Huasipungo (1934), emblemática novela de Jorge Icaza (Quito, Ecuador, 1906-1978) traducida a más de cuarenta idiomas, recibe el premio de novela latinoamericana y contribuye al enriquecimiento de la narrativa en habla hispana, aunque en 1933, entrega su primera obra Barro de la Sierra (cuentos), en la que el indio ya aparece como el personaje protagónico.
Novelista, dramaturgo y diplomático, es el continuador de la tendencia indigenista que entre otros, promueve Fernando Chávez, miembro de la llamada Generación del treinta, con Plata y Bronce (1927), en un gran momento de innovación temática y estilística en la narrativa ecuatoriana. Jorge Icaza indaga en la esencia de su país desde todas sus vertientes y testimonia con su obra, los talantes clasistas de una sociedad en permanente conflicto, la oligarquía de la gran ciudad y sobre todo, denuncia la violencia de las zonas rurales de la sierra que conoció de cerca en su infancia y que le genera un especial interés y adhesión hacia la indefensión indígena.
Huasipungo fue también producto del desencanto que el autor sufre al recibir rigurosas críticas a su obra teatral El dictador de 1933. La novela tuvo un enorme éxito en la época debido a la denuncia que Icaza realiza hacia el comportamiento feroz de los terratenientes respecto a los indios y a la expoliación de sus tierras. Icaza inserta en el espacio de lo narrativo la durísima realidad de Ecuador, convierte a la figura del indio en figura literaria, que en la literatura del siglo XIX aparecía solo como una cuestión costumbrista, describe la tragedia de la servidumbre indígena, el atropello y el asesinato, el abuso del capitalismo y la despiadada explotación al indio andino y a pesar de ser tratada por la crítica como una obra con estilo descuidado, la fuerza y la maestría en el uso del lenguaje, su prolífico léxico indígena, la convierten en una de las obras imprescindibles del indigenismo literario de su país y de América Latina.
Con un final trágico como el de El mundo es ancho y ajeno (1941) del escritor peruano Ciro Alegría (1908-1967), los indios de Huasipungo son seres bestiales y degradados y su vida, producto de la explotación, es tan inhumana e irracional que solo puede resolverse con la masacre.
Su no menos trascendente novela En las calles (1935) muestra un interés por la vida de la sierra y los peligros que la modernidad implica para el proletariado, por lo que ubica al campesinado indio en la ciudad. La industrialización de los centros urbanos, el éxodo de éstos hacia una ciudad que les ofrece empleos infrahumanos o los cambios experimentados por esta inserción en un mundo hostil, es el diseño que propone Icaza para evidenciar nuevamente la manipulación a la que están sujetos sus personajes y la matanza "razonable" en pro de la "defensa del orden y la paz" social.
Pero Icaza, preocupado por los conflictos raciales e interesado en renovar sus preocupaciones estéticas, introduce en su obra narrativa al prototipo social del mestizo o "cholo". Evidencia de ello son las novelas Cholos (1937) y El Chulla Romero y Flores (1958) o los cuentos "Cachorros" y "Mama Pacha" que con cierta magia en su estructura narrativa, este último relato convierte el drama del mestizo en uno de los textos más logrados de su obra.
El Chulla Romero y Flores podría considerarse como una novela que innova la narrativa ecuatoriana del momento, ya que la desvía de los epígonos del realismo. Contiene, como es habitual en la narrativa icaziana, una censura agria hacia aquellos que no reconocen el mestizaje como condición de ser nacional. Por su profundización en la ciudad moderna en la que los personajes sitúan su ilusión y a la vez su aflicción, el autor se aleja por tanto, con esta obra, del indigenismo tradicional.
Con la trilogía Atrapados (1972) el corpus narrativo de Icaza termina con su muerte en octubre de 1978. Conformada por los volúmenes El juramento, En la ficción y En la realidad, esta obra adquiere un espacio múltiple: atrapados están los cholos, la servidumbre, los latifundistas, los burócratas de la ciudad, los políticos, los actores y escritores que escudriñan la fama y sobre todo, atrapados están los campesinos y los habitantes intimidados de Parcayaco: "Atrapados por las garras de los propietarios de la tierra.". El testimonio de estas tres novelas ejemplifica la poética de Icaza, su denuncia de la injusticia y el crimen desarrollado escrituralmente con reflexiones y autoanálisis de las pasiones humanas que a través de monólogos interiores, revelan la conciencia del escritor y reflejan su estado emocional respecto a la actitud de los terratenientes con el mundo cholo. De aquí surge su teoría novelística al modo de Unamuno en Cómo se hace una novela (1927).
Por último, hemos de señalar que los procedimientos lingüísticos de la trilogía -y en general su obra- se conectan con el español coloquial de Hispanoamérica y con la lengua vulgar a través de simplificaciones elípticas y distorsiones morfológicas como forma de expresión afectiva. Las permutaciones que realiza al expresar cualidades, tanto negativas como positivas, hacen que en muchos casos, haya que leer su obra con diccionario.
