Dos palabras, 'arrequife' y 'socaire', halladas en el curso de la lectura, plantean sendas incógnitas que conducen a la exploración del Diccionario (el DRAE, por antonomasia, para los lectores de lengua española). Esa exploración, y la de otros similares, conducen a nuevas preguntas en las que seguramente se reflejan las necesidades de una enorme mayoría de los lectores. Las definiciones circulares o en cascada son dos de los abismos en los que el Diccionario -como entidad metafísica- puede sumir a su lector. Pero, por fortuna, el universo no acaba en la última página del diccionario.
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'Arrequife'
o El Diccionario como ruina circular
En una de la fantasías más filosóficas de Borges, un personaje sueña una pesadilla que se complica incesantemente, sumiéndolo en creciente incertidumbre, hasta que en determinado momento comprende que él mismo es tan sólo una sombra en el sueño de otro.
El escenario del sueño es un templo en ruinas, en forma de círculo, coronado por la estatua de un tigre; el argumento del cuento es una alusión al problema clásico del 'argumento circular': un truco discursivo cuyo final nos reconduce al comienzo, sólo que, en este caso, como en una cinta de Moebius o en ciertos toboganes de feria, al llegar allí tenemos la sensación de que ahora el universo narrativo está invertido: el norte es el sur, el cielo es el suelo, arriba es abajo.
El cuento se titula, apropiadamente, 'Las ruinas circulares' y pertenece al libro Ficciones, de 1944, que puede leerse en las páginas 451-455 de las Obras Completas (Buenos Aires: Emecé: 1996) del escritor argentino. El tigre, el soñador y los sueños son tópicos recurrentes en la imaginación borgeana.
Algunos diccionarios se parecen de manera alarmante al sueño de la ruina circular de Borges, y algunos de sus lectores pueden llegar a pensar a veces que ellos también son protagonistas de una pesadilla, criaturas imaginarias de la literatura fantástica.
Un día del verano de 1959-1960, en Buenos Aires, mientras preparábamos el ingreso a la Universidad, mi amigo Guillermo W. Thiemer me coloca bajo la nariz un libro grueso y maltratado.
"¡Leé donde sale 'arrequife'!", me dice.
Siendo yo un par de años menor que él, me inclinaba
entonces a obedecerle, y leí.
No había terminado yo de absorber el impacto cuando:
"¡Y ahora buscá 'almarrá'!", me urge Guillermo.
Yo no sabía entonces lo que era una definición circular, pero la experiencia de toparme con una, a tan temprana edad, me causó una profunda impresión y me marcó de por vida.
En la casa de mis padres no existía el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia; sólo había un ejemplar desvencijado de su Diccionario manual de los años 20, que a mi temprana edad yo conocía mejor por sus viñetas que por sus definiciones.
Sólo volví a encontrarme con el problema de la definición, algunos años después, cuando cursé Lógica, con Andrés Raggio como profesor, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Por entonces ya sabía yo que Aristóteles y sus discípulos habían prescripto la fórmula de "género próximo y diferencia específica" como norma para las definiciones. En aquel curso descubrí que había mucho más que decir sobre el tema.
Mi amigo Guillermo era un anarquista tan pacífico en sus actos como corrosivo en sus palabras, siempre matizadas de ironía. Con su pequeño experimento lector del verano de 1960 abrió ante mis ojos un vasto territorio de dudas acerca del DRAE: sin pensar más, lo relegué a las sombras del olvido, y me dediqué a otros diccionarios más gratos para el lector, como el Oxford Concise.
A pesar de los esfuerzos de los académicos y de los profesionales de la lengua que trabajan para la Real Academia Española, el DRAE sigue arrastrando una resaca de definiciones obscuras, incompletas, circulares, cuando no totalmente obsoletas (v. la de 'átomo', por ejemplo, que confunde la física con la química, y lleva un atraso de un siglo con respecto al núcleo atómico).
Días pasados quise repetir el experimento al que me había sometido hace casi medio siglo mi amigo Guillermo. Sobre mi mesa de trabajo hay un ejemplar de la 21ª edición (1992) del Diccionario de la Real Academia Española. Repetí los pasos iniciales y fui otra vez de 'arrequife' a 'almarrá' y volví adonde había comenzado.
