La polémica suscitada a raíz del Encuentro de Narradores Peruanos en Madrid debe conducir a reflexionar sobre la colonialidad que subsiste en el campo cultural y, por consiguiente, en el literario. Negar las consecuencias del debate, iniciado en dicho congreso y desarrollado posteriormente, es negarse a ver las profundas desigualdades sociales que aquejan a nuestro país. El testimonio de una escritora francesa que vivió en el Perú resulta esclarecedor al momento de hacer una evaluación sobre lo dicho y escrito después de Madrid.
Quise ir al Congreso de Narrativa Peruana de Madrid por dos motivos principales. Primero, porque me quedé tres años en Lima (1993-1996). Ir a Madrid fue para mí como volver a Lima, algo así como ir a Limadrid. Segundo, quería encontrar a personas con las cuales hasta entonces me había comunicado por la vía virtual. Poetas, para empezar, como José Antonio Mazzotti. Le había enviado mi libro Voz Nuda en 2004, y me había acercado a su universo poético con motivo del homenaje que unos poetas peruanos y yo rendimos en París a Róger Santiváñez en 2002 [1]. También, conocer a Iván Thays, al que había descubierto por Internet, cuyo "Th" combinado con "ays" me había transportado a orillas lejanas y exóticas, y a quien también había enviado mi libro. Me faltaba, finalmente, conocer a Mario Suárez, que me había sido presentado vía correo electrónico por el periodista Percy Pereira.
Además, tenía curiosidad por conocer a las otras voces narrativas peruanas de Madrid que había descubierto en Librusa [2]. La idea de juntar a tres autores peruanos de Madrid (Benavides, Roncagliolo y Suárez) en un solo artículo me había parecido perfecta. Ahora, la idea de juntar a más de treinta escritores peruanos en esta misma ciudad para un congreso me pareció simplemente genial.
Mario Suárez dio el tono desde la primera rueda de prensa. Aseveró que este evento era "un llamado de atención". Con eso quería subrayar la importancia de hablar de los escritores peruanos que publicaron desde la década de 1980, pero que tienen escasa difusión de su obra y poco reconocimiento. La idea era llegar a hacerlos conocer y juntarlos con autores peruanos más mediatizados en su propio país. Mediático fue, por supuesto, el discurso de inauguración de Mario Vargas Llosa. Sentí que los dos Mario no hablaban desde el mismo lugar y pude entrever el anuncio de un desencuentro. Centrando su discurso sobre la Generación del 50, Vargas Llosa recordó la división "evadidos/telúricos" sin abordar los problemas extraliterarios de la mayoría de los autores actuales. Sentí que no se tocaban ciertas preguntas fundamentales. Como dijo Dante Castro, Vargas Llosa puso "el parche antes que apareciera la llaga que sigue ardiendo en la literatura peruana" [3].
Relaciones de poder y colonialidad
Decir que el debate "hegemónicos/andinos" es obsoleto equivale a olvidarse de la realidad histórica del Perú y de su impacto sobre la vida literaria. Pareciera que también en este país el "multiculturalismo", muy preciado hoy día en ciertos ámbitos académicos y políticos, hubiera hecho olvidar que la "diversidad" es fruto de relaciones de poder de tipo colonial y racial, o lo que Aníbal Quijano llama la "colonialidad del poder" [4].
Para Zein Zorrilla, "el canon (literario) de las ex colonias (...) parece ser una copia de los prestigiados cánones de las metrópolis (...). La cultura limeña (...) posee un canon y lo impone a las diversas culturas que florecen en este país (...). El canon literario criollo se desarrolla en institutos y universidades, se expresa a diario en los medios de difusión nacional. Es quien convoca a los premios nacionales, consagra las poéticas que confirman su ideario y sus modelos estéticos. Con sus comentarios a libros y publicaciones, con sus preferencias y sus exclusiones (...), el canon criollo constituye un poderoso generador de moldes culturales (...)" [5].
Para Quijano, la "colonialidad" es uno de los elementos que constituyen el "patrón mundial de poder capitalista" (342). Viene de la "imposición de una clasificación racial/étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón de poder", se origina en América con la "conquista" y está vigente hasta hoy en las esferas política, económica y cultural. Eso explica que la literatura hegemónica peruana haya representado primero a los grupos etnorraciales dominantes [6]: los "criollos-blancos" o, retomando el término de Ramón Grosfoguel, los "eurolatinoamericanos". Aquí, "la noción de "europeo" ya no se remite a una región particular del mundo que llamamos "Europa", (sino que) "nombra una localización de poder en la jerarquía etnorracial global" [7].
Como escribe Milagros Carazas, la imagen del indio en la literatura peruana aparece sólo en las décadas de 1920 y 1930, y aún más tarde ingresan las del negro y los sectores populares [8]. Hasta hoy día, según Carazas, no existe en el Perú una literatura negra, sino negrista. Frente a la falta de un corpus de obras y representantes de la comunidad afroperuana, sólo son dos los autores afroperuanos más estudiados: Nicomedes Santa Cruz [9] y Lucía Charún-Illescas [10]. Además, durante mucho tiempo, el sujeto afroperuano en la literatura era no sólo descrito a través de estereotipos relacionados con la "ignorancia", el "sensualismo" y lo "primitivo", sino que era el personaje secundario (Carazas, 2004). Eso cambió con Gregorio Martínez y sus novelas Canto de sirena (1977) -tema de la ponencia de Paul Firbas en Madrid- y Crónica de músicos y diablos (1991). Charún-Illescas es autora de Malambo (2001).
