Este parafraseo, del título de las memorias escritas por Ciro Alegría, es el que se le puede dar a la denominada polémica entre "costeños" y "andinos". Poca suerte ha tenido la narrativa peruana la primera vez que en décadas se abre un espacio público para discutir sobre ella; harto palo sí que ha habido, aunque muchas veces hayan sido palos de ciego.
¿Es que nadie se ha dado cuenta que entre los casi treinta artículos publicados por este diario hasta hoy, ninguno lo firma un escritor al que pueda denominarse andino? Los considerados escritores de esta tendencia no han dicho nada hasta ahora; por lo tanto, la polémica entre ambos no ha existido.
Pisando Palitos
Esto no significa que las muchas y diversas tendencias que existen hoy en nuestra narrativa, las cuales superan ampliamente los reducidos criterios de costeños y andinos, no tengan diferencias que ventilar y discutir. Lo que sucede es que estas diferencias se discuten utilizando una terminología que encierra conceptos equivocados o muy relativos, creando denominaciones que acaban por convertirse en simples etiquetas. Lo que en buen romance quiere decir que todo el mundo acaba "pisando los palitos" del otro.
Desde hace un tiempo, los escritores andinos vienen hablando de la hegemonía de un "canon criollo" al que ellos oponen otro denominado "canon andino". Todo esto sin dejar claro y definido qué es lo criollo y qué es lo andino. La ausencia de una clasificación metodológica confiable hace que un narrador, por el hecho de haber nacido en Huancayo, acabe siendo andino o que uno nacido en Iquitos termine siendo criollo.
Esta mecánica, aparte de empobrecer a la narrativa peruana, acaba en un maniqueísmo del que sacan partido aquellos que quieren mantener sesgado el desarrollo alcanzado por nuestra producción narrativa.
Palo Santo
La tendencia a poner etiquetas a un escritor por el lugar de nacimiento, la configuración racial, el barrio de donde se procede o la universidad a la que se fue, sin tener en cuenta lo que dicen sus textos es un error que nos mantiene divididos y puede llevarnos a equivocaciones en relación con nuestra tradición, las cuales acaban beneficiando a otros.
Que Fernando Ampuero citara a Valdelomar en un par de sus artículos no convierte a éste en escritor "seudo limeño" y menos en "antiandino", en esto discrepo con Gregorio Martínez. Lo que le dijo a Vallejo se lo hubiera dicho sin el menor reparo a cualquiera. No hay que olvidar que Valdelomar y Vallejo representan entre muchas cosas la incursión de la clase media en la Literatura Peruana, cuando en ella los autores procedían de esa aristocracia-burguesa de fines del XIX y principios del XX. Los García Calderón o los Paz Soldán entre otros. Para ambos resultó muy difícil hacerse un espacio en el ámbito tan elitista de la época. Valdelomar no sólo lo hizo sino que se impuso. Juzgarlo por sus poses y no como el modernizador de la narrativa peruana es caer en este error que además resulta ser un anacronismo. Si utilizó el seudónimo de El Conde de Lemos fue para arrostrar a los aristócratas de apellido la aristocracia del talento. Citarlo no fue más que aprovecharse de su figura.
A Palo Seco
Pero la realidad literaria del Perú del siglo XXI es diferente. Sólo en los últimos 35 años han surgido más narradores que en todo el resto de nuestra historia y puede hablarse de cantidad y calidad. Si algo refleja esta polémica es un soterrado problema gremial. Las nuevas generaciones de escritores no se sienten ya representados por un pequeño grupo cuya tendencia es una más dentro la variedad existente y que utilizan el poder del que disponen para que eso siga así. Están cansados de que siempre sean los mismos los se lleven la rifa de la representatividad de la narrativa peruana en el Perú o en el extranjero dejando de lado a muchos con mayores méritos. De eso hemos estado hablando, lo demás es jarabe de palo.