Entre el desencanto y la violencia -a manera de testimonio-

Por Victoria Guerrero *
Boston University, USA

[Nota del editor: Por motivos de fuerza mayor, la poeta y crítica Victoria Guerrero no pudo estar presente en el Primer Congreso Internacional de Poesía Peruana que se llevó a cabo del 21 al 24 de noviembre último en el campus de la Universidad Complutense de Madrid. Sin embargo, este testimonio fue leído por la investigadora Rocío Ferreira en el panel titulado "La crítica sobre poesía actual (II)" el viernes 24].

Victoria Guerrero

Primero quisiera agradecer a los organizadores del Congreso de Poesía por la invitación. Lamentablemente y como ven, no podré estar aquí con ustedes. Sin embargo, he escrito algunas palabras, muy personales, por cierto, que quizá puedan arrojar una luz sobre lo que fue la década en la cual empecé a escribir.

Cuando uno escribe, ya sea poesía o crítica, siempre se trata de una reflexión sobre uno mismo, sobre el lugar que ocupa. Para mí cada mirada está marcada fundamentalmente por el contexto, por eso cuando se ha de hablar sobre nuestro fin de siglo, inevitablemente debemos referirnos a ese estado discriminador, bullente, violento de nuestra nación. Una característica a tener en cuenta en este periodo es la exacerbación del autoritarismo y el capitalismo tardío como proyecto político y económico, respectivamente. En lo económico, el autoritarismo se plasmará con la imposición de neoliberalismo, que se expandirá por todo el cono sur.

En un diálogo con un buen amigo mío encontré que mi ponencia es un conjunto de preguntas y respuestas traspasadas por sentimientos contradictorios. Y ya que estamos hablando de la década en que fuimos adolescentes, y luego jóvenes, hay que hablar de Sendero Luminoso y de gente joven que ocupó filas allí. Debemos tener en cuenta que sí hubo gente de nuestra generación que militó en este grupo político y que ha pasado buena parte de su juventud en las cárceles. Gente que de alguna manera se ha perdido, a la que se le han matado los sueños, que no tuvo una respuesta desde un Estado capaz de integrarlos. Por eso yo titulo a esta ponencia "Entre el desencanto y la violencia". Estuvimos desencantados de lo que quisimos ser y no fuimos, y se nos mató con la imposición del neoliberalismo bajo "el encanto" de una democracia autoritaria. El pinochetismo (que venía de más atrás), el menemismo y el fujimorismo (o es más claro decir el fujimorato) cruzaron nuestra historia. Tuvimos que convivir con estructuras sociales de cambio, pauperización de la pequeña y mediana burguesía, y radical empobrecimiento de los más pobres.

En este contexto, 1992 es un año clave para entender la historia del fin de siglo en el Perú. Primero se trata del año en que Alberto Fujimori (1990-noviembre 2000) consolida su gobierno con el llamado "autogolpe" el 5 de abril de 1992. Posteriormente vendría el atentado de la calle Tarata en el distrito mesocrático de Miraflores la noche del 16 de julio y luego la masacre de 9 estudiantes y un profesor de la Universidad La Cantuta al día siguiente. Terminaría ese año entre coches bomba y desaparecidos con la caída de Abimael Guzmán, que se constituye en la derrota simbólica de Sendero Luminoso, el día 12 de septiembre. Todos actos muy violentos que marcan radicalmente a una generación. Me atrevería a decir que hasta antes de este año todavía se vivían periodos de gran productividad en cuanto a lo cultural, a las expresiones artísticas, pues todavía no se había consolidado el "miedo" de manera tan categórica, a pesar de que hubo muchos muertos en los gobiernos "democráticos" que precedieron a éste. Sin embargo, el periodo que va de los años 89 al 92 fue una época de gran actividad cultural. Las universidades albergaban a sus poetas, y había talleres de poesía por todos lados. Los recitales se hacían casi a diario, y todavía había un deseo de agruparse, de manifestarse como grupo. Los escritores editaban sus libros de manera autogestionaria. Muchas publicaciones llenaron este periodo, a pesar de las pocas y pobres editoriales con las que contaba el mercado, pues muchas de ellas ya se habían replegado por las grandes crisis de la década anterior. Neón era uno de los grupos más conocidos en esta época; aquí había gente de distintas universidades, pero sobre todo continuaba el vínculo estrecho que siempre había existido entre los estudiantes de la Universidad Católica y San Marcos; también había otros grupos como Geranio Marginal o Noble Caterva. Sin embargo, a partir de 1992 esta efervescencia decae, producto de la represión, producto de ese individualismo salvaje. En este sentido, planteo que estos grupos comparten cierto espíritu iconoclasta y retórico con los 80, son grupos de alguna manera "epigonales". Sin embargo, no uso esta categoría de manera despectiva sino para explicar que se trata de espacios de tránsito, de apuestas por lo que debería venir luego, pero que se truncó.

Monserrat Álvarez

Una representante importante de los noventa es Montserrat Álvarez. Su libro Zona Dark, de 1991, sorprendió gratamente por su coloquialidad y su manejo de referentes cotidianos. Además, se trataba de una poeta que no escribía sobre el cuerpo siguiendo el registro de la poesía peruana escrita por mujeres, que en los 80 ya había consolidado una temática y un lenguaje en este sentido. Sin embargo, esta estética percibe un desfase en la década siguiente, ya que la retórica misma de su uso no tenía mas sentido para la generación que venía. Álvarez con su libro también quiebra esa retórica, y más bien toma una posición por otras voces y situaciones, se constituye en un sujeto anárquico, pero a la vez también narcisista. Se trata de una poeta que podríamos calificar de insular, pues no perteneció a ningún grupo, pero que comparte la retórica proveniente del ochenta. Su poesía no plantea una cosa nueva para la década siguiente, pero lo que hace ella es importante porque su poética refleja una coyuntura: las bombas, los apagones, da voz a sujetos subalternos (las empleadas domésticas, por ejemplo). Presenta una crítica de la clase burguesa y de los estereotipos de lo "pendejo" y lo "criollo". Mucha de esa retórica ya había sido trabajada por grupos como Kloaka: buscar en lo popular, en los otros sujetos periféricos. Entonces a ella la veo otra vez -como los grupos que mencioné- como un eslabón en una cadena que debía seguir creciendo al ritmo en que parecían ir las cosas.

