Si Blas Matamoro se jubila alguna vez, en el sentido de dejar de trabajar, quiere decir que no lo conozco. Para Blas no hay mayor jubileo que trabajar, trabajar y trabajar. Blas Matamoro es una máquina indagatoria, y consecuentemente (irritantemente) conoce todo. Sabe, por ejemplo, quién inventó la plancha, con qué se disecó a Tután Kamón, quién ganó las olimpíadas de 1933 en cada especialidad, y la receta de varias comidas de distintas etnias.
Una tarde de hace ya muchos años lo encontré por casualidad en la barrio madrileño de Atocha, y del paseo que dimos recibí un chaparrón peripatético de conocimientos. Una lista aproximada de temas tratados (por él) no podría excluir los siguientes: urbanismo, historia eclesiástica, decoración de exteriores, asesinatos, poesía del romanticismo español, política del siglo XIX, etimología, historia del túmulo mortuorio, botánica, novela francesa con base en Flaubert, genealogía, numismática y meteorología, con sus derivaciones y entrecruzamientos a veces inesperados. Y, lógicamente, algo de ópera que siempre hace falta.
Si se queda un rato solo, traduce, opina, tiene ocurrencias fundamentadas, enreda silogismos, escribe ensayos, cuentos, novelas, comentarios, y por supuesto lee: lee a la par de todo eso, porque no es posible que haya leído tanto sin hacer a la vez otra cosa, incluso leer.
Qué hacer para que un hombre así se jubile, es decir se quede quieto, no investigue, deje de averiguar, enseñar, escribir y finalmente incidir en el mundo con tanto movimiento, es algo que no me corresponde imaginar. Tendrá que hacerlo el Estado español, que es quien correrá con los gastos. Me temo una defraudación al erario público.