12 jul (Perú.21) La polémica literaria iniciada en Perú.21 por el escritor Miguel Gutiérrez continúa. Gutiérrez responde ahora a los artículos de Alonso Cueto y Fernando Ampuero
En respuesta a mi artículo publicado el 29 de junio en Perú. 21, Alonso Cueto emplea una treta desinformante haciéndome decir, a propósito de la narrativa andina, lo que en ningún lado he sostenido, como el lector lo puede comprobar en el último párrafo y en la totalidad de mi texto, escrito conforme al espíritu que reinó en el Encuentro en Madrid. Pero no voy a polemizar con Cueto ni tampoco con Fernando Ampuero (también él, era previsible, me atribuye concepciones que no son las mías sobre la narrativa andina), quien, según costumbre limeña antigua, primero intentó banalizar el asunto a través de una sátira (más bien elemental), y luego, descontento consigo mismo, en un artículo más reciente, lleno de soberbia y amargura, intenta descalificar mi obra. Aunque a él le sorprenda, yo no estoy de acuerdo con otros colegas que lo tildan de narrador malo o mediocre.
No, pienso que Ampuero y buena parte de su entorno son escritores razonablemente aceptables de nivel medio e, incluso los mejores de entre ellos, de nivel medio considerable. Pero al margen de esto, reconozco un mérito de Cueto y Ampuero: el haberse reconocido como miembros de la "secta" que, según denominación de larga data, otros llaman mafia o argolla.
"Mafia", "secta", "argolla" son metáforas que entre nosotros aluden al grupo que domina y dirige la vida literaria del país. Pero ¿existe todavía un grupo de esta naturaleza? Increíblemente sí, aunque ya no dispone ni mucho menos de ese poder casi omnímodo que detentaba el círculo en su época dorada (los años 50 y los 60). A los integrantes del núcleo original, la gente de mi edad los recuerda como hombres exquisitos, elitistas, de modales algo lánguidos, casi virreinales, que los unían, además del espíritu de casta, ciertas ideas estéticas, antes que políticas. Sus críticas eran abiertamente discriminadoras con los escritores que no pertenecían al cogollo clasista. Si el libro tenía calidad y ya no podían ignorar al autor, con suave perfidia limeña condescendían a escribir sobre él, minimizando sus logros y agrandando sus supuestos defectos, con prosa bizarra, José Miguel Oviedo, leve y sutil, Abelardo Oquendo.
Hacia fines de los 60 el grupo entra en crisis y se escinde por discrepancias en relación con Velasco y Fidel Castro. Entre tanto han ido surgiendo en diferentes regiones del país importantes agrupaciones literarias, lo cual era reflejo de los cambios sociales que estaban ocurriendo en el país. Dentro de este proceso aparece el Grupo Hora Zero (es también el caso particular de Narración) conformado por poetas que provenían en su mayoría de las provincias. Para espíritus tan sensibles aquello debió ser una suerte de irrupción de los bárbaros. Y lo que les resultaba intolerable: no eran malos poetas. Todo lo contrario. La suya era una poesía impetuosa, de épica callejera y de inusitado esplendor verbal. Como ya no tenían el monopolio cultural y estaban debilitados por la escisión, los que quedaron del clan tuvieron que abrirse a ellos y a otros escritores que empezaban a publicar para mantener alguna vigencia.
Durante la guerra interna el agónico círculo se repliega, mientras La Prensa, que vive sus últimos días, es tomada poco menos que por asalto por un reducido grupo de jovencitos formados en la doctrina neoliberal (Bayly será la figura más conocida) pero sobre todo imbuidos de espíritu anticomunista. Finalmente, dentro de un contexto que diseñé en mi artículo anterior, el viejo clan se reagrupa y reestructura con nuevos rostros y el apoyo discreto y pertinaz de los sobrevivientes del grupo de los mandarines. Por supuesto, se han operado algunos cambios entre estos y aquellos, el más importante de los cuales, creo yo, es el bajón que se ha producido en estos años en cuanto a formación humanística y calidad literaria de sus integrantes. ¿Algún otro cambio? Entiendo que varios; por ejemplo, si bien es verdad que pretenden imitar las formas señoriales de los fundadores, lo que los define es la frivolidad y el cinismo, como un remedo criollo y tercermundista del espíritu postmoderno.
Como sabe que ya no puede establecer una hegemonía absoluta, pues a lo largo de las últimas décadas se han abierto nuevos espacios en el mundo literario, el grupo recompuesto logra rescatar una parcela importante del poder que dirige sin concesiones ni miramientos. Utilizando los vínculos que ha heredado se hace fuerte en los medios de comunicación de mayor influencia: periodismo escrito, televisión, radio, diversas revistas, como Hueso húmero (donde Mirko Lauer, poeta de segundo orden y narrador deficiente, pretende establecer el canon de la literatura peruana), editoriales (Peisa, entre otras), de las cuales son asesores y sus secretos lectores. Para ejercer su dominio y control, las figuras estrella (y las que permanecen en la sombra) han creado una suerte de sistema de mayordomías (a cuyo engranaje pertenece el tonto de la secta) encargado de glorificar a sus jefes y de hacer el trabajo sucio con las obras de autores que no gozan de la simpatía del grupo. De esta manera la resucitada argolla coopta a jóvenes de algún talento e incluso de talento notable, quienes (con las muy nobles excepciones) a cambio del éxito fácil y la gloria efímera inician la perdición de sus almas.
Uno de los objetivos de la Revista Narración (para responder a una línea del escrito de Alonso) fue, precisamente, crear un medio propio de expresión para romper la hegemonía de los mandarines de la cultura oficial del Perú. El hecho que apostásemos por el socialismo no nos convertía en sectarios como pretendía la vieja intelectualidad señorial, pues no hicimos más que adherirnos a una aspiración legítima de las sociedades humanas. Por cierto, dentro del grupo existían diferencias en la manera de entender el socialismo y en el camino a seguir para alcanzarlo, lo cual no impedía que marcháramos juntos en nuestra lucha en la arena cultural. Desde que salió el primer número de Narración, luego de un período de silenciamiento, fuimos objetos de sátiras y burlas, de marginación y de acusaciones diversas, como el de ser escritores acomplejados, envidiosos y mediocres, fanáticos y estalinistas. Sin embargo, todos los que escribieron en la revista continuaron construyendo una obra caracterizada por sus diversas concepciones artísticas, en relación con los temas, estructuras, técnicas y lenguaje.
En última instancia, toda ficción narrativa estéticamente lograda revela los dramas universales de la condición humana, dramas que pueden desplegarse en escenarios costeños, andinos o amazónicos, rurales o urbanos. Es verdad que los escritores suelen escribir sobre las realidades que conocen desde adentro, lo cual no debe implicar una limitación a sus facultades creativas. Pues a los creadores de ficciones les asiste el derecho de apropiarse de cualquier espacio real, imaginario o mítico, sin otro límite que el que les impone la propia imaginación y la audacia creativa. Un escritor costeño puede escribir sobre su aldea, pero también sobre Lima, sobre los pueblos andinos (incluyendo, por cierto, Cora Cora) o sobre el maravilloso y duro mundo de la amazonía. Igualmente, tiene la libertad de explorar las grandes ciudades del mundo, del presente y el pasado. O bien crear espacios absolutamente imaginarios o entrevistos en los sueños y pesadillas. Sólo un mandato no puede transgredir: el imperativo artístico que legitima cualquier obra.