Una vez más, comprobé que las definiciones de 'arrequife' y 'almarrá' conforman un círculo. Pero ahora me percaté de que de él se desprendían tres trazos que conducen a 'imela', 'palomilla' y 'alijar'.
Dispuesto a no dejar incógnitas sin resolver, fui pasando de palabra en palabra hasta llegar al extremo del laberinto: es decir, hasta esclarecer el significado de todas las palabras cuyo significado desconocía o me despertaban dudas.
El resultado es el que sigue (las palabras subrayadas en las definiciones son las que plantearon nuevas búsquedas de significados: entre corchetes cuadrados, las que no conducen a ninguna parte):
arrequife. (Del ár. ar-rikab con imela, el soporte, el estribo.) Cada una de las dos palomillas de hierro que en el almarrá van sujetas a las extremidades de la empuñadura y mantienen el cilindro paralelo a ella. (I, 198a)
almarrá. (Del ár. al-muhlay.) m. Cilindro delgado de hierro, que gira entre dos arrequifes sujetos a las extremidades de un palo, y sirve para alijar el algodón, comprimiéndolo contra una tabla. (I, 107b)
alijar2. (Del fr. alléger, aligerar, aliviar.) tr. 3. Separar la borra de la simiente del algodón. (I, 102b)
[imela. (Del ár. imala, inflexión.) f. Fenómeno fonético de algunos dialectos árabes, antiguos y modernos, consistente en que el sonido a, generalmente cuando es largo, se pronuncia en determinadas circunstancias como e o i. Existió en el árabe hablado en la España musulmana. (II, 1143b)]
palomilla1. f. 10. chumacera, pieza con una muesca, en que descansa y gira cualquier eje de maquinaria.
chumacera. (Del port. chumaceira.) f. Pieza de metal o madera, con una muesca en que descansa y gira cualquier eje de maquinaria. (I, 655a)
borra1. (Del lat. burra.) f. 5. Pelusa que sale de la cápsula del algodón. (I, 314a)
[simiente. (Del lat. sementis.) f. semilla. (II, 1882a)]
cápsula. (Del lat. capsula, d. de capsa, caja.) f. 6. Bot. Fruto seco, con una o más cavidades que contienen varias semillas y cuya dehiscencia se efectúa según el plano que no es perpendicular al eje del fruto; como el de la amapola. (I, 403a)
dehiscencia. (Del lat. dehiscens -entis, dehiscente.) Acción de abrirse naturalmente las anteras de una flor o el pericarpio de un fruto, para dar salida al polen o a la semilla. (I, 673b)
antera. (Del gr. anthera, florida.) f. Bot. Parte del estambre de las flores, que forma a modo de un saquito, sencillo o doble, donde se produce y guarda el polen. (I, 151b)
pericarpio. (Del gr. perikárpion.) m. Bot. Parte exterior del fruto de las plantas, que cubre las semillas. (II, 1576a)
estambre. (Del lat. stamen -minis.) amb. Ú.m.c.m. 4. Bot. Órgano masculino de la flor de las fanerógamas, que es una hoja transformada; consta de la antera, y generalmente, de un filamento que la sostiene. (I, 906b)
fanerógamo, -ma. (Del gr. phanerós, manifiesto, y gamos, casamiento.) adj. Bot. Dícese de la planta en que el conjunto de los órganos de reproducción se presenta en forma de flor, que se distingue a simple vista. En la flor se desarrollan las semillas, que contienen los embriones de las nuevas plantas. Ú.t.c.s.f. // 2. f. pl. Bot. Tipo de estas plantas. (I, 950b)
Esclarecer totalmente el significado de 'arrequife' y 'almarrá' me llevó a otros trece artículos del DRAE21. Uno solo de ellos -'simiente'- resolvió mi duda con un simple sinónimo. Otros cinco me obligaron a por lo menos una búsqueda más en el diccionario.
Me pregunté si las definiciones de 'almarrá' y 'arrequife' que nos ofrece hoy el Diccionario han sido siempre las mismas y, en caso contrario, cómo han evolucionado en los tres siglos de su existencia.
También me pregunté qué sucedería en otros diccionarios de otros idiomas.
