París, 30 de junio de 2005
Si el objetivo de Mirada Malva al convocar este primer congreso sobre 25 años de narrativa peruana era mostrar su diversidad desgarrada y los múltiples enfoques que se esconden tras ella, puede decirse que el evento fue un éxito.
Como lo hice notar en mi propia ponencia, los escritores peruanos de este inicio de milenio rechazan el encasillamiento en corrientes. Son inclasificables. Se encuentran más allá -o más acá- de doctrinas e ideologías. La suya es una literatura atomizada que transmite, tanto en su temática como en su forma, la evolución del conjunto de la sociedad peruana. La escritura se moderniza, se renueva y explora otros espacios permitiéndose la apertura a otras voces más (o menos) occidentales, más (o menos) marginales, voces que transmiten la imagen de un Perú plural, múltiple, contradictorio. Un Perú que rompe la dicotomía tradicional, defendida por el indigenismo, entre la costa y los Andes, entre lo urbano y lo andino. Y esto porque en un país que tantea la globalización lo urbano es también portador de lo andino y lo andino acoge grados diversos de mestizaje. Así, como pudo observarse a lo largo del congreso, los escritores eligen su propio grupo de pertenencia. Cada cual escribe desde su barrio, su ciudad, su región, el país extranjero que habita, mostrando en su literatura un universo fragmentado y difícilmente reducible a una visión única.
Buena parte de los escritores que asistieron al evento viven fuera del Perú. Algunos de ellos ni siquiera publican en castellano. Para cita sólo un ejemplo ¿Qué hay en común entre Santiago Roncagliolo que radica y publica en Madrid y Daniel Alarcón que vive en Estados Unidos, aprende a escribir el español tardíamente y lo hace para evocar el submundo particular de las barriadas limeñas?. Me he permitido avanzar una hipótesis tentativa y polémica que ha surgido de la observación empírica de lo que en este congreso ocurrió, de lo que se dijo y no se dijo y de la obra misma de quienes participaron en él.
Tanto los escritores conocidos fuera de las fronteras del Perú (Benavides, Iwasaki, Thays, Ampuero, Cueto, Roncagliolo ...) como aquellos que esperan su turno para abrirse un espacio bajo el sol; tanto los que optan por la autoficción a la Serge Doubrovsky como los que defienden la voz del Perú de los silenciados, todos expresan a su manera la compleja elaboración identitaria de una nación en construcción y la violencia que este trabajo conlleva. Es posible sostener que la constante -que no característica única- de la producción literaria nacional es la violencia: Hay violencia política y social en las páginas de Benavides, Cueto, Pita, hijos de la ficción urbana de Mario Vargas Llosa. Violencia existe también en las relaciones interpersonales, familiares y de género en la obra de Roncagliolo, de Ampuero, de Patricia de Souza, de Grecia Cáceres, de Carmen Ollé (que no llegó a asistir al encuentro). Hay violencia escondida en los recovecos de la Historia (Suárez Simich) y en el inconsciente mítico que exploran Iwasaki y Gutiérrez de modo brillante, diferente pero no necesariamente divergente, violencia también y sobre todo en los espacios culturales dislocados que constituyen los conjuntos superpuestos del mestizaje. Por ello tal vez la vehemencia de Dante Castro para reivindicar literariamente eso que el notable historiador peruano Nelson Manrique llama "el tiempo del miedo", el periodo de guerra interna que se extiende de 1980 a 1996.
Vale la pena recordar los debates desarrollados durante la semana que duró el congreso y que por momentos asombraron a los anfitriones españoles. Como lo hizo notar con humor e ironía Fernando Ampuero la confrontación y la pelea es siempre estimulante y resulta saludable defender a capa y espada las convicciones propias en un mundo cada vez más exento de pasiones. Pero la intensidad de algunas de estas polémicas valida mi hipótesis sobre la violencia como constante: el canibalismo siempre ha caracterizado las relaciones entre los intelectuales peruanos.
Ahora bien, estas y muchas otras observaciones-seguramente más atinadas y más cautas que las mías- no habrían sido posibles de no ser por la iniciativa heroica de Jorge Eduardo Benavides, Paz Mediavilla, María Ángeles Vázquez, Mario Suárez Simich de llevar adelante este encuentro. Gracias a él fue posible que un público peruano, latinoamericano y español constatara el vigor y la riqueza de la narrativa que el Perú actual produce. Gracias a los organizadores por habernos brindado la ocasión de otra mirada. Una mirada que recoge los matices del malva: la tenue combinación del rojo y el azul.