Uso de la palabra: Encuentro en Madrid

En el Encuentro de Narradores Peruanos realizado en Madrid se enfrentaron, según el autor, el grupo que controla algunos medios y los escritores del mundo andino.
Por Miguel Gutiérrez (Escritor)

Uno de los aspectos más meritorios del reciente Encuentro de Narradores Peruanos que se celebró en Madrid del 23 al 27 de mayo de los corrientes (25 años de narrativa en el Perú, 1980-2005) fue la amplitud de su convocatoria debido al espíritu abierto y democrático de sus organizadores, entre los que destacan los narradores Mario Suárez Simich, Jorge Eduardo Benavides y la entusiasta peruanista de nacionalidad española María Ángeles.

En los pocos eventos de este tipo a los que he asistido a lo largo de mi vida, casi siempre se trató de convocatorias parciales, más exactamente de amigos de los grupos hegemónicos que dirigen la cultura peruana o de grupos vinculados por aspiraciones regionales o por concepciones ideológicas comunes. Pese a algunas ausencias (por situaciones ajenas a la convocatoria misma), entre mujeres y hombres de los más diversos credos artísticos, procedentes de todas las regiones del Perú y de Estados Unidos y Europa, fueron más de 40 los escritores que se reunieron en Madrid confiriendo representatividad al encuentro.

El acto inaugural corrió a cargo de Mario Vargas Llosa, y las sesiones y debates tuvieron lugar en el espléndido local de la Casa de América. Las ponencias se establecieron sobre la base del carácter pluricultural y multilingüe de la sociedad peruana y de la heterogeneidad de sus literaturas. Como suele ocurrir, las calidades de las ponencias fueron diversas, pero de ninguna manera, sin faltar a la verdad, se les puede calificar de "pobres", como lo ha hecho algún escritor que justamente no contribuyó con ninguna ponencia y se limitó a presentar su novela más reciente.

En mi primera intervención ofrecí un panorama de la narrativa peruana en el período elegido. Por razones de tiempo hice una lectura demasiado parcial de un texto cuya exposición me hubiera demandado alrededor de 50 minutos. Mi propósito fue mostrar de la manera más objetiva (absteniéndome de toda opinión) de lo que realmente se ha escrito y publicado en el Perú y en el extranjero en los últimos 25 años.

Aunque el buen momento por el que atraviesa la narrativa peruana es el resultado conjunto de todas las generaciones vigentes (incluyendo el considerable aporte de poetas que han incursionado en la narrativa), me ocupé principalmente de la producción de las "generaciones" de los 80 y 90, conformadas por hombres y mujeres de las diferentes regiones del Perú. Así, para referirme a una sola generación, conforman la "gente" del 80 Jara, Cueto, Mariella Sala, Zorrilla, Tamayo San Román, Siu Kam Wen, Giovanna Pollarolo, Choy, Niño de Guzmán, Schwalb Tola, Aída Balta, Pilar Dughi, Castro, Guevara Paredes, Leyla Bartet, Suárez Simich, Nieto Degregori, Viviana Mellet, Malca, Iwasaski Cauti, María T. Ruiz Rosas, Ninapayta, Valenzuela.Asimismo consideré a escritores que cabalgan entre dos generaciones, como Colchado (Ancash), Ampuero (Lima), Cardich (Huanuco), Rosas Paravicino (Cuzco) o Panaifo Texeira (nacido en la Amazonía), o a Bellatín (nacido en México) y Herrera (Arequipa), situados en la "generación" del 90, pero que publicaron sus primeros libros en la década anterior.