Fragmento de Huasipungo:
-Nu han de robar así nu más a taita Andrés Chiliquinga --concluyó el indio, rascándose la cabeza, lleno de un despertar de oscuras e indefinidas venganzas. Ya le era imposible dudar de la verdad del atropello que invadía el cerro. Llegaban ... Llegaban más pronto de lo que él pudo imaginarse. Echarían abajo su techo, le quitarían la tierra. Sin encontrar una defensa posible, acorralado como siempre, se puso pálido, con la boca semiabierta, con los ojos fijos, con la garganta anudada. ¡No! Le parecía absurdo que a él ... Tendrían que tumbarle con hacha como a un árbol viejo del monte. Tendrían que arrastrarle con yunta de bueyes para arrancarle de la choza donde se amañó, donde vio nacer al guagua y morir a su Cunshi. ¡Imposible! ¡Mentira! No obstante, a lo largo de todos los chaquiñanes del cerro la trágica noticia levantaba un revuelo como de protestas taimadas, como de odio reprimido. Bajo un cielo inclemente y un vagar sin destino, los longos despojados se arremangaban el poncho en actitud de pelea, como si estuvieran borrachos, algo les hervía en la sangre, les ardía en los ojos, se les crispaba en los dedos y les crujía en los dientes como tostado de carajos. Las indias murmuraban cosas raras, se sonaban la nariz estrepitosamente y de cuando en cuando lanzaban un alarido en recuerdo de la realidad que vivían. Los pequeños lloraban. Quizás era mas angustiosa y sorda la inquietud de los que esperaban la trágica visita. Los hombres entraban y salían de la choza, buscaban algo en los chiqueros, en los gallineros, en los pequeños sembrados, olfateaban por los rincones, se golpeaban el pecho con los puños --extraña aberración masoquista--, amenazaban a la impavidez del cielo con el coraje de un gruñido inconsciente. Las mujeres, junto al padre o al marido que podía defenderlas, planeaban y exigían cosas de un heroísmo absurdo. Los muchachos se armaban de palos y piedras que al final resultaban inútiles. Y todo en la ladera, con sus locos chaquiñanes, con sus colores vivos unos y desvaídos otros, parecía jadear como una mole enferma en el medio del valle.
En espera de algo providencial, la indiada, con los labios secos, con los ojos escaldados, escudriñaba en la distancia. De alguna parte debía venir. ¿De dónde, carajo? De ... De muy lejos al parecer. Del corazón mismo de las pencas de cabuya, del chaparro, de las breñas de lo alto. De un misterioso cuerno que alguien soplaba para congregar y exaltar la rebeldía ancestral. Sí: Llegó. Era Andrés Chiliquinga que, subido a la cerca de su huasipungo --por consejo e impulso de un claro coraje en su desesperación--, llamaba a los suyos con la voz ronca del cuerno de guerra que heredó de su padre.
Los huasipungueros del cerro --en alarde de larvas venenosas-- despertaron entonces con alarido que estremeció el valle. Por los senderos, por los chaquiñanes, por los caminos corrieron presurosos los pies desnudos de las longas y de los muchachos, los pies calzados con hoshotas y con alpargatas de los runas. La actitud desconcertada e indefensa de campesinos se trocó al embrujo del alarido ancestral que llegaba desde el huasipungo de Chiliquinga en virilidad de asalto y barricada.
De todos los horizontes de las laderas y desde más abajo del cerro, llegaron los indios con sus mujeres, con sus guaguas, con sus perros, al huasipungo de Andrés Chiliquinga. Llegaron sudorosos, estremecidos por la rebeldía, chorreándoles de la jeta el odio, encendidas en las pupilas interrogaciones esperanzadas:
-¿Qué haremos, caraju?
-¿Qué?
-¿Cómu?
-¡Habla nu más, taiticu Andrés!
-¡Habla para quemar lu que sea!
-¡Habla para matar al que sea!
-¡Carajuuu!
-¡Decí, pes!
-¡Nu vale quedar comu mudu después de tocar el cuernu de taitas grandes!
-¡Taiticuuu!
-¡Algu has de decir!
-¡Algu has de aconsejar!
-¿Para qué cogiste entonces a los pobres naturales comu a manada de ganadu, pes?
-¿Para qué?
-¿Pur qué nu dejaste cun la pena nu más comu a nuestros difuntus mayores?
-Mordidus el shungo de esperanza.
-Vagandu pur cerru y pur quebrada.
-¿Pur qué, caraju?
-Ahura ca habla, pes.
-¿Qué dice el cuernu?
-¿Quéee?
-¡Taiticuuu!
-¿Nus arrancarán así nu mas de la tierra?
-De la choza tan.
-Del sembraditu tan.
-De todu mismu.
-Nus arrancarán comu hierba manavali.
-Comu perru sin dueñu.
-¡Decí, pes!
-Taiticuuu.
BIBLIOGRAFÍA DEL AUTOR
Novela:
Huasipungo (Quito,1934); En las calles (Quito, 1935); Cholos (Quito, 1937); Media vida deslumbrados (Quito, 1942); Huairapamushcas (Quito, 1948); El Chulla Romero y Flores (Quito, 1958); Atrapados -III tomos- (Buenos Aires, 1972).
Cuento:
Barro de la sierra (Quito, 1933); Seis veces la muerte (Quito, 1952); Viejos cuentos (Quito, 1960).
Teatro:
El intruso (Quito, 1928); La comedia sin nombre (Quito, 1929); Por el viejo (Quito, 1929); Sin sentido (Quito, 1931); ¿Cuál es? (Quito, 1931); El dictador (Quito, 1933); Flagelo (Quito, 1936).
Citas (*)