Luego vino Cheo con "El Ratón" y Jorge Santana
en la guitarra, ahí me gocé como nunca pues me gustaba mucho el estilo
que era una combinación de Salsa Rock Jazz, ritmo que yo tocaba siempre.
Carlos Peluzza (Músico de La Fania)
Los años que aproximadamente van de 1955 a 1965 significan la consolidación y difusión internacional de viejos y nuevos géneros musicales latinos, originarios en su mayoría de Cuba, los cuales se convierten en muy poco tiempo en parte del sustrato cultural de los países de la América Latina. Son los años del bolero, del apogeo de la Sonora Matancera, del descubrimiento de la cumbia, el mambo o el cha cha chá. Son los ritmos que bailan "los mayores" en las salas de fiestas y en los guateques familiares y, para un par de generaciones, una parte importante de nuestra educación sentimental y musical. Son también los ritmos que llevarán los inmigrantes hispanoamericanos a los Estados Unidos y el germen de los dos géneros de origen latino que se desarrollarán a ambos extremos de ese país al fusionarse con las músicas autóctonas: el rock latino en el sur y la salsa en el norte.
La historia de ambos géneros tiene, respectivamente, a dos hermanos como protagonistas singulares: Carlos y Jorge Santana. Este artículo esboza esta curiosa confluencia.
El baile no es otra cosa que una bella metáfora sobre el rito del amor. Tal vez por esta razón la Iglesia Católica se ha opuesto tantas veces a lo largo de la historia a los nuevos ritmos surgidos en diferentes partes del mundo. La sensualidad implícita e imprescindible en todo baile les ha parecido siempre "inmoral" y esta ha sido la excusa de la que se ha valido para censurarlo. Cuando en 1938 el chelista cubano Orestes López compone un danzón al que titula "Mambo" no imaginaba las repercusiones que tendría la evolución de su creación: el Mambo. Unos años después, ya independizado del danzón y evolucionado como género, Dámaso Pérez Prado crea una forma de bailar para el mambo que en poco tiempo causa furor en todo el continente americano desde Nueva York hasta Chile. El mambo, como baile, se nutre más de elementos provenientes del folklore africano que de la contradanza europea en su versión española lo que da como resultado unos movimientos explícitamente más sensuales y provocadores en comparación al resto de bailes de moda por entonces. Su rápida difusión, debido al éxito logrado por Pérez Prado en los Estados Unidos, preocupa a la iglesia que a principio de los cincuenta se ve desbordada por el fenómeno mambo hasta tal punto que no le queda otro recurso que amenazar a sus fieles con la excomunión. El periodista peruano Alberto de Belaúnde, en un artículo titulado "El Cardenal no Baila" recuerda el caso peruano.
En la década de los cincuenta, el mambo era uno de los bailes más populares en la región. Dámaso Pérez Prado, creador de la forma de bailar dicho género, fue sin duda su más grande exponente. En abril de 1951, Pérez Prado anunció su venida a Lima, donde daría un gran concierto en la famosa Plaza de Acho. El cardenal de ese entonces, monseñor Juan Gualberto Guevara, amenazó con la excomunión a todo aquel que se atreviera a ir al concierto a bailar al compás de un baile que él consideraba inmoral. La plaza de Acho se llenó y Lima bailó al ritmo de mambo. El concierto fue un éxito.
Fue el lleno de la plaza y el éxito del concierto lo que hizo que el Cardenal no llevara a cabo su anatema; sin embargo, durante mucho tiempo los limeños creyeron que los asistentes al concierto estaban formalmente excomulgados.
Carlos Santana no había cumplido su primer año de vida cuando en 1948 un violinista como su padre, el también cubano Enrique Jorrín le da un nuevo giro musical al danzón introduciendo variaciones en su estructura clásica y haciendo cantar en coro, por primera vez en este género, a los músicos de su charanga francesa, que hasta ese momento había sido sólo instrumental como en el mambo. Al resultado, en la isla, se llamó en un principio neo-danzón. Su compás de 4/4 permitió a los bailarines dar tres pasos rápidos por cada dos compases; para hacerlo, había que tener los pies bien pegados a la pista, lo que producía un sonido que de cuya onomatopeya el nuevo ritmo obtuvo su nombre: Cha cha chá.
El cha cha chá ofrecía dos ventajas sobre el mambo: un ritmo más lento que lo hacía más fácil de bailar a quienes no eran hábiles para la danza y para los cuales el mambo resultaba inaccesible; a los que sí sabían, la posibilidad de aprovechar el compás para inventar pasos más elaborados que en el frenético ritmo del mambo. A ambos, estar más cerca de la pareja oyendo una letra casi siempre picante, no tan alejados como en el mambo ni tan cercana como en el bolero. Esto último hacía del baile algo más tolerable para padres e iglesia.
Los nuevos ritmos no se quedaron en Cuba, tanto Pérez Prado como Enrique Jarrín se establecieron en México a principios del los años 50 del siglo pasado y crearon sus respectivas orquestas. En esos años México empezaba a desarrollar una importante industria cinematográfica y discográfica que ejercería una poderosa influencia en la América hispana y España que duraría hasta principios de la década del 70. Esta influencia se extiende también hacia los Estados Unidos donde Pérez Prado impone el mambo y Nat King Cole hace conocido el Cha cha chá al resto del mundo cantando "El Bodeguero", que el flautista Richard Egüés compuso para la Orquesta Aragón.
En 1966, cuando el casi ventiañero Carlos Santa deja Tijuana para reunirse con su ya adolescente hermano Jorge -se llevan siete años- y el resto de su familia en San Francisco, ambos llevaban en su equipaje sentimental de inmigrantes las noches de fiestas mexicanas al son de ritmos como el mambo, el cha cha chá, el bolero, las música ranchera, guarachas y cumbias acunadas en el alma. Tanto él como su hermano habían escuchado por la radio fronteriza blues, soul y rock. San Francisco era entonces una fiesta "hippie" que bailaba al ritmo de la música psicodélica de Jefferson Airplane y en muchas otras ciudades de Norteamérica las músicas llegadas de todas partes se fusionaban sin cesar.
En la música, como en el resto del arte, no hay casualidades. El bagaje musical que los hermanos Santana aportan al San Francisco musical de fines de los sesenta no podía otro resultado que el rock latino o la salsa. Respecto al primero, existía ya el antecedente de Ritchie Valens, que ya había probado la fusión de ritmos latinos con el rock "puro" de los años cincuenta. El mayo del 68 francés va marcar la decadencia del movimiento "hippie" y va a iniciar una década marcada por muevas convicciones y compromisos en todos los ámbitos. Esta decadencia es retratada por el escritor Robert Greenfield y citado por Simon Leng en su biografía sobre Carlos Santana.
Un buen concierto en Family Dog o en el Avalon sacarían a todo el mundo de su madriguera, donde estaban colocados durantes días, viendo el disco girar, enloquecidos con Love o Airplane o Dead, tan colocados que le llevaba un día controlar suficientemente como para salir a la calle y enfrentarse a las realidades de la ciudad, los semáforos y los postes de teléfono.
Los cambios empiezan a notarse y entre los jóvenes mexicanos, por ejemplo, entre ellos los Santana, dejan de considerarse como tales para asumirse como chicanos con lo que ello significaba. Por otra parte, el declive de la música psicodélica va dejar campo al surgimiento de nuevas músicas. La nueva fusión que Carlos Santana y su grupo logran desde su primer larga duración Santana (1969), y los dos siguientes, Abraxas (1970) y Santana 3 (1971), aparte de mantenerse dos años seguidos como los más vendidos en los Estados Unidos, va a convertirse en la columna vertebral del rock latino y una constante influencia para grupos o solistas que van desde Los Jaivas a Juanes, hablando sólo del ámbito de la musical en español.
Tal vez el maestro Leo Brouwer tenga mucho de razón cuando dijo aquello del pop, y que yo extiendo a la música de Carlos Santana, "que no eran más que Cha cha chá con batería". Para comprobarlo, basta oír "La del vestido rojo" de Carlos Rigual y compararla con "Oye como va" de Carlos Santana.
El caso de Jorge Santana, guitarrista como su hermano, va a ser más bien singular, pues abarca con su trayectoria artística los dos movimientos musicales más importantes generados por la música latina en los Estados Unidos: el rock latino en el sur, fusionado por los mexicanos y la salsa en el norte, por los portorriqueños. Nutrido en los nuevos conceptos de fusión creados por el grupo de Carlos y en posesión del mismo bagaje musical, Jorge y el percusionista Francisco Aguabella forman un grupo de rock, "Malo" y convierten en éxito la canción "suavecito". "Malo" graba entre 1971 y 1973 tres discos y realiza diversas giras por Norteamérica. Pero la música de Jorge Santana y su grupo no logra cuajar un rock latino con la suficiente fuerza para lograr una autonomía propia, se mantiene más bien apegado a sus raíces latinas como el mambo o el merengue.
En esos mismos años la discográfica Fania hacía intentos por reclutar a los mejores músicos para formar la que sería conocida como la Alls-Stars, una "gran" orquesta para lanzar al mercado lo que ya se conocía como salsa. A inicios de los setenta habían realizado un primer concierto, pero sus dos primeros discos no tuvieron la pegada esperada. El segundo concierto, en 1971, es ya un éxito y los dos discos grabados en vivo arrasan en ventas. En 1973, en el célebre concierto del Yankee Stadium, logran reunir 64 mil espectadores. Allí, junto a Harlow, Colón, Barreto, Pacheco, Roena y Valentín entre otros estaba, en la guitarra, Jorge Santana.
Tal vez, sin saberlo en un primer momento, el derrotero musical que Jorge seguía estaba más cerca de la salsa que del rock latino. El que parecía ser un pato feo en el rock se convierte en un cisne para la salsa. Su famoso solo de guitarra en ese concierto es el hito en el que confluyen los dos grandes géneros creados por los inmigrantes latinos. Y este solo, tiene también estirpe de Cha cha chá. Un año después (1974), La Fania edita una verdadera joya discográfica: Latin-Soul-Rock en el que se puede escuchar (sentir) la mecánica musical con el que se funden estos géneros.
No es casualidad, en el arte -repito- no las hay, que en 2002 el grupo Maná invitara a Rubén Blades y a Carlos Santana a la grabación de uno de sus discos. Si hay culpables, no lo olvide: la culpa es del Cha cha chá.