Juan Carlos Triviño Anzola (Bogotá, 1960) ha dedicado toda una vida a investigar sobre las posibilidades de los materiales vegetales y su aplicación en el diseño y el arte. En especial el bambú (que en Colombia se conoce como guadua), pero también todo tipo de semillas tropicales con las que ha recreado expresivas figuras de gran ternura: búhos, pájaros, juguetes y objetos de decoración que guardan en su interior una plasticidad y una humanidad conmovedora. Pionero en el manejo del bambú, sorprendió con su ingenio y destreza a la hora de diseñar instrumentos musicales. Su trabajo lento y callado, ha traspasado fronteras con distinciones en certámenes internacionales. L a Escuela de Bellas Artes del Distrito de Bogotá donde adquirió sus años de formación, le proporcionó los conceptos de forma, equilibrio, manejo de espacios y colores que mezcla con su creatividad y sensibilidad a través de diferentes técnicas de innovación, en principio con la arcilla, e inspirado el rico patrimonio arqueológico del país. Pero al poco tiempo se dio cuenta de que necesitaba seguir buscando materiales que obedecieran a la poderosa fuerza de sus impulsos creadores.
En su búsqueda creativa, Triviño está investigando una nueva línea, las esculturas, que espera le permitan suspender las líneas comerciales y dedicarse a lo que siempre ha querido, hacer arte con el bambú combinándolo con pinturas, ácidos, tintillados naturales, o trabajarlos al vapor dándole ciertos efectos, como tonos grises, de envejecimiento y de metal. Así vemos como muebles, construcciones arquitectónicas, objetos de decoración y utensilios, conforman su excepcional universo. Pero nada mejor que sacarle música a sus creaciones. De esta manera surgió la idea de diseñar los más diversos instrumentos musicales de cuerda, viento y percusión: violines, guitarras, saxofones, flautas, quenas, tambores, etc. Para perfeccionar su invento recurrió a otros materiales como fibras, calabazos y bejucos, que combinados con gran talento, son capaces de producir sonidos y acordes inimitables. Al día de hoy puede decirse que ha construido más de cincuenta instrumentos musicales que son piezas únicas. Muchas de estas piezas, adquiridas por coleccionistas, han dado la vuelta al mundo, y todo gracias a la mágica intervención de azar, ya que como muchos artistas y artesanos en su país sólo tiene como única ayuda sus propias manos y el deseo de seguir adelante, en esta tarea, hasta cierto punto, ingrata en cuanto no se recibe una ayuda estatal, institucional ni empresarial, aparte, eso sí de premios y distinciones honoríficas.
El aire que respiramos es el alimento vital del ser humano, pero desafortunadamente no se vive sólo del aire. El artista necesita además estímulos tangibles que le permitan mantenerse con dignidad y avanzar en su proyecto artístico, el único que justifica su razón de ser. En países que poco invierten en cultura, los artistas se dejan la vida en una aventura bella y terrible que implica a veces demasiadas renuncias. Este es un apostolado que bien merece una compensación aparte del reconocimiento, los diplomas y las medallas. Es lo que sentimos a ver las piezas que se conservan de Juan Carlos Triviño en el Museo de la Artesanía Iberoamericana de Orotava, en Tenerife, Islas Canarias y al indagar sobre su biografía. En una población cercana a la ciudad de Bogotá donde tiene su taller, pasa sus días soñando con las notas que ha de arrancarle a la orquesta de bambú que nos ofrece y de la que presentamos una pequeña muestra.