El celular sonó a las tres de la mañana del viernes santo.
-¿Lo he despertado, señor?- Reconozco la voz de Lady, una amiga que ha terminado el doctorado en hispanoamericana de la Complutense y que ahora prepara una tesis sobre Angélica Palma. Suele llamarme para preguntarme el significado de algún peruanismo o para que le aclare el contexto de ciertos artículos de Angélica. A esa hora y con una mujer al otro lado de la línea, como en las buenas novelas policiales, sólo queda hacerse el interesante. Recuerdo a Cyrano de Bergerac.
-No. Estaba leyendo a Descartes, Lady.- Lanza entonces la pregunta.
-¿Cómo se llora en quechua, señor?
No sólo termino de despertarme, me levanto de la cama y enciendo la luz del dormitorio. Pienso que debe ser una broma, cosa rara en Lady.
-Como en alemán o francés, señora. Con pena, alegría o algo por estilo. ¿De dónde ha escuchado eso?
-Lo he leído en Abril rojo de Roncagliolo, página 20 (ella siempre académica). Lo encontré en la estantería del supermercado y lo he comprado ...
-Eso es lo que algunos llaman éxito literario.- La interrumpo.
-No se ponga sarcástico a esta hora. Hay otras cosas que no entiendo y que quería preguntarle. ¿Lo ha leído usted?
-No, pero me temo que terminaré haciéndolo; sabe que siempre trato de estar al día sobre la competencia. Hacemos una cosa, si va a ir el sábado donde Francisca, me lo presta, me ahorro el comprarlo y el domingo nos vemos para conversar. Ahora voy a dormir en peruano, Lady.
-¿Y como es eso, señor?
-Con mucho sueño, señora. Hasta el sábado y buenas noches, Lady.
Por qué será que cuando uno no sale de vacaciones en semana santa hace el mejor clima. Me preguntaba eso la mañana del domingo mientras me dirigía a mi cita con Lady. Había pasado la tarde-noche del sábado leyendo Abril rojo en una terraza del centro de Madrid, tomando vermouth y echándome gotas a los ojos y a la nariz para combatir mi alergia al polen primaveral. Podía considerar entonces el picor de los ojos, los estornudos constantes, la irritación de la nariz y la lectura de la novela como mi penitencia particular. Por lo subrayado en el libro sabía lo que Lady iba a preguntarme; yo tenía las respuestas preparadas. Llegó puntual como las flores y el polen en abril.
-Señor, ¿Cómo son las chanclas de llanta? (Páginas 68 y 121) Yo me las imagino, pero debe tratarse de un error.
-Y el culpable de ese error es el Rey, no Santiago, señora.-Me mira sorprendida.- Déjeme que le explique: cuenta Pepe Bravo que cuando su Majestad estuvo en el Perú le dieron a probar cancha y que le gustó mucho. Cuando se le acabó, dice que llamó al mozo y le dijo: Por favor, me trae un poco más de almendras andinas. Fue él quien empezó con este juego de traducciones del español al peruano; Roncagliolo lo ha hecho a la inversa, pero mal.
Como no la veo convencida, entro en detalles de mecánica ligüística-literaria. Una rueda peruana, Lady, la forman el aro, la llanta y el vaso; una española, en cambio y en el mismo orden, la llanta, el neumático y el tapacubos. A esto hay que agregarle que ustedes entienden por chanclas el calzado que no lleva sujeción al talón lo que para nosotros bien podría ser una sayonara. De ahí que un español imagine unas "chanclas de llanta" como peruano imaginaría unas "sayonaras metálicas".
-Entiendo ¿Entonces un chullo sería algo así como boina andina?
-Usted siga enredando con la semántica, Lady. Bastaba decir ojota, que además está en el Real diccionario. Como dijo el poeta, el escritor quiso laurearse, pero se encebolló.
-Entonces también es un error lo del helicóptero que da marcha atrás. (Página 149)
-Eso es rigurosamente cierto, pero una indiscreción de Santiago.- Mi profundo nacionalismo me llevó a mentirle. Sabemos que desde hace tiempo Chile se viene armando y rompiendo el equilibrio estratégico en la zona. Los peruanos, para no ser menos, hemos adquirido una flota de helicópteros Retro-fire, de fabricación china por supuesto, que son capaces de dar "marcha atrás" como dice Roncagliolo y de varias cosas más en las que no abundo porque es secreto de estado. Así que le pido que esto quede entre nosotros.
-¿Y que me dice de "el pasadizo oscuro lleno de dolores" (página 22), de "la foto soleada y tranquila" (Página 64), de restregarse la cara "para quitarse las legañas" (página 109) o de la lluvia que "caía horizontalmente" (página 93)? ¿Quiere que siga?- dijo en tono amenazante.
-Esa no es lluvia, Lady. En todo caso un manguerazo.- Le dije en tono de broma para apaciguarla. Al parecer mi respuesta anterior no la había convencido.
-Me parece increíble que se les haya pasado hasta a los correctores de estilo.
-En Alfaguara ese trabajo lo hace el departamento de marketing, Lady.
-¡Señor Simich!- Ella sólo me llama así cuando está molesta.
-Vale, señora. A mí tampoco me gustó la novela. Cuando terminé de leerla sólo pude pensar en dos cosas: en la deforestación del planeta y en cómo serían las demás novelas del concurso. ¿Contenta? Pero la única que puede reclamar es usted; yo la he leído gratis.
-¿Y que opina de la trama usted que es peruano?-En sus ojos castaños pude atisbar la trampa de la pregunta.
-Buscar un asesino en serie en Ayacucho resulta tan inútil como buscar un adúltero en una orgía romana. Además el autor, con otras palabras, lo dice en la nota final: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
-Por fin algo ingenioso, señor Simich.
Seguía molesta. Me dio dos besos como despedida. Antes de que fuera y para compensarla por el mal trago le presté Rosa Cuchillo de Óscar Colchado y los cuentos de Edgardo Rivera. Se alejó entonces por el Paseo de Recoletos con dirección a la Plaza Cibeles. Mientras su silueta se fundía en la lejanía con el atardecer del domingo de resurrección madrileño, yo pensaba el lo lejos que estaba este tipo de narrativa de la que años atrás ganaba concursos con libros como La Ciudad y los Perros o Huerto Cerrado.
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