Uno de los organizadores del encuentro de narradores de Madrid nos ofrece su perspectiva acerca de las actitudes y voluntades de los escritores peruanos en torno al espejo de nuestra literatura.
Apenas han transcurrido tres semanas desde el discurso de clausura de Miguel Gutiérrez. Polémico para algunos, coherente para otros, pero en última instancia e incomprensiblemente -para mí- vapuleado.
La imagen gráfica que me produce el observar la "foto de familia" en las escalinatas del Palacio de Liria, donde la soñolencia de Thays, la magnificencia constreñida de Ampuero, el gesto de incredulidad de Castro, la pícara y displicente sonrisa de Roncagliolo o la actitud de hombre solemne de Aníbal Paredes, conviven bajo los efectos de una heredad común que simboliza esa gran colectividad que se llama narrativa peruana, sin protocolo o ¿es tal vez una abstracción en la exploración de un adversario rutinario, es decir, un enemigo elemental y, por ende, vacío? Esa gran colectividad, encubierta bajo la colina nevada se acerca a un tótem que no consigue destronar -pensamos por aproximación, pero con escepticismo.
Es cierto que las primeras visiones expuestas sobre la significación de este encuentro son las "oficiales", pero también es cierto que la repercusión que a ellas se les está dando magnifican las doctrinas personales de los considerados "consagrados" en las letras peruanas. Que se le dé entidad especifica, por ejemplo, a las teorías dispersas por el señor Thays en un trivial blog colgado en el Internet profundo" -hombre que se mantuvo, además, en un perpetuo jet lag- o a las de un mero asistente al congreso a "media jornada" como el señor Donayre; que se alcen las voces encendidas ante tan difusas expresiones demuestran que si existe un combate, carece de rumbo. No creo que se haya que refutar desde la contrarréplica ni creo que sean más relevantes las opiniones de escritores cuyas visitas a museos o corridas de toros -opciones elegidas con absoluta libertad- hayan sido priorizadas en detrimento de sus consortes de congreso. Pero puede que yo no haya entendido nada en absoluto, porque lo importante no es quién estuvo o quién no, quién debatió o quién no; lo efectivo y radical es hacer un acto de reflexión que excluya mirar el ombligo del más alto, el más blanco o el más guapo; o, lo que es peor, que ante la utopía de mirar estos ombligos favorecidos, contemplar los suyos propios entrañe un ademán plañidero. En cualquiera de los casos, el fracaso estaría servido en bandeja de plata.
El vigor que la narrativa peruana ha tenido tradicionalmente no puede pasar inadvertido para convertirse en querellas de patio de vecinos. Traspasar la frontera no debe implicar sentirse extranjero, en tierra de nadie, como afirmó algún participante; el oído, la palabra y la mirada integral también existen. Y ante este asedio de dimes y diretes, a mí, desde la otra orilla, se me acaba olvidando el descubrimiento de escritores exquisitos como Sandro Bossio, la bondad erudita de José Antonio Bravo, la fuerza narrativa y combativa de Dante Castro, el trabajo meticuloso y creativo de Mario Suárez Simich, la apuesta inteligente de Aníbal Paredes, el peso intelectual de Miguel Gutiérrez. Y tantos otros escritores que por problemas de espacio no puedo citar, pero que han demostrado que casi todos, esa gran mayoría supuestamente achatada bajo los efectos del poder institucional, tienen en sus manos el cauce de la literatura peruana. ¡Nada más y nada menos! Una de las ponencias que más interés ha suscitado en mí, por su objetividad, es la metáfora del cubo de Rubik que Carlos Herrera propuso en el congreso. Transcribo una parte de su alegato: "Entonces el cubo de Rubik, con sus seis vistosos planos de colores y sus numerosísimas combinaciones, vino en mi ayuda para tratar de establecer un modelo tridimensional de la literatura peruana reciente. Con la ventaja adicional, y políticamente correcta, de no establecer jerarquías, puesto que el cubo puede ser tornado en todas las direcciones. Supongamos que la realidad es este plano verde y la forma literaria el plano opuesto, azul. No se tocan directamente, pero están conectados por cuatro caras o dimensiones. De manera arbitraria, para efectos de esta demostración, he optado por dividir dichas caras en dos binomios, igualmente opuestos, de categorías de la realidad y de la creación literaria que me parecen relevantes: tiempo y espacio (con licencia de la teoría de la relatividad) e individuo y colectividad." Y desde esta multiplicidad de espacios que proyecta Herrera, sin fisuras, creo que se debe partir para tomar la dimensión precisa del cosmos cultural de un país como el Perú. Observar la crítica desde fuera del país, olvidarse de ese perfil fratricida y etnocéntrico, y vislumbrar una proyección hacia el exterior constituiría un acto de humildad que proporcionaría riqueza intelectual y, sin demagogia alguna, amplitud de miras. Un aire no enrarecido y libre de ese perpetuo afán por la taxonomía literaria.
La explosión de multiculturalidad que se ha gestado en Lima y en el resto del Perú desde hace décadas ha incorporado nuevos universos y nuevas voces. Un espectro amplio que, sin duda, obliga a dar por superado el ancestral concepto dicotómico Lima/resto del país. El cual significaba una reducción de miras en la que se diluía toda esa representación intercultural o, lo que es lo mismo, una narrativa constituida por caleidoscópicas narrativas. Si se persiste en ese error, se corre el riesgo de dejar sin entidad, por ejemplo, a creadores/as que residen fuera del Perú, como Patricia de Souza, Carlos Meneses, Grecia Cáceres, Alfredo Pita, entre otros. ¿Son andinos, criollos, serranos, limeños, negros, amazónicos, judíos, chinos, "jarjachas?" (cuyo significado ignoro, pero intuyo).
Si no se corrige el rumbo, a cualquier persona interesada por la narrativa peruana le sucederá lo que a mí, que durante algún tiempo creí que después de Vargas Llosa, Bryce o Ribeyro sólo habían surgido tres o cuatro nombres nuevos en su narrativa: los publicados en España que encontraba en las estanterías de las librerías de Madrid. Fui descubriendo a algunos de ellos en los últimos años (tuve que viajar al Perú para hacerlo). Hasta que comprendí la dimensión de la producción narrativa del Perú en estos 25 últimos años. Fue la tarde en que listamos y llevamos a la Biblioteca Nacional de España una donación de casi 300 títulos de esta última producción, acompañados por casi cuarenta escritores. Su directora, Rosa Regàs, esperaba la visita de apenas cinco o seis escritores que obsequiarían, en el mejor de los casos, dos o tres libros. Y tuvo la misma sensación que yo.
Lo visto y expuesto en el congreso de Madrid debe servir para que los escritores peruanos acepten sin discrepancias la diversidad y pluralidad expresivas y temáticas de su propia narrativa, que dirijan su esfuerzo a romper el aislamiento académico y mediático, fruto de una inexistente política editorial que los mantiene prácticamente inéditos. Están suficientemente maduros para ello y los avala una irrefutable calidad.
María Ángeles Vázquez
Organizadora del primer Congreso de Narrativa
Peruana en Madrid.