo Nacional del Prado desde el 20 de octubre de 2004 hasta el próximo día 6 de febrero, nos propone un recorrido por esa historia del retrato en España, ofreciendo simultáneamente una visión cronológica para seguir tal evolución, en el sentido de tradición, y una confrontación de los principales maestros que ahondaron y reflexionaron sobre el retrato: Velázquez, Goya, El Greco y Picasso.
En primer lugar, habría que tener en cuenta los diversos puntos de vista que nos permite abarcar el retrato, y como tal los diferentes ejes que constituyen la exposición. Por un lado, según indicábamos al inicio, la problemática del retrato como medio de plasmación de la identidad; su vinculación al concepto de individuo, o siguiendo la expresión de Nigel Glendinning, "los móviles humanos ajenos al arte que intervienen como constantes en este género, determinando su naturaleza y su desarrollo tanto como la participación de grandes artistas". Entre estas motivaciones podríamos señalar la exaltación del individuo en sí mismo, la propia vanidad, la exaltación de los éxitos en el ámbito social, los logros, el carácter de una determinada personalidad, sus ideas y pensamientos, su perfil intelectual, o en épocas más tardías los "afectos", sentimientos y estados de ánimo, de una determinada relación amistosa o amorosa, erótica, o simplemente por alguna razón, cercana. Retratos con finalidad de devoción, de admiración, o con carácter ejemplarizante, imágenes conmemorativas de un hecho reseñable del retratado, que refleje sus inquietudes e intereses, sus aficiones, sus mentores, sus debilidades y sus miedos también aparecen como fondo ... insistentemente, la vanidad. Incluso se podría analizar cómo el retrato ha servido para la construcción de las diferencias de género; según quien encargara la obra y con qué fin, hemos asistido a la configuración de verdaderos arquetipos de mujer.
Pero sobre todo, persiste el concepto de la "fama", la voluntad de pervivir en el Tiempo, de perdurar en la memoria, de sobrevivir a una existencia limitada, aquel "no se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que dio, porque todo ha de pasar por tal manera" de Jorge Manrique. Así el retrato adquiere cierto valor de icono, de imagen atemporal del individuo.
Por otro lado, la exposición reflexiona sobre el valor histórico que contiene el retrato. A través de la presentación de los individuos, un retrato nos habla de un determinado contexto histórico, de una sociedad determinada y los valores que la caracterizan; de hecho esa realidad histórica y sus diferentes necesidades será la que configure las distintas tipologías de retratos, su significación y usos según los casos, que harán avanzar al género retratístico en un sentido u otro según las épocas tal y como analizaremos posteriormente.
Otro de los ejes de la exposición es manifestar la existencia de una Escuela española, una tradición que traza una línea continua desde la Edad Media, pasando por la creación de una escuela propiamente hispánica desde el desarrollo del retrato cortesano, si bien surgida de parámetros traídos por artistas extranjeros, que experimentan, avanzan y retoman a sus precursores en continua evolución hasta principios del siglo XX, en cuyas primeras décadas se da fin al recorrido de la exposición.
Obviamente, otro de los puntos fundamentales de la exposición se refiere a la evolución estética, cómo el género del retrato se va a ver afectado por las diversas corrientes y tendencias estéticas que van a dominar la historia del arte español y europeo a lo largo del tiempo. Así, podemos valorar a lo largo de la exposición cómo los cambios sociales y las nuevas mentalidades van produciendo esos cambios estéticos en el ámbito pictórico, del Renacimiento al Barroco, del Neoclasicismo al Romanticismo entre otros estilos hasta llegar a las primeras Vanguardias. También se van a reflejar esos cambios en las ambientaciones, las modas en las vestimentas y adornos, los cambios de gusto según las épocas, que van a producir asimismo novedades en las composiciones, enfoques, encuadres y demás elementos mostrados en los cuadros.
Pero desde el mundo del arte, sobre todo interesa analizar cómo el retrato es un camino de ida y vuelta; como decíamos, el retrato nos aporta información sobre el personaje retratado, su psicología, y el lugar que ocupa en la sociedad. Pero no podemos olvidar que esa imagen pasa por un tamiz previo, que es la elaboración del pintor, la identidad del retratado pasa por un filtro subjetivo, que son los ojos del pintor, y por su creación consciente y ejercicio técnico, a través de un instrumento que son sus manos. De esta manera, un retrato nos ofrece tanta información del personaje en cuestión, como del artista que lo realiza, y por tanto son dos subjetividades las que quedan plasmadas en el tiempo, dos posiciones sociales y dos perspectivas históricas confrontadas.
Por último, y como compendio de todos estos factores, habría que subrayar, tal y como analiza Javier Portús en el capítulo correspondiente, "Varia Fortuna del Retrato en España", lo que tiene el retrato de "frontera" donde convergen numerosas ideas, significados y experiencias, tanto artísticas como extraartísticas, retrato como una especie de punto máximo de tensión entre arte y realidad, el juego complejo entre pintura - realidad, ficción - representación. Desde la transcripción fiel de los rasgos de una persona concreta, se supera la búsqueda del ilusionismo e imitación de la realidad que fundamentan el arte occidental desde el Renacimiento hasta las experimentaciones de finales del siglo XIX y las vanguardias del siglo XX, que proclamarían la autonomía de la pintura.
La suma de todos estos factores que convergen en el retrato van a tener diversas interpretaciones y resultados pictóricos en función de su lectura y contexto cronológico. El Retrato Español toma como punto de partida de su discurso expositivo la época tardomedieval; si el surgimiento del retrato se da en el Helenismo griego, y su apogeo durante la época romana, como elemento de exaltación de la individualidad y de los antepasados mediante la invocación de las líneas de parentesco a través de las imagines maiorum, y un primer uso del retrato como objeto eficaz de propaganda política y unificadora con los emperadores romanos, la introducción del retrato como género pictórico la encontramos en los siglos finales de la Edad Media en contextos religiosos. Encontramos en época medieval series de retratos de monarcas y eclesiásticos destacados, con una función propagandística y legitimadora de la continuidad de dichos estamentos de poder. Asimismo, proliferan entonces las imágenes que permiten la inclusión de personajes concretos en escenas religiosas a través de la figura del donante. Este recurso permite a un tiempo destacar la devoción del comitente del cuadro, presentándose ante el espectador como una figura más de la composición que observa un determinado pasaje de la historia sagrada, y realza su posición social y económica por el mero hecho de encargar el cuadro o retablo.
Miguel Falomir explica la génesis del retrato vinculada a "una progresiva valoración del individuo, dada una distinta percepción de la naturaleza preconizada por el aristotelismo y el nominalismo, interés por lo concreto que proporcionaría cierto realismo o naturalismo en las artes plásticas, y por tanto un desarrollo del interés por la representación del individuo en pintura y escultura, aparición de retratos con diversificación de las fisionomías presentes en las composiciones sacras".
No hay que olvidar la importancia del retrato como elemento sustitutivo en estas primeras fases de la producción; ese elemento de carácter mágico - religioso, que a pervivido de una manera u otra en la pintura como los exvotos, consideraba al retrato capaz de aprehender parte del personaje retratado, y de ahí su uso en gestiones políticas funerales reales, su presencia en arquitecturas efímeras y estampas de la época ... Pero sobre todo el retrato tuvo una función fundamental en el establecimiento de las políticas matrimoniales de Europa.
Durante el reinado de Carlos V se va a afianzar la practica del retrato con estos mismos fines, extendiéndose su uso a las élites aristocráticas, que al igual que ocurría en el resto de Europa, especialmente en Italia, proyectarán en sus palacios galerías de retratos.
Sin embargo la consolidación y desarrollo de una tipología del retrato cortesano no tendrá lugar hasta el reinado de Felipe II. Tales tipologías, forjadas durante la segunda mitad del siglo XVI, servirán de referente a la pintura española de los próximos siglos, creando esa línea de tradición española que se enfatiza en la exposición.
Partiendo de las aportaciones de Tiziano, su rica pincelada veneciana y el equilibrio entre la idealización y el naturalismo en una pintura de gran expresividad, y del flamenco Antonio Moro, ambos recrean un tipo en el que se exalta la imagen del retratado, presentándolo al espectador generalmente en figura de tres cuartos, en primer plano de la composición y desde un punto de vista bajo, de tal manera que el personaje aparezca imponente ante el observador, realzando la procedencia divina en el caso de la familia real o el poder y prestigio en la nobleza. Se insiste en el Catálogo de la exposición en la voluntad de ofrecer una imagen de distanciamiento, contención, dignidad y magnificencia, imágenes impactantes centradas en la figura, escasa retórica, si bien son constantes algunos objetos simbólicos como cortinajes y columnas aludiendo al poder, bufetes que hablan de la labor política del representado, o bien atributos de carácter militar como cetros, espadas o bengalas. Esta "escenografía" vendría a completarse con la riqueza ornamental de la vestimenta y joyas que portan el retratado.
