El ensayista colombiano Germán Arciniegas (1900-1999) es una figura clave del pensamiento latinoamericanista que atraviesa todo el siglo XX y que dará mucho qué hablar por sus posturas frente al Descubrimiento y a los hechos de la conquista. Muchas de sus opiniones despertaron ampollas porque resultaban tremendamente incómodas. Lo primero que reivindicó fue el Descubrimiento como un acontecimiento europeo y no exclusivamente hispánico. Lo segundo, la importancia de lo que América le ofreció al mundo, tanto como de lo que los europeos entregaron a los pueblos indígenas. Lo tercero y tal vez lo más complicado es su propia visión de la conquista y del mestizaje, ya que para muchos indigenistas, el suyo es un punto de vista criollo que desconoce el impacto ocasionado por la irrupción de los europeos, la destrucción de las culturas indígenas y la instauración de un sistema de privilegios y exclusiones nefastos para el Nuevo Mundo.
Polémicas aparte conviene rescatar esta visión de la conquista que desdramatiza un hecho ya muy alejado en el tiempo y que sin embargo es bandera de lucha a la hora de reivindicar o atacar posturas ideológicas del presente. He de aclarar que Arciniegas no pretende ofrecer un punto de vista "científico" que a sus ojos puede ser estrecho o demasiado esquemático. Si bien todas las ciencias humanas aspiran a la generalidad, a fijar valores cognitivos, a establecer modelos y a formular leyes, no es menos cierto que los criterios de validez universal, por lo general se han fijado desde una posición eurocentrista, desconociendo las particularidades de otros pueblos y culturas considerados inferiores a los ojos de los europeos. Antítesis tan engañosas como lo individual y lo humano, lo nacional y lo universal han afectado de forma decisiva la concepción de lo americano (latinoamericano) y de sus gentes. Una larga lista de ensayistas ha cuestionado esta circunstancia que reduce lo americano a los factores telúricos, y a sus "naturales", es decir al indígena, a la condición de "buen salvaje" o de "bárbaro", según se le mire desde una óptica paternalista o terrorífica.
Arciniegas quiere dar una vuelta de tuerca a las interpretaciones eurocentristas, defendiendo el hecho de que América es "otra cosa". América es para él un experimento, un ensayo. En el texto titulado, precisamente: "América es otra cosa" nos dice: De todos los personajes que han entrado a la escena en el teatro de las ideas universales, ninguno tan inesperado ni tan extraño como América. Prisionero del asombro, no deja de "ensayar" una manera de mostrar a los lectores las diferentes formas de lo americano. Así nos presenta una materia rica en referencias visuales, en imágenes, en metáforas, en paradojas, de modo que ya no sabemos si lo que sale de ese laboratorio es poesía o sociología.
Para desmontar los argumentos eurocentristas recurre a la técnica del espejo, señalando las paradojas de la historia, defendiendo las virtudes del mestizaje, sin dejar de señalar sus defectos, practicando un pluralismo de hondas raíces filosóficas y defendiendo la voluntad de ser de los hispanoamericanos. Esta manera de ver lo americano como origen, como originalidad, se resume en una extensa obra que alcanza hasta los cincuenta títulos que giran en torno a un único tema: América.
Sin embargo, cierta crítica ha sido implacable con él al señalar en su obra datos históricos inexactos y de segunda mano Pero, en cambio, se ha celebrado su estilo personal, su elegancia y persuasión. Críticos menos tolerantes reprueban sus "excursiones al campo de la fantasía", su "escepticismo" y su "veneno". Lo cierto es que Arciniegas ha sido tan molesto como una piedra en un zapato para eruditos, historiadores e investigadores que lo consideran apenas un periodista ágil. Pero este colombiano que presenta diversas caras: historiador, periodista, fabulador y humanista, teje su prosa con una alta dosis de filosofía, con un sentido profundamente humano de la historia y una delicada sensibilidad hacia las multitudes anónimas cuyo papel no se registra en la Historia oficial. Como apasionado observador, ha indagado en la Europa renacentista los orígenes de Hispanoamérica, ha sopesado la capacidad de riesgo de figuras como la de Colón y la audacia de hombres como Vespucci. En El estudiante de la mesa redonda no los juzga por sus defectos o virtudes: Qué importa que los Colones ahorquen unos cuantos indios, ni que los compañeros de Bernal Diaz del Castillo reciban una rociada de flechas donde quiera que sientan las plantas, ni que la crónica de Cabeza de Vaca esté llena de horrendos naufragios; que Colón regrese a España con el mordisco de los grillos infamantes clavado en los tobillos, ni que los Vespuces chupen como sanguijuelas en la ubre del Estado, ni que otros destrozen las indiadas en La Española o en La Florida: ya empieza a surgir el mapa de América (El estudiante de la mesa redonda). Lo importante es la construcción de un mapa americano en el imaginario al que le imprime color (como en El continente de los siete colores). No en vano, señala la coincidencia del Nacimiento de Venus con el nacimiento del Caribe. Color, poesía, arte, sensualidad y naturaleza embriagadora, tiñen su paisaje americano.
Y es que el determinismo ambiental se convertirá en un argumento de la ensayística hispanoamericana, que explicaría la peculiaridad de sus individuos, ante el reto de consolidar una cultura a imagen y semejanza de la europea, en un medio ambiente hostil, con un paisaje mágico y multicolor. La opción de Arciniegas es abordar la historia sin lamentaciones, defendiendo ante todo el mestizaje, no sólo como sometimiento, sino como el "acto de amor" con el que prefiere soñar, y que sin duda hace rabiar a los indigenistas.
Este colombiano especula a gusto sobre una historia de amor y odio. Por eso el ensayo es el género que mejor se presta para expresar su visión con altas dosis de subjetividad y arbitrariedad. Pero él parece encontrarse muy a gusto, lejos del campo de "lo científico" y de los datos que le aporta la "historia de papel" de la que no se fía.
Montaigne, artífice del ensayo y punto de referencia de Arciniegas, nos ofrece deliciosos ejemplos de esa subjetividad que da rienda suelta a la especulación al abordar el hecho americano. Eligiendo como disculpa un tema cualquiera, expresa su punto de vista sobre diferentes aspectos de la vida. Este proceso implica una indagación honda sobre sus principios morales, sus emociones, sus conocimientos, lo cual supone un ejercicio de honestidad cuyo resultado debe ser la desnudez del ser interior. Así parte de una historia muy personal que inserta dentro de una estructura universal, para evitar caer en lo anecdótico. Ejemplo de ello es el ensayo "Los coches" (T.III, cap. VII) que le sirve de disculpa para darnos sus opiniones sobre el lujo y la vanidad de algunos monarcas y la sensación de malestar que esto le produce y, al mismo tiempo, dejar escuchar su diatriba anticolonialista y anti española. Montaigne se lamenta de que los pueblos americanos no fueran conquistados por los griegos y romanos que, a su juicio, hubieran "disipado dulcemente" su "naturaleza salvaje", y no por los españoles que los doblegaron y empujaron hacia la traición, la lujuria la avaricia y hacia toda suerte de inhumanidad, de crueldad y de cinismo. Pero a Montaigne no le interesa demostrar nada, él sólo pretende exponer una idea y desvelarla. La subjetividad de esta forma de conocimiento es entonces relativa, pues lo que nos explica de su experiencia personal con los coches está inserto dentro del concepto del lujo, como expresión de poder, de ciertos imperios, actitud que, a la vez, justifica el despotismo y el sometimiento de otros, principio en que se apoya la política colonialista española.
Al estilo de Montaigne, Arciniegas descubre una América mágica al reinterpretar los hechos del pasado. En América tierra firme (1937) toma como disculpa el tema de las puertas y los cerrojos, para ilustrar los hábitos de la sociedad colonial hispanoamericana y expresar su inconformidad ante la tendencia de ciertos estudiosos que suelen generalizar desde los parámetros europeos. En su ensayo sugiere que los indígenas americanos no utilizaban puertas ni ventanas, que sirven para proteger la propiedad privada, simplemente porque ese concepto no existía en unos pueblos que desconocían prácticas tan vergonzantes como el robo.
Cuando Arcinegas dice: "América es otra cosa" está negando y afirmando a la vez. Niega que América sea aquello que los otros suponen, pero no dice lo que es, porque él es consciente de que ese proceso de definición de lo americano no es una entidad cerrada. América es algo que se está haciendo (y deshaciendo). Esta manera suya de sugerir llena su discurso de matices, mezcla de humor, de poesía y entusiasmo juvenil. Cuando se refiere a los estudiantes de todos los tiempos, no puede evitar darnos a entender que se identifica con ellos: "altivos", "arbitrarios", "dogmáticos", "rebeldes", "conspiradores".
La estrecha relación entre escritura y vida que caracteriza a este intelectual, que se formó en el entusiasmo mundonovista de las primera décadas del siglo XX, se aprecia en su participación en los movimientos estudiantiles, en su actitud crítica a toda forma de totalitarismo, en su rechazo a toda pretensión de erudición y en esa manera particular de presentarnos la historia, buscando la poesía en lo cotidiano y anodino, como en una puerta, en una silvestre granadilla, en un tejado de barro o en un calabazo donde puede resumirse la historia de la cultura incáica.
En ocasiones, al leer a Arciniegas, creemos escuchar las voces de los cronistas en cuya lectura se apoya para ofrecernos esta historia amena e imaginativa. Cuando quiere ofrecernos un retrato de las primeras damas que llegan al Nuevo Mundo con las pasiones que debieron despertar, conversa con los textos, se involucra en las discusiones de la época, capta el tono de las polémicas en ensayos como América Tierra Firme que nos ofrecen fragmentos como este: Decía el señor cura que las indias 'Amicísimas son de novedades y no poco salaces y lascivas'. Aténgase el señor cura a que así son las indias, y no diga nada de las criollas, que a la vuelta de la casa donde él vive queda nada menos que la calle del árbol donde por sus muchas liviandades fue colgada la más bella entre todas las mujeres que vivían en Tunja" 1. Con este tono de cotilleo recrea la vida cotidiana durante la época de la colonia.
Compartamos o no sus ideas, Arciniegas acaba seduciéndonos con su tono de íntima conversación y con su capacidad de convertir un acto cotidiano en algo insólito, mediante la utilización de los recursos poéticos de la lengua. Así, nos acerca a los colonizadores y colonizados con una mezcla de curiosidad y generosidad; con una irreverencia que no degenera jamás en apología demagógica ni en grosero panfleto.
Quizás convenga en estos tiempos de miseria ofrecer múltiples perspectivas del hecho americano, del descubrimiento y la colonización, que nos permitan superar de una vez por todas el "trauma de la conquista" e identificar los monstruos del presente, para hacer frente a los retos del futuro, sin caer en maniqueísmos o en fórmulas gastadas por el paso del tiempo.
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