Peru, 03 de Julio del 2005
Si el talento se pudiera robar, el renombrado zonzo sería un asaltante.
Por César Hildebrandt.
El sólido escritor Miguel Gutiérrez ha aludido al fenómeno de los escritores que controlan la máquina del mutuo bombo y las páginas "consagratorias" del podrido establecimiento cultural. No es que haya usado estos términos sino que los ha dejado como sembrados en la mente de sus lectores en un diario limeño.
Y sabemos cuán imposible le están haciendo la vida al magnífico crítico Ricardo González Vigil en el califato de Alonso Cueto. Todo porque González Vigil no besa manos de padrinos ni canjea zalamerías ni se presta a rodeos de sobonería auspiciados por las editoriales españolas prestas a editar a cuanto tetudo se les acerque con algo bajo el sobaco.
González Vigil es un hombre honesto y sabio que escribe lo que piensa (y piensa) y que no se deja avasallar por esa medianía vitalicia que apellida Cueto y que tan poco hace recordar a su respetable padre.
Y si no se deja avasallar por este Clemente Palma reencarnado, menos se deja manosear por sus ínfimos acompañantes, esos que han pujado toda su vida para que les saliera un párrafo indoloro, una frase con alas, un adjetivo que no goteara en la micción de un cólico nefrítico.
Por eso es que a González Vigil pretenden arrimarlo hasta volverlo olvido. Y por eso lo vienen consiguiendo.
Él no ha aprobado la prosa rasante de los que viven a la sombra del califa ni se ha mareado por las marquesinas del menú oficial, que excluye y margina todo lo que no proceda de su universo, todo lo que huela a audacia y a pobreza, a ande y a rebelión, a nervio no a cosmética.
Porque, como en todo, esto es un asunto de poder. La cultura oficial que los Cueto dirigen y su soldadesca distribuye es parte del mismo cadáver exquisito del sistema. La literatura del entretenimiento mal parido no puede tolerar que algunos -más jóvenes que ellos unos, contemporáneos otros- le recuerden su estiramiento de difunto rancio y la atmósfera mendaz que le permitió, durante algún tiempo, hacer pasar geranios por orquídeas.
El establecimiento ha nombrado a sus califas. Los ha escogido en el cementerio de las reputaciones literarias. Porque un sistema en el que la podre ha trabajado desde hace mucho tiene que escoger a sus negociantes en la página de obituarios de su diario oficial.
Y allí están ellos en su sociedad de auxilios recíprocos, extasiándose el uno con el cuento del otro, pidiéndole a Bayly que firme un comunicado en contra de este modesto periodista, empleando a ese bufón que arrastra lengua y humanidad en un canal público, haciendo de la literatura un hipo desdichado de voluntad sin talento, ellos, los que pensaron en Vargas Llosa y terminaron en sí mismos, los que soñaron con la gran novela y tuvieron que publicar lo que la mano de la esterilidad pudo alcanzarles.
Por eso un perfecto idiota, recordando a Luis Hernández, escribe: "Lima no te olvida y no te olvidará/ Eres su poeta de añil claridad" y cree que eso es poesía, gracejo urbano, travesura. No, hombre: eso es ser un capón literario, un tronco seco del bolerazo y una enterocolitis del mal gusto.
El guasón de las letras escribe cosas así y entonces viene Jerónimo Pimentel y construye una maravillosa reseña en "Caretas", en donde se pregunta si lo publicado será cierto o será algo inventado por su enemigo Fernando Zevallos ("Lunarejo") y atribuido al prontuario literario del candelejón aludido.
Y como Pimentel se atreve a reír por la cuadraplejia poética del susodicho, entonces vienen los pirañitas de Somos y sus vastas narices y le responden a Pimentel con una nota sobre cómo se ha degradado el debate literario en el Perú, como si Somos tuviera algo que ver con la literatura y como si Pimentel no tuviera derecho de reírse en público.
Y el perfecto idiota dice: "lo que pasa es que Jerónimo Pimentel está picón porque no incluí a su papá en esa antología" (o algo muy parecido).
En efecto, el papá de Jerónimo es Jorge Pimentel, un poeta de verdad que ha escrito textos estremecedores y convertido la angustia en obras de arte y hasta el asma en buena respiración literaria. ¿Le importará a Pimentel, que guarda un silencio pulquérrimo desde hace años, que el sicario achorado de la mafia, el Ramón Sampedro de la poesía, no lo incluya en una selección decorada por sus comentarios?
Por supuesto que no.
Si el talento se pudiera robar, el renombrado zonzo sería un asaltante. Si el talento se pudiera hallar en las tripas ajenas, sería Jack el destripador. Si fuese dable avistarlo en los desagües, sería el nadador subterráneo más olímpico de todos los tiempos. Y si el talento se pudiese regalar, el pobre sería tomado como el ser más avaro del mundo.