Consulté en primer lugar el Simon & Schuster's International Dictionary. English/Spanish, Spanish/English (MacMillan: New York: 19972). La palabra española 'almarrá' no tiene sinónimo en inglés; el diccionario bilingüe la define como simplemente "cotton gin" (923a). Lo mismo sucede con 'arrequife': "iron bearing (supporting the pressing cylinder of a cotton gin)" (953a).
Para despejar toda duda y hacer justicia en la comparación busqué 'gin' en el mismo diccionario, y obtuve: "4. (máquina) despepitadora, desmotadora (Amér.) (de algodón)" (302c); similar resultado me dio 'cotton gin': "despepitadora de algodón, desmotadora (Amér.)" (150b).
Para completar la comparación, busqué 'cotton gin' en el Concise Oxford Dictionary of Current English (Oxford: Clarendon Press: 19959): "machine for separating cotton from its seeds" (304a).
Un intento de repetir la experiencia en francés con el bilingüe Diccionario Moderno Francés-Español (París: Larousse: 1986) arrojó resultados aún más concisos. Ni 'almarrá' ni 'arrequifes' tienen carta de ciudadanía allí, y 'alijar' está lacónicamente declarado como "Débourrer (el algodón)" (53b).
La siguiente visita, al primo hermano, el Petit Larousse 2001 es lapidaria. Dice de 'débourrer': "Ôter la bourre de- Débourrer une pipe, en ôter le cendre de tabac" (300b)". Del algodón no queda ni una hebra.
El flamante Diccionario esencial de la lengua española, de la Real Academia (Madrid: Espasa: 2006) no alberga a 'almarrá' ni a 'arrequifes'; 'alijar' (69b) sólo figura en su acepción naval de desembarcar mercaderías o contrabando.
Es inútil escarbar en los profundos estratos geológicos de las sucesivas ediciones de los diccionarios de la Real Academia Española, desde sus más remotos orígenes: todo está como era entonces, salvo que las ruinas circulares se van reduciendo lentamente a escombros, y los escombros, a polvo.
Desaparecen 'almarrá', 'arrequife' y seguramente buena parte de la familia de objetos referenciales a la que pertenecen. Quien desee verificarlo sólo tiene que buscar en el sitio de Internet de la Real Academia Española (www.rae.es).
Allí podrá comprobar que 'arrequife' aparece por primera vez en el llamado Diccionario 'de Autoridades' (1770): "Hierrezuelo que se ase a la punta del palillo que sirve para alijar el algodón" (334b); 'almarrá' emerge en el DRAE (1899) como "Cilindro delgado de hierro, que gira entre dos arrequifes sujetos a las extremidades de un palo, y gira para alijar el algodón oprimiéndolo contra una tabla" (51a).
Esta última comprobación nos deja en la playa del náufrago, vivo pero desolado.
La definición circular es una plaga perpetua que amenaza a todos los diccionarios. Dejarlas sucumbir en el olvido, sin intentar repararlas, como lo hace el Diccionario, es una confesión de culpa, no su redención. Los lectores de la literatura seguiremos encontrándonos con 'almarrá' y 'arrequife' en la literatura del Siglo de Oro -y de antes o después- y volveremos a sentir curiosidad por estas palabras que nos remontan a un pasado aún más remoto en el que el español heredó las palabras árabes comenzadas con al-.
A este paso, pronto no tendremos ya en el Diccionario unas definiciones circulares que nos impulsen a aventuras expedicionarias en bibliotecas arqueológicas: apenas un espacio vacío entre palabras antes vecinas.
¿La Almarrá? Sí, señor, yo la conocí; ella vivía en esta calle, pero hace tiempo que no sabemos nada de ella, porque se puso a trabajar y entonces las mujeres ya no quieren que sepamos más de ellas. Era morita, ¿sabe? Se fue con ese Arrequife, que ya tampoco anda por acá, porque ya no se alija más nada por estos barrios.
2
'Socaire'
o A vueltas con el Diccionario
En la primera semana de abril de 2007, la Escuela de Escritores, un centro educativo de Madrid dedicado a la formación literaria, lanzó en su página web la propuesta de convocar a escritores, escribientes, internautas y personas en general interesadas por la lengua, para que apadrinaran palabras del español amenazadas de extinción, de la misma manera en que ciertas ONG de los países desarrollados invitan a "apadrinar" a niños del Tercer Mundo.