Tal fue la tradición recogida por las siguientes generaciones de pintores cortesanos, ya españoles, como Alonso Sánchez Coello o Juan Pantoja de la Cruz, añadiendo a estos arquetipos cierto carácter de austeridad y realismo considerados rasgos típicamente españoles. La misma tradición que recoge Velázquez a su llegada a la Corte en 1624. A lo largo del tiempo, Velázquez va a introducir una serie de novedades en el retrato, una serie de características de gran modernidad que le convertirán a su vez en el gran referente posterior. Sin prescindir de las reglas del decoro, Velázquez va a profundizar en una doble evolución; de un lado un desarrollo pictórico que libera la plasmación de las formas de la anterior minuciosidad y concisión de la pincelada, en favor de una pintura de factura suelta que permite la captación de una visión atmosférica y una gran riqueza cromática, redundando también en una mayor cercanía a la realidad representada; por otro lado, la profundidad psicológica concede guida en los personajes, desde esa imagen de grandeza y majestad nos transmite sutilmente las claves personales del retratado, en ocasiones prescindiendo incluso de referencias espaciales, manteniendo una concentración absoluta en la figura.
Avances técnicos y en el contenido psicológico de los retratos de Velázquez, que tienen a su vez dos bases fundamentales en las que apoyarse; su contemporáneo Rubens, pero sobre todo los retratos civiles realizados por El Greco en la generación anterior, centrándose en la expresión individual. Asimismo, Velázquez va a compartir con sus coetáneos el gusto por el naturalismo, la concentración en la imagen a partir de recursos tenebristas, juegos de claroscuro para la captación de la realidad de un modo totalmente veraz, tanto en rostros como texturas y calidades matéricas. Así se aprecia en los retratos de Ribera, Ribalta o Zurbarán, en retratos de gran sobriedad e intensidad, o ya en la segunda mitad del siglo XVII, en los retratos de Murillo y Valdés Leal, que nos sumergen de pleno en esa mentalidad barroca, a través de juegos del "cuadro dentro del cuadro", o elementos alegóricos alusivos a la caducidad, la vanitas, o la confusa línea entre realidad y sueño.
Velázquez va a constituir el paradigma de todos estos rasgos estéticos y de significación, llevándolos a extremo en aquellas obras que le permiten mayor libertad de ejecución, como fueron los retratos de carácter íntimo, o los retratos de enanos y bufones de la Corte, consideradas obras maestras por Monet en el siglo XIX. Pero será Goya el pintor que estudie en profundidad y recupere los valores pictóricos introducidos por Velázquez, creando retratos de enorme expresividad y agudeza psicológica. En tiempos de Goya se va a producir una ampliación de los sectores sociales que quieren verse retratados, y progresivamente se van incluyendo nuevos valores en los retratos, contextos de tono más íntimo y un nivel de mayor información personal sobre el retratado: retratos de familia, símbolos que indican sus gustos, aficiones y tendencias intelectuales, o incluso la relación entre pintor y retratado, como ocurre en una de las piezas más destacadas de la exposición, el Retrato de la Duquesa de Alba, por Goya.
En el catálogo de la exposición José Luis Diez titula el bloque dedicado al siglo XIX "el triunfo de un género", poniendo de relieve cómo en este siglo las premisas desarrolladas en el siglo anterior alcanzan su máximo exponente en la mentalidad decimonónica. Se produce la apertura del retrato a la burguesía, conviviendo imágenes de carácter íntimo y delicado vinculadas al prestigio social, llenas de elegancia y refinamiento, con los retratos de la nobleza y el ámbito de la realeza. Pintores como los Madrazo o los Ribera, van a desarrollar esta nueva estética desde el sustrato español incorporando las nuevas influencias de la pintura inglesa y francesa. Asimismo, avanzando el siglo, pintores como Rosales o Sorolla reincidirán en la valoración de Velázquez y su modernidad técnica y expresiva como fuente de la búsqueda del realismo y proximidad en el retrato y a Goya como antecedente más inmediato.
Finalmente, la reflexión de todas estas preocupaciones intrínsecas al género del retrato vendrá en el siglo XX marcada por la incorporación de las novedades estéticas y revolucionarias de los nuevos lenguajes pictóricos propugnados por las vanguardias. El Simbolismo con Anglada Camarasa, la intensidad del Expresionismo con Solana y Zuloaga, la mezcla de ambas en las densas figuras de Isidro Nonell, o el Surrealismo con Joan Miró o Salvador Dalí.
Y la culminación de todas las facetas del retrato en la figura de Pablo Picasso, en todo lo que tiene de ruptura con el arte anterior, en las épocas de honda subjetividad azul y rosa, y de nuevo en la objetividad traída por el Cubismo, independizada de la mirada humana dando un paso más hacia la captación de la realidad. Al margen de sus aportaciones estrictamente pictóricas, la profunda individualidad y convulsión creativa de Picasso sirven de cierre perfecto a ese recorrido por la historia del retrato español, muestra de la complejidad y soberbia de un género.
BIBLIOGRAFÍA:
- Catálogo de la Exposición "El Retrato Español. Del Greco a Picasso".