Siguiendo con esta división que he planteado, en la década del 90 prima el individualismo sobre cualquier sueño de bien común. Fomentado por el capitalismo tardío, el individualismo va de la mano con el desencanto de una generación golpeada durante su adolescencia. ¿Qué sueño podía tener un joven que ingresaba a la universidad? ¿Qué utopía colectivista nos motivaba? Ninguna. Todas habían sido derrotadas, derribadas, apaleadas. Si hubo algo, algún sueño, fue anterior al autogolpe, luego ya no existiría nada. Se nos impuso el vacío. El mundo se volvió maniqueo: nosotros o los otros / los buenos o los malos / los que quieren la paz en el país y los que no. Es en este contexto que yo planteo que los jóvenes que nacimos a partir de los setenta pertenecemos a una generación malograda. Malograda por la represión, por el miedo, por la violencia. Existe una represión real y simbólica en ese periodo. Nosotros mismos reprimimos nuestra capacidad de movilización porque ya éramos incapaces de unirnos con el otro, porque no teníamos más referentes, y porque la violencia de las pantallas de televisión nos había vuelto inocuos a ella. Pertenecíamos, aunque no quisiéramos, a un movimiento global. Había que sobrevivir como se pudiera, el silencio era una de esas formas. La otra era el su plasmación: un lenguaje difuso y diverso. La exploración en universos personales, íntimos. Se sale de la calle para ingresar otra vez a la casa. Es la "consagración de lo diverso" como le ha llamado Luis Fernando Chueca en un minucioso ensayo al respecto.

En esta generación tenemos a poetas como Xavier Echarri que publicó Las quebradas experiencias y otros poemas en 1991, pero que luego quedaría en silencio. Otros poetas importantes de esta generación son Roxana Crisólogo y Miguel Ildefonso, que no publican sino hacia finales de la década cuando se esperaba que lo hiciesen mucho antes. Su poética aborda el lenguaje popular. En Ildefonso hay un encuentro entre la tradición más clásica y el lenguaje del sujeto popular mientras que en Crisólogo lo coloquial tiene sus raíces en los sujetos migrantes, cuya voz ya había sido trabajada por la poética del 70, especialmente el grupo Hora Zero. Otros como Martín Rodríguez-Gaona, por ejemplo, trabajan una lírica urbana. Su segundo libro Pista de baile (1997) afirmará su madurez como escritor. De esta época también data la creación del anti-grupo Inmanencia en 1998, como respuesta a esa imposibilidad del proyecto común. Esta generación desencantada cierra su círculo con la trágica muerte de otro compañero, José Mari Recalde.

Algunos escritores, como Santiago Roncagliolo, en su reflexión sobre la década, ha opinado que se trata de una generación adormecida, alcoholizada. En la narrativa, todos los "héroes" son antihéroes cuya búsqueda más feliz es entrar en contacto con el alcohol y las drogas. Estos narradores reproducen una literatura vivencial lastimosa que refleja aquella ausencia, aquella pérdida de la utopía. Se trata de una generación de resaca, hecha de retazos, con una posmodernidad tardía, que la violencia postergó. Una generación que recién está hablando o "vomitando" su silenciamiento. Así, terminada la violencia política y en lo que va del siglo XXI han aparecido volúmenes estupendos de poesía escrita por esta generación como Contemplación de los cuerpos de Luis Fernando Chueca, Los días y las noches de José Carlos Yrigoyen, o Verbos regulares de Rafael Espinosa, libros que demuestran la madurez de su poética y consolidan su apuesta verbal.

Sin embargo, cuando viene la arcada bota a todo tipo de personajes: lúcidos y enfermos, osados y lúmpenes. La tecnología también irrumpe en estos momentos, la creación de los llamados "blogs", la democracia del mundo globalizado que solo crea más compartimentos, pero no el uso afirmativo de subjetividades democráticas, sino más bien usos autoritarios difusos y maniqueos. De algún modo, esa cierta democratización a la que hemos llegado, puede ser sana en este momento, pero también sigue poniendo de relieve nuestro profundo desentendimiento como nación. Digamos que el actual contexto nos permite expresar todo aquello que antes debíamos tener guardado o que no podíamos expresar, bien porque fuimos cobardes, bien porque no existían los vehículos para canalizar esas emociones.

Ya entrado el siglo veintiuno, la poesía, a diferencia de la narrativa, en estos tiempos obscenamente cercana al marketing, seguirá vigente y vigorosa en nuestros países. Apuesto que así será.

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* Victoria Guerrero (Lima - Perú). Ha publicado los libros de poesía: De este reino (Los Olivos, 1992), Cisnes estrangulados(Cuernoempanza editores, 1996), El mar, ese oscuro porvenir (Santo Oficio, 2002) y Ya nadie incendia el mundo (Estruendomudo, 2005). Artículos y poemas suyos han aparecido en diversos medios de comunicación escrita. Es directora de la revista de literatura Intermezzo Tropical.



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15 de febrero de 2007

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