La propuesta provocó distintas reacciones, unas favorables, otras contrarias. Unos días después, en Madrid, el diario El País publicó en lugar destacado de su página de Opinión una furibunda carta de un lector visiblemente amoscado por lo que consideraba "una solemne memez más".
La carta no es extensa pero sí jugosa, y vale la pena leerla en su totalidad. Dice así:
Dejen a las palabras en paz
Pedro Álvarez de Miranda
El País - Madrid - 10/04/2007"Al parecer, una denominada Escuela de Escritores ha tomado la pintoresca iniciativa de que los políticos, escritores, periodistas o simples internautas que lo deseen puedan "apadrinar" una palabra que, supuestamente, se halle "en peligro de extinción". Es una solemne memez más, de las muchas que genera la extraña tendencia que los miembros de aquellos "colectivos" padecen a autoinculparse por los presuntos "males" del idioma. El léxico del nuestro, contra lo que dicta el tópico a una legión de contritos opinantes, no se empobrece, sencillamente evoluciona, y aun se hace acumulativamente más denso en quienes lo emplean con conocimiento y tino.
Antaño los políticos se fotografiaban depositando una generosa limosna para los negritos del Domund. Me lo han recordado algunos de sus descarriados comentarios de ahora sobre sus respectivas "ahijadas". Uno dice que bisoñé (galicismo, por cierto, de inaveriguado origen) tiene una "muy española ñ", con patrioterismo gráfico que ya estomaga. A otro le parece que avatares es vocablo que "está cayendo en desuso" (pero eso depende de a quién lea uno, y con quién hable), y que hay que salvarlo por su "sonoridad" (?), siendo así que "suena" como tantísimos otros, vivos o moribundos. A un portavoz que nos tortura a diario con injustificadas sonrisitas resulta que anteojo también le "divierte mucho". El presidente del Gobierno se encariñó con una voz oída en su León natal, andancio, "enfermedad epidémica leve". Quiso lucirse, pero sus asesores le proporcionaron una documentación pobre, y chapuceramente allegada. Creyeron ver en la página web de la Academia Española que ese vocablo entró en el diccionario en 1952, cuando en realidad lo hizo en 1925 (es que en 1952, por lo demás, la Academia no publicó diccionario alguno).
De la misma fuente extrajeron que la palabra iba marcada como propia de Cuba, León y Salamanca, omitiendo el dato, más importante, de que en 1956 la Academia prescindió de cualquier localización geográfica. El presidente eligió "esta palabra en desuso" -en rigor no lo está; pregunten, por ejemplo, a muchos montañeses- "porque es leonesa y aparece en novelas como Volvoreta, de Wenceslao Fernández Flórez [gallego, por más señas], o Retratos de ambigú, de Juan Pedro Aparicio". Son datos que también proceden de los corpus textuales de la propia Academia. Cuyo extinto Diccionario histórico les habría brindado mucho más rica información: andancio se documenta por vez primera en un repertorio cubano de 1849, y después aparece registrada en numerosas partes de España (León, Salamanca, Extremadura, Cantabria, Ávila, Palencia, Burgos, Toledo, Canarias...), lo que justificaría que la Academia renunciara a aquella inicial localización. Ese mismo diccionario -que si estuviera completo sería tan de inexcusable consulta como lo es el de Oxford para cualquier anglohablante de regular cultura- ofrece textos de Luis Maldonado, Concha Espina, Unamuno o Delibes.
La orfandad y el desvalimiento son nuestros, no de las palabras. Que las dejen en paz."
La República de las Letras se puso en pie de guerra. La carta fue recogida en diferentes grupos de Internet. En la lista de correos Apuntes, de la Fundación del Español Urgente, que patrocinan la agencia noticiosa EFE y la Real Academia Española, la iniciativa y la carta provocaron un animado debate, centrado más bien en el tono injurioso y fuera de lugar que empleó el airado lector.
De no ser por la carta, sin embargo, muchas personas no se habrían enterado seguramente de la iniciativa de la Escuela de Escritores, