Leí por primera vez los relatos de Guillermo Ortiz en Vampiros, ángeles, viajeros y suicidas (Madrid: Kokoro Libros, 2005), un libro donde se reunían los relatos de un grupo de escritores que hacían de su tertulia literaria un taller para aprender las técnica y los secretos del oficio de narrador. Un año después, en la misma editorial, el autor nos presenta su primer libro: Pequeños objetivos.
En este texto, Ortiz, desarrolla y profundiza la visión que planteaba en sus primeros relatos. Un acercamiento sutil a la cotidianidad que intenta poner en evidencia la realidad desde una experiencia común para cualquier lector, donde los más variados sentimientos van intentando aflorar en el marco de una ciudad, Madrid, que parece acechar constantemente y empeñarse en deshumanizar a sus habitantes.
Esta pugna establece, al interior de los relatos, un contrapunto entre lo urbano como adversidad y lo personal como identidad singular del que se sirve el autor para sustentar su universo narrativo. Se vale para ello de textos cortos elaborados con un lenguaje sencillo y una prosa de frases breves a la manera anglosajona, la cual, hasta cierto punto, le impide demostrar su dominio del idioma por adaptarse al modelo que va de Henry James a Wes Craven. A pesar de ello, el intento de creación de un universo propio que podemos llamar minimalista está acertadamente logrado.
A manera de estampas urbanas donde el tiempo lineal escogido va de enero a diciembre y en las cuales la inserción de imágenes fotográficas se convierte en un elemento más integrado a la textualidad, el narrador y los personajes diseñados por Ortiz van gestando desde la cotidianidad una épica que resulta de enfrentar el "yo" a lo establecido y a las circunstancias. De esta manera los textos no dicen, apuntan o insinúan; van creando esbozos que van eslabonándose a lo largo de los relatos para intentar crear una imagen final que puede ser asimilada con facilidad por cualquier joven que habite una gran ciudad.
Las diversas caras del amor o la amistad, los sentimientos de abatimiento o euforia, las pequeñas victorias o derrotas, el temor al paso del tiempo o la espera de la madurez forman un collage que el autor tatúa sobre la piel de Madrid, esa cuidad en la que la ha tocado vivir y sufrir.
De esta manera, los "pequeños objetivos" que Guillermo Ortiz se proponía como objetivo básico en el desarrollo de su trabajo como narrador se ven cumplidos en este libro. Sus historias forman ya parte del novísimo aporte que muchos otros jóvenes escritores españoles, desde todos los puntos de España, vienen realizando y que van conformando un gran testimonio de lo que ahora llamamos la "nueva modernidad".
Citas (*)