Cien años de soledad es sin duda alguna, después de Don Quijote, la novela española de mayor difusión universal. Las razones de este éxito son a la vez sencillas y complejas. Sencillas por la sabiduría narrativa de García Márquez, capaz de crear un universo imaginario nuevo y no obstante asequible para millones de lectores. Complejas porque algunas otras novelas hispanoamericanas de gran ambición y envergadura no alcanzaron, con todo y eso, tal universalidad. En la historia de la literatura hallamos obras que parecen responder a las expectativas difusas del lector y encuentran, por así decirlo, un público ya dispuesto para disfrutar de ellas, y otras que deben crear lentamente su público, en lucha contra los hábitos rutinarios. El fervor que acogió a la primera parte de Don Quijote fue similar al que condujo a la novela de García Márquez a un merecidísimo Nobel de Literatura. La importante narrativa anterior a Cien años de soledad y alguna de los años posteriores han quedado, por desgracia, un tanto oscurecidas -como sucede igualmente con Cervantes- por la fama de su novela más conocida.
El Macondo de García Márquez -como, en menor medida, la Comala de Rulfo- ha originado en las últimas décadas una estela de propuestas narrativas similares cuya mención sería larga y que -a fuerza de reiteradas- han fosilizado el mal llamado realismo mágico a extremos paródicos. Y ello es cierto no sólo en el ámbito de nuestro idioma y de otras lenguas europeas sino también, como me consta, en el de la novela árabe.
En la segunda parte de Don Quijote -curiosamente menos conmemorada que la primera pese a su superioridad sobre ésta-, Cervantes arremete contra el falso Quijote de Avellaneda y encauza su novela por nuevos derroteros, no frecuentados en Occidente con anterioridad a él, aunque encontramos su semilla en Las mil y una noches. Hubiese deseado -y así se lo expresé hace algún tiempo al propio Gabo- que también él se lanzara contra sus malos imitadores en una Segunda Parte y, siguiendo el alto ejemplo cervantino, desplegara su inmenso talento narrativo en una deliberada ruptura del código macondiano que, libre de toda culpa, engendró.
Sea como fuere, con Segunda Parte o sin ella, la novela, e insisto, el resto de su obra, han hallado el reconocimiento que merecen y todos debemos felicitarnos por ello.