10 jul (Perú.21) Quien no lo imagine, sepa que hay escritores peruanos que creen que en la literatura no solo importa la calidad literaria. La serranitud también es mérito, dicen Los Serranos. Aducen que nadie los lee ni menos los comenta porque una pérfida banda enemiga controla los principales medios de difusión. Es la banda de Los Costeños.
Lo malo es que Los Serranos publican sus argumentos en precisamente los medios que Los Costeños supuestamente controlan. Esto les quita piso pero les aumenta la gracia. En La República, por ejemplo, se ha puesto bravazo el costeño Chiquiticosa (no uso el nombre de este conocido locutor porque pronunciarlo causa raquitismo) publicando insultos de un calibre insólito para un periódico serio. Con alambicada pasión defiende al crítico de El Comercio.
Cito textualmente: "A González Vigil pretenden arrimarlo hasta volverlo olvido. Y lo vienen consiguiendo". ¡Vaya, vaya! Yo en la luna y González Vigil volviéndose olvido (que es mucho peor que volverse recuerdo, por si acaso les aviso, amigos). La noticia no me entristece, pero con tan buenos amigos quién necesita enemigos, reflexiono. Y me alegro una vez más de poder renovar con esta columna la siempre bienvenida enemistad de Chiquiticosa. ¡Qué sería de mí si él pensara que es mi amigo! ¡Me mandaría al olvido como a González Vigil!
Este lío de andinos y costeños me trae un recuerdo de inicios de los años sesenta. Ciro Alegría (mi padre) había vuelto al Perú después de décadas de ausencia forzada. En su casa recibía a escritores, críticos y colegas, casi todos más jóvenes que él. Allí conocí a Alberto Escobar, Carlos Eduardo Zavaleta, Sebastián Salazar Bondy y Luis Felipe Angell. Todavía muchacho, yo guardaba silencio mientras escuchaba. Recuerdo a mi padre decir -lo recuerdo como si lo estuviera oyendo- que con el indigenismo no se acababa la literatura, que había mucho tema en la urbe, que de la urbe saldrían novelas tanto o más peruanas que las indigenistas. "El Perú es más grande que la sierra", decía, en actitud más de aliento a los escritores jóvenes que de simple constatación de un hecho cierto. Hablaba, pues, como si los jóvenes necesitaran permiso para ser escritores citadinos sin dejar de ser peruanos. "Cada quien escribe de lo que conoce", decía Ciro, "escribe lo mejor que puede y hay buenos y malos escritores y lo demás son vainas".
Cuando apareció La ciudad y los perros -novela citadina desde el nombre- Ciro la saludó como corresponde, sin plantear en público, ni menos plantearse en privado, ninguna defensa del indigenismo como fuente preferente de inspiración peruana. Ni cosa por el estilo. Es que Ciro Alegría era un hombre maduro y de mundo que no se perdía en inútiles líos de regionalismo literario. El viejo miraba las cosas con una perspectiva grande y hasta sabia. A ver si podemos hacer lo mismo.