La invasión, conquista, o como quiera llamársela, del continente americano ("El Nuevo Mundo"), desde el punto de vista militar, fue cualquier cosa menos un hecho épico o heroico. A la hecatombe bacteriológica resultante del primer contacto sufrido por los naturales, le siguió una guerra en donde la diferencia tecnológica inclinó la balanza a favor de los españoles. Hubo a lo sumo, desde la perspectiva europea, momentos de cierta intensidad dramática como la quema de las naves por Hernán Cortés o el episodio de la isla del Gallo de Francisco Pizarro, en donde el aliciente fue la riqueza y no la gloria castrense ni la acción evangelizadora. Los capitanes españoles, educados empíricamente en la doctrinas de Maquiavelo durante las largas y numerosas guerras europeas, supieron encontrar los puntos débiles de las sociedades que encontraron en América y supieron aprovechar sus contradicciones internas para facilitar su labor de conquista y dominio.
Ante la ausencia de "lo épico" se va a generar un discurso narrativo que hoy conocemos como crónicas. Textos en el que se juntan el relato histórico-literario-mítico, la descripción geográfica, las constataciones sociológicas o el inventario natural y espiritual descubiertos en el nuevo continente. Las visiones en ellos reflejados dependen siempre del punto de vista de su autor, ya sea este español, mestizo o indio. Esto convierte a las crónicas en los textos "fundacionales" de la tradición narrativa americana.
A ellas recurre William Ospina para escribir su novela Ursúa publicada a finales de 2005 por Alfaguara en Colombia. Dentro de la tradición literaria Hispanoamérica ha sido una constante el recurrir a las crónicas como género para reformular nuevos discursos poéticos y sobre todo narrativos. La producción de textos que recurren a la narrativa histórica se ha caracterizado por ofrecer ricos y variados puntos de vista del "encuentro" cultural América-Europa que se inicia a partir del llamado "descubrimiento", algunos de ellos, como en las novelas de Abel Posse, cuestionan el sentido historiográfico tradicional a través de un nuevo discurso ficcional. Sobre estas visiones se ha ido desarrollando y consolidando una nueva novelística histórica cuya característica principal es, en palabras de Amalia Pulgarín:
... aborda el hecho histórico del "Descubrimiento" revelando la cara que oculta la historia oficial, reescribiendo las crónicas de la época y utilizando la memoria y la imaginación colectiva para reelaborar una visión nueva. La novela asume el papel de reveladora de la historia utilizando para ello un discurso desmitificador y paródico con el que no pretende en ningún momento resolver enigmas sino cuestionarlos desde una óptica diferente 1.
Desde esta perspectiva, Ursúa no aporta nada nuevo. El planteamiento y el discurso narrativo de su texto están más cerca de la historia novelada que de la nueva novela histórica. La ficción sigue la historia sin cuestionarla ni subvertirla; si bien hay una personal recreación lírica -del Ospina poeta- en el lenguaje que le evita caer en la simpleza de los best sellers que vuelcan la historiografía a moldes novelesco sin mayor trámite. Redime también el texto su estirpe barroca y la atmósfera onírica para recrear la nueva realidad. En cambio, el motor que mueve a sus personajes españoles es la codicia desmedida por las riquezas y el medio que encuentran para satisfacerla desencadenada la brutalidad sobre los indios, lo que hace evidente que no era la intención de los primeros el extender la fe cristiana a los nuevos vasallos forzosos; esto, ya no constituye una novedad a estas alturas de la historia.
Ursúa, el personaje principal, no transciende el prototipo de los muchos capitanes indianos de la Castilla del siglo XVI, ni en lo bueno ni el malo. Si ha de pasar a la historia, es por haber cometido el desatino de llevarse a su querida a la conquista de El Dorado y haber sido en mucho responsable de las andanzas de Lope de Aguirre por las selvas del Perú. Ursúa, la novela, es parte de una trilogía anunciada ya por Ospina: El país de la Canela y La serpiente sin ojos. Si el autor mantiene en ellas el tono lírico de su lenguaje y el barroquismo de su estructura valdrá la pena leerlas, aunque ya nos sepamos el final.