Si los escritores de los 80 empezaron a publicar bajo el impacto de la guerra interna, los jóvenes de los 90, que eran niños o adolescentes en los momentos más duros de la guerra, iniciaron su producción cuando en la situación mundial se habían producido cambios sustantivos, como el desmembramiento de la URSS y la instauración hegemónica en el mundo de la política y el pensamiento neoliberales (son los días de gloria del señor Fukuyama), mientras en el orden interno se produce la derrota de Sendero y el MRTA y se impone el fujimorato. Existe, es verdad, una cierta estética minimalista que vincula a ambas generaciones, pero existen también entre ellas marcadas (y en algunos casos, radicales) diferencias. Más allá de la búsqueda de una escritura propia, los del 80 continúan la tradición de la narrativa anterior y creen y apuestan por valores como los de la justicia y solidaridad humana, pero no desde una perspectiva ideológico-política, sino humanística. En cambio, los del 90, por lo menos en sus posiciones más extremas, niegan la tradición narrativa, rechazan el realismo, postulan una poética centrada en el yo y en los universos privados, a la vez que abogan por el absoluto descompromiso social y el apoliticismo, si bien su filo político implícito (con resonancias del pensamiento conservador vargasllosiano) se manifiesta en su beligerancia frente a todo aquello que suene a socialismo o a valores comunitarios.

Por razones de espacio no puedo referirme a la riqueza y diversidad que caracteriza a nuestra narrativa última, como lo demuestra la variedad de líneas creativas, una gran apertura temática y la búsqueda y práctica de nuevos géneros. Por eso me excuso por perder estas últimas líneas para esclarecer un supuesto problema que suscitó mi discurso de clausura del encuentro. Dejando de lado lo anecdótico, el malentendido tuvo que ver con la relación del grupo hegemónico que domina los medios de comunicación y los narradores del mundo andino. Aunque sobre ambos temas he publicado libros y ensayos, he dictado conferencias y concedido entrevistas en los últimos quince años (con planteamientos que sigo manteniendo y a los cuales remito a los interesados), para evitar intentos de manipulación o interpretaciones torcidas sintetizaré aquí mis posiciones.

En mi novela Poderes secretos llamé "secta garcilacista" a lo que comúnmente se conoce "como argollas" o "mafias" que controlan lo que antes se llamaba "la cultura oficial". En el campo literario este grupo entró en crisis durante el velascato, se replegó en los años de la guerra interna y con nuevos rostros (y algún sobreviviente), en una suerte de cruzada neocarlista recuperó su poder durante el fujimorato y en las condiciones de la derechización del mundo. Que la secta mantiene su poder lo prueban los despachos y crónicas desinformantes (publicados en los medios que ella controla) sobre el desarrollo del encuentro. ¿Son malos escritores? No, no lo son. Pero tampoco son notables escritores que hayan escrito libros verdaderamente memorables. Y menos existe un escritor genial, como se alucina el tonto de la secta.

Uno de los aspectos más importantes de la narrativa actual es el surgimiento de una nueva narrativa andina con autores de indudable valor. Es de conocimiento público que esta corriente es omitida por el grupo hegemónico en sus informes literarios, así como se margina o se minimiza a sus escritores más representativos. ¿Qué hacer frente a esta realidad? En primer lugar, dar al traste las lamentaciones y no pretender ser admitido en los medios que la secta domina, pues es probable que si se le tocan las puertas alguno podrá ser admitido, pero en condiciones de subordinación. No, lo que hay que hacer es persistir en la creación de calidad cada vez más rigurosa y desarrollar una campaña agresiva estableciendo y fundando espacios, revistas y editoriales alternativos pero muy acordes con la modernidad.

Sin embargo, algunas de sus tesis las considero profundamente erróneas, como aquella que sostiene que la narrativa andina represente la esencia de lo peruano y que la sola pertenencia a este mundo sea garantía de calidad. Como dijo el escritor Alfredo Pita, estoy por el desarrollo y esplendor de la narrativa andina. Mas como en cualquier literatura, en la andina existen obras buenas, malas y mediocres, aunque tengo la seguridad que las buenas obras se impondrán pese a los boicots de la secta y su iconografía autoglorificadora. El Perú no es dual, es diverso y múltiple y en esto reside su posible esperanza.

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30 de junio de 2005