Ideas sobre lo andino
Acerca de la literatura andina, como recuerda Alfredo Pita, sólo después de la Guerra del Pacífico escritores como Clorinda Matto de Turner "decidieron que la verdadera literatura peruana debía hablar de los indios y sus problemas (...). No llegaron a reclamar, no obstante, que los indios escribieran sobre los indios. Eso recién comienza a verse sólo en nuestros días" [11].
Para el escritor Dante Castro, "(...) la literatura andina está inserta en un programa de reivindicación social desde que nació como testimonio de la opresión del indio. Si el conflicto entre indios y gamonales quedó atrás, todavía sobrevive el antagonismo entre la cultura hegemónica y las culturas marginadas" [12].
En palabras del crítico literario Mark R. Cox, "la idea del indio surge con la conquista y el imperialismo" [13]. Más tarde, como dice Mario Wong, la "negación del indio" vendrá también de la ortodoxia marxista de los cuadros de Sendero Luminoso, negación que "se reencuentra con el rechazo de lo "arcaico andino", punto de vista de Mario Vargas Llosa y de la ficción ideológica neoliberal sobre el Perú moderno [14].
Cox describe el período 1940-1980 como una etapa de conflicto por el poder dentro de las clases dominantes, al que lo acompaña "una lucha por una posición dominante dentro del campo de la producción cultural". Antonio Cornejo Polar, citado por Cox [15], refiere que una "estrategia principal" de los defensores del boom de la literatura latinoamericana en la década de 1960 es "caracterizar la narrativa regional o indigenista como primitiva o impura". Los autores pertenecientes a la vertiente andina de la narrativa peruana tienen más obstáculos para publicar que los escritores de la vertiente "criolla". Mientras los narradores "criollos" acuden menos a los concursos literarios por contar con mejor acceso a las casas editoriales y a la crítica de prensa, los narradores andinos participan más en los concursos, se autoeditan o publican con Lluvia Editores, y la distribución resulta informal.
Una situación de marginalidad que crea a su vez conflictos dentro del mismo medio literario andino, como lo explicó Thays al contar, en Madrid, que cuando invita a un autor andino a su programa recibe de personas del mismo mundo andino cartas críticas acerca de esta invitación, pero nunca de gente de Lima. "Los detentores de la estética" pensarán más bien de los autores andinos, según Miguel Rodríguez Liñán, "(...) que sigan escribiendo sobre sus llamas y sus andes, sobre sus culebras y sus junglas, sobre sus aldeas provincianas, sobre sus familias, al final eso a quién le importa" [16].
Por último, los narradores andinos están menos presentes en las antologías y los trabajos de crítica. Cox da el ejemplo de dos antologías y un estudio sobre la Generación del 80: "En el camino (1986), de Guillermo Niño de Guzmán, una antología de nuevos cuentistas peruanos, 80% de los escritores (12 de 15) son de Lima. Manual de literatura peruana (1990), de César Toro Montalvo, tiene una lista del cuento peruano de los años 80, y 75% de los escritores (18 de 24) son de Lima o el Callao. En Últimos y recientes narradores nacidos entre 1950-1965 (1997), de José Antonio Bravo, dos tercios (32 de 48) de los escritores son de Lima" (Cox, 2002).
Sucedió lo mismo con los autores peruanos que fueron invitados a la Feria del Libro de Guadalajara. Sólo un 20% está compuesto por escritores andinos. Zorrilla da ejemplos de la realidad marginal de estos autores. Evoca las declaraciones de un escritor sureño a una revista limeña: "Soy el menos andino de los escritores andinos", queriendo decir, según Zorrilla: "Por tanto, soy casi uno de los vuestros." También menciona el consejo que le dio un famoso crítico "con aire paternal": "No repitamos tanto lo de nuestra procedencia andina, Zein. Si nosotros mismos nos llamamos así, qué más querrán los criollos" [17]. Zorrilla afirma que "en las últimas décadas viene consolidándose una poderosa oleada de escritores que se proclaman andinos con una firmeza que linda la impudicia". Sin embargo, Luis Nieto Degregori sostiene que los escritores andinos aún se encuentran en una "relativa invisibilidad". El Congreso de Madrid fue "la ocasión en la que el debate entre andinos y criollos en la narrativa peruana cobró cuerpo" [18] y contribuyó a que los escritores andinos salieran de dicha invisibilidad [19].
No obstante, José Antonio Mazzotti, en un correo que me envió el 5 de agosto de 2005, aclara: "No olvidemos que todos, tanto criollos como andinos, dejan de lado el circuito de las oralidades indígenas y su larga tradición mítica y poética, constituyéndose así en un circuito literario casi siempre ignorado y 'ghettizado' cuando el debate se centra en autores profesionalizados que apelan a la escritura y al mundo editorial occidental para lograr difusión."
Espacios privados
Es cierto, como lo nota Dante Castro, que "la literatura, como parte de la superestructura de la sociedad, refleja todos los conflictos económicos, sociales y políticos de una época determinada" (2005). Así, si bien los narradores de la década de 1990 se declaran apolíticos y, según Miguel Gutiérrez, "postulan una poética centrada en el yo y en los universos privados" [20], no olvidemos que "lo privado es político" y que existe también "violencia" en la literatura de la década de 1990, pero esta vez en "las relaciones interpersonales, familiares y de género", como dice Leyla Bartet [21]. Es el caso en la obra, entre otros, de Santiago Roncagliolo, Patricia de Souza, Grecia Cáceres, Carmen Ollé, Mario Guevara y Carlos García Miranda. En algunos casos, tenemos un discurso feminista; mientras que en otros es dominante el desprecio hacia las mujeres. Se trata de una literatura que, al explorar los espacios privados y cotidianos, aborda, entre otras cosas, otro eje de desigualdad: el género, es decir, la construcción social de las diferencias biológicas de sexo, que funciona principalmente en detrimento de las mujeres. El género se articula, a su vez, con otros sistemas de desigualdad, como la clase y la "raza".
La desigualdad de género atraviesa todos los campos de lo social. El Congreso de Madrid no estuvo exento de tal realidad. Por ejemplo, el día de la mesa "Narrativa hecha por mujeres" estuvieron ausentes muchos hombres de las dos vertientes antes mencionadas.
Rocío Ferreira precisa: "Sí se invitaron a escritoras y a críticas literarias a participar, aunque sólo pudieron llegar tres narradoras. Sin embargo, es claro que por motivos endémicos enraizados fuertemente en la estructura patriarcal de nuestra sociedad, muchos colegas ni siquiera fueron conscientes de que las narradoras quedaron fuera de las categorías que sus trabajos proponían elucidar. Sintomáticamente, en los listados temáticos, generacionales, regionales e históricos que los colegas presentaron en sus ensayos -con contadas excepciones- no incluyeron a las narradoras. Por ejemplo, se habló del 'indianismo/indigenismo' del siglo XIX y se omitió a Clorinda Matto de Turner. Se habló de los narradores peruanos residentes en el extranjero y se excluyó de la lista a las narradoras, hasta que el colega se dio cuenta del error y afortunadamente se corrigió antes de terminar su disertación. Y así fue en varias exposiciones. Me llamó mucho la atención que cuando se habló de la narrativa de la guerra se dijo y cito: 'Cuando leí el cuento de X, excelente, de una señorita, yo no creí que era una mujer la que lo estaba escribiendo'. ¿Qué se quiso decir? Los lapsos, olvidos o simple desconocimiento de un gran número de colegas frente a la prolífica producción literaria escrita por mujeres revelan que hasta el día de hoy, en el siglo XXI, existen prejuicios dentro del mismo campo de los letrados" [22].
Redefiniciones
En conclusión, la "colonialidad del poder" se basa no sólo en la dominación de grupos "eurolatinoamericanos" sobre grupos subordinados, sino también en la dominación patriarcal por parte de hombres de grupos dominantes y subordinados. Las soluciones a estas relaciones de poder se pueden encontrar en ciertas respuestas descolonizadoras tales como el "pensamiento crítico fronterizo" (Mignolo, 2000, citado por Grosfoguel, 2005) [23] y la "transmodernidad" (Dussel, 2001, citado por Grosfoguel, 2005) [24]. Se trata, principalmente, de redefinir, entre otras cosas, las formas modernas y eurocéntricas de democracia y de humanidad, a fin de que abandonen sus modelos racistas, capitalistas y patriarcales.
Como dice Dante Castro: "A pesar de esa discriminación artera se han seguido desarrollando -y con notables éxitos- las literaturas andina, amazónica, negra, urbano-marginal (...). Esa pléyade de narradores andinos puede encontrar, si es que se lo propone, la unidad necesaria para incursionar en los grandes mercados del libro. Recuperando la condición que le dio origen a la tradición literaria andina, el camino se hace menos difícil de transitar" [25].
Esta unidad es también necesaria entre mujeres peruanas (narradoras y poetas costeñas, andinas, afroperuanas y amazónicas) contra el androcentrismo vigente en su sociedad y, por ende, en su mundo literario. Ellas deben procurarse los medios para que su voz sea más escuchada y respetada, ocupe más espacio, y que sus obras sean más difundidas y reconocidas, sin reproducir, a su vez, relaciones de poder en torno a la "raza", la clase y el género.
Esperemos que el Congreso de Madrid haya contribuido a que se tome mayor conciencia de estas desigualdades y a que se organicen, dentro de un cierto marco económico, formas de luchas antirracistas y antipatriarcales, a fin de que no se oculten las oralidades indígenas. Que la literatura de los grupos subalternos -principalmente mujeres, andinos, afroperuanos y amazónicos- sea difundida y reconocida.
Notas