Cuando del Bicentenario de la Revolución Francesa, el historiador Georges Lomné concluyó sus reflexiones acerca de la "simbólica" de los ritos bolivarianos frente a la experiencia francesa con la ausencia, en América Latina, de una representación femenina y laica de la Libertad. Según Lomné, "El Libertador realmente aparece (...) como la figura alegórica ideal para ocupar un dominio abandonado por la simbólica política andina: el de una figura femenina de la República." Y más: "Lo americano impedía que el General convidase a Mariana en su laberinto..."
La explicación más plausible para esa tan singular ausencia de Mariana en la simbólica política andina -o latinoamericana por entero- le fue sugerida a Lomné por el historiador Yves Saint-Geours: "... Se podrá buscar una explicación al fenómeno en diversas direcciones. Nos parece probable que el alcance y la trascendencia del culto a la Virgen María en la zona considerada ha borrado la necesidad del recurso a una diosa laica, de nombre ambiguo y, al fin y al cabo, tan francesa..."
El reto que presenta el Bicentenario de las Independencias Americanas a los historiadores latinoamericanos sugiere una retomada de este asunto: a nuestro parecer, la imagen de Santa Librada lanza algunas nuevas luces y ciertas sombras en una escena iluminada por el mito solar bolivariano.
Las experiencias historiográficas ensayadas a propósito del Bicentenario francés, merecen ser llevadas en cuenta desde una perspectiva latinoamericana; en especial la idea de tomar las efemérides, museos y monumentos, y tantos otros fenómenos de la cultura como "lugares de memoria" y tratarlos como objetos de la historia crítica. Pierre Nora, al final de esa monumental obra colectiva (cien autores) que ocupó 3.800 páginas, preguntó por las razones por las cuales la expresión "lugares de memoria", que señalaba una propuesta historiográfica contra-conmemorativa, había sido tan fácilmente absorbida por la "bulimia conmemorativa". Llamó al nuevo tiempo que se establecía entonces -al menos en Francia y tal vez en las sociedades más ricas del Occidente- cuando, entre otros acontecimientos muy significativos, coincidían el Bicentenario de la Revolución y la caída del Muro de Berlín, "la era de la conmemoración". Perdidas las antiguas expectativas positivas de futuro, todos buscan obsesivamente transformar el pasado en memoria y patrimonio.
Es cierto que también en América Latina pasa algo cercano a eso, al menos en cierta medida. El impacto de la serie de efemérides que empiezan ya a cumplir cada una a su vez 200 años en tantas naciones y regiones, configurando todo un ciclo conmemorativo -desde los primeros gritos y juntas hasta la culminación de cada una de las independencias- llegará por cierto a transformarnos en algo como "la generación del Bicentenario". Pero el futuro de nuestro tiempo presente no parece definitivamente desencantado -todavía hay utopías (y sus contrarios) entre nosotros- y no es la nostalgia de algún pasado irremediablemente perdido que nos conmueve: buscamos por millares de desaparecidos, desplazados, secuestrados o muertos, hay miles de familias a pedir por lo menos la información necesaria para cumplir las ceremonias de un duelo interminable y que se pueda empezar efectivamente vida nueva. Estas diferencias indican que en la agenda de nuestro Bicentenario, no cuentan sólo los lugares de memoria sino también los lugares de olvido y de silencio.
En tales circunstancias, Santa Librada puede presentarse como un "lugar de olvido" emblemático más que un simple "lugar de memoria".
Los estudiosos del Centenario de la Independencia señalan las ambigüedades de la conmemoración mexicana. En 1910, al muy conservador general Porfirio Díaz no le encantó el encargo que le tocó de reabrir la caja de Pandora donde yacía la memoria insurgente de los curas Hidalgo y Morelos abanderados de las masas plebeyas. Casi las mismas gentes de abajo que muy pronto se pusieron en marcha por la revolución. Irónicamente, al presidente Álvaro Obregón, hombre de la revolución, tampoco le encantó el encargo de celebrar la memoria de Agustín Iturbide en 1921.
Así que los bicentenarios suelen presentarse como monstruos bifrontes, lo que explica la duda de las autoridades colombianas entre darle énfasis a las conmemoraciones de los comienzos (2010) o del final (2019) del proceso. Si la conmemoración impone una mirada crítica y un balance en profundidad de la experiencia nacional, no es lo mismo hacerlo revisando los ideales, ilusiones y conflictos de la Patria Boba o aquellos de la Patria Grande... Pero no hay como escapar a las dos caras del Bicentenario.
Afortunadamente, entre la abertura y la conclusión del ciclo conmemorativo, hay muchas otras efemérides intermedias, puntuales, que abren espacios para la evaluación de muchas otras dimensiones o aspectos de la experiencia que sin ellas no se harían oír en medio a las trompetas de las dos grandes celebraciones.
Después de evaluar lo mejor posible todas las dimensiones y repercusiones del proceso de formación de las primeras juntas -y no sólo aquella de Santafé de Bogotá- una de esas efemérides dichas intermedias que justifica un debate más específico se presentará en el año 2013, cuando cumplirán 200 años de la proclamación de independencia absoluta de Cundinamarca. Otras ciudades lo habían hecho anteriormente, y cada una de estas efemérides es importante y habrá que darles atención. Nuestra atención a los acontecimientos de 1813 en Bogotá se justifica no por ser esta la capital del virreinato, sino por el entrelazamiento de diferentes prácticas rituales y simbólicas que ahí aparecen: la celebración del tercer aniversario de los hechos del día 20 de Julio, la invención de nuevos símbolos, la destrucción de los símbolos de la monarquía española y el inicio del culto cívico-religioso a la santa patrona del día 20 de Julio, Santa Librada.
La ignorancia casi completa acerca del protagonismo de la imagen de Santa Librada en las conmemoraciones bogotanas del 20 de Julio, se explicaría en especial por la ruptura de la tradición inaugurada en 1813 por el presidente de Cundinamarca Antonio Nariño en el Sesquicentenario de la Independencia (1960), cuando el presidente de Colombia Alberto Lleras Camargo creó la Casa Museo del 20 de Julio. La imagen salió definitivamente del circuito ritual -de la iglesia a la catedral el día 19, de vuelta a su iglesia el día 20- y fue depositada en el museo como una sencilla pieza de arte colonial. Por otra parte, poquísimos autores y artistas han querido establecer una conexión explícita entre el nombre de Santa Librada (que se lee muy bien en el Diario de la Patria Boba de José María Caballero, por ejemplo, o en los colegios republicanos de las ciudades de Cali y Neiva, y la imagen de la santa. Tampoco a nadie -con al menos una excepción- se le ocurrió ilustrar con esa imagen de una mujer crucificada el capítulo "La patria boba" o el capítulo "Las sociedades democráticas" o "Las fiestas patrias" de algún manual de Historia de Colombia...
Afortunadamente, desde que la vieja imagen creada en un taller quiteño en el siglo XVIII pasó por una restauración en el año 2001, ha ganado cierta visibilidad. Actualmente se exhibe en el salón principal de la Casa Museo del 20 de Julio, cerca de la pieza considerada más importante que es el Florero de Llorente. La información ofrecida a los visitantes pone énfasis en la leyenda hagiográfica y no en su protagonismo histórico, emblema de la Libertad.
Tan importante cuanto proseguir en la busca de las huellas de Santa Librada en fuentes de todo tipo, es preguntar a cada paso por las razones del silencio, el olvido y la ignorancia. No todo puede uno recordar como el personaje Funes el Memorioso imaginado por Jorge Luis Borges y por eso no hay memoria sin olvido. Pero nada parece totalmente aleatorio en tales asuntos. A propósito de Santa Librada, el olvido parece resultar de esfuerzos deliberados partiendo de diferentes motivaciones que se necesita distinguir y comprender.
Hay que seguir preguntando si efectivamente no se realizaron procesiones de Santa Librada en Bogotá o en otra localidad, bajo la República de Colombia. Hasta ahora, apenas tenemos referencia de una procesión en 1829.
Un tema que con certeza aportará muy buenos hallazgos: Santa Librada y el santanderismo. Hay que ahondar en las razones que llevaron el vicepresidente Francisco de Paula Santander, a pesar de su oposición a Antonio Nariño, a darle al colegio republicano de la ciudad de Cali el nombre Santa Librada en 1823. Hubo procesiones de Santa Librada en los años 1835, 1836 y 1837 bajo la presidencia de Santander.
Una pista que puede traer buenos resultados es una cierta presencia de Santa Librada en el Alto Magdalena: por qué en 1842 unos vecinos de la viceparroquia de Suaza en el Cantón de Neiva lograron que se crease un distrito parroquial bajo el nombre de Santa Librada, y por qué en 1850 se celebró la fiesta del 20 de Julio en Neiva, ocasión en que el doctor José María Rojas declaró que "el día de Santa Librada (...) estaba registrado entre los arcanos de la Providencia". Poco más tarde, el colegio nacional de la ciudad de Neiva pasó a llamarse Santa Librada; y hay una plazoleta de Santa Librada en la ciudad de Ibagué, en el centro de Colombia.
A pesar de que está bastante evidente la asociación de Santa Librada con la lucha por la abolición de la esclavitud, gracias al programa de la fiesta del 20 de Julio de 1849, todavía no tenemos información segura sobre otras procesiones de la santa bajo las presidencias de López y Obando o en la dictadura de Melo. Pero el Panegírico de Santa Librada, predicado por Paulino A. Olivos en 1855, permite pensar que la santa era entonces un emblema de los draconianos.
Las referencias encontradas a la procesión de Santa Librada en los años 1872, 1873 y 1874 sugieren que ellas en alguna forma buscarían reforzar el privilegio de Bogotá como capital de los Estados Unidos de Colombia recuperado en 1871. Hay que preguntar, además, por la actitud de la masonería frente a esa tradición sostenida por dos categorías bastante distintas: los artesanos y los descendientes de los próceres.
Por otro lado, como las referencias a las procesiones de Santa Librada son más regulares en la prensa de los años 20, es posible que la tradición pase de la cultura de los artesanos al naciente movimiento obrero -en especial, hay que buscar un posible encuentro entre María Cano, la Flor del Trabajo y Santa Librada - y también al ascenso político de los liberales. Finalmente, hay que buscar por las memorias de los bogotanos nacidos antes de los años 50. Ellos pueden acordarse de los festejos cívicos y religiosos del 20 de Julio. Santa Librada: ¿la Mariana de Colombia? Esa discusión sólo podremos enfrentarla más adelante. ¡Mientras tanto, sigamos el ritmo del Bicentenario!