Cien años de soledad sin duda alguna revolucionó el panorama literario de los años 60 en las letras hispánicas. Macondo se ha convertido por tanto en un referente literario o lo que es lo mismo, en una cartografía de la historia americana a través de la locución cotidiana, de la tradición oral, de la realidad convertida en elemento de ficción fabulado. Esta mixtura de oralidad y mito presentes en la civilización americana como parte de su bagaje histórico y cultural, contribuye a la creación de una literatura proclive a la abundancia de elementos imaginativos. Textos como Ocaso de sirenas, esplendor de manatíes del narrador peruano José Durand o el navegante florentino Antonio Pigafetta de García Márquez, ya nos describen la alucinación y sorpresa (o la fantasía poética de Alfonso Reyes) de los cronistas españoles del siglo XVI. Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo o Juan Carlos Onetti comienzan a recuperar e incorporar mitos en su obra literaria, pero es García Márquez quien los populariza y los incorpora al imaginario latinoamericano.
Cien años de soledad se inscribe en la década de los años 60, periodo de incesante búsqueda de formas expresivas que unifican su producción bajo la etiqueta de nueva novela junto a Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y más tarde La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, Rayuela de Julio Cortázar o Paradiso de José Lezama Lima. Estos años son la etapa dorada de la narrativa latinoamericana y cuando se produce el fenómeno del boom que provoca una presencia masiva de lectores con lo que la difusión editorial es especialmente relevante, sobre todo en Barcelona. La experimentación lingüística como preocupación estilística por mostrar la parte de la naturaleza extraordinaria como experiencia usual, y la capacidad que tienen las obras de los escritores del boom para fragmentar, rehacer o transformar su pluralidad cultural y social, los convierte en hábiles narradores que llegan incluso a crear géneros literarios heterogéneos donde literatura, mitos, cultura e historia se entrelazan, como se observa en Arguedas, Roa Bastos, Lezama o García Márquez. La creación de universos propios dentro de la observación del propio texto, para inventar una realidad individual y alcanzar los estratos más profundos de ésta, posibilitan la creación de novelas que se vinculan a las diferentes formas de expresar su auténtico contexto dentro de una faceta inédita de lo maravilloso, lo fantástico o lo mágico con tenaces connotaciones ideológicas y culturales, y que marcan sin duda una etapa magnífica de producción literaria latinoamericana. Se establece por tanto una ruptura única: una nueva mirada al mundo, una actitud, una visión cosmogónica que integra un contexto que se internacionaliza para permitir que lo sobrenatural y lo insólito dejen de serlo y se inserten en la realidad.