Con Blas Matamoro se nos dio una suerte de paradoja geográfica, si pudiéramos decirlo así. Nos conocemos desde 1975, el año en que Blas abandonaría el país de origen para radicarse en España. Entonces nos vimos en Buenos Aires en forma muy breve, y pasados algunos años sin vernos, nuestra amistad se profundizó cuando nos reunió de nuevo un viaje a la ciudad de Toulouse, donde se hacía un coloquio en homenaje a Carlos Gardel. Ambos compartimos el interés y el análisis del tema del tango y sus letras. Y a partir de entonces, en distintas fechas, en Madrid, en Berlín o en Buenos Aires, en diversas oportunidades, en restaurantes, cafés, confiterías, con otros amigos o solos, para ponernos al tanto de las novedades y sorpresas literarias, disfruto de la gracia de su ironía, de la agudeza de su sentido crítico, de su sonrisa fresca y pícara, o de su impasible rostro con que al estilo de Buster Keaton prodiga hallazgos impredecibles.
Compartimos momentos importantes para un escritor, como son los de la aparición de su libro de cuentos Nieblas publicado en la misma fecha y en la misma colección de la Editorial de Belgrano de Buenos Aires que mi novela Urdimbre. A los cuentos de Blas los acompaña reconocimiento y éxito por el testimonio unido a la fantasía que esos textos narrativos presentan. Testimonios, pero no a la manera directa y didáctica de la literatura comprometida de los años sesenta y setenta, sino testimonios difícilmente separables de imaginación rica y desbordante, que describen el clima de violencia de manera alegórica, y por lo tanto, altamente artística en su condición literaria Su relato "Nieblas" transparenta el malestar de los años tristes que se vivieron en nuestro país durante la época de la última dictadura militar.
En Buenos Aires siempre esperamos a Blas con una mezcla de ansiedad, de afecto y de muy buen talante, ya que su capacidad para interpretar diversos problemas culturales, para apreciar a diferentes escritores, como su admirable estudio sobre Proust (Por el camino de Proust) y para llamar al humor, abre al diálogo inteligente y a la reflexión generosa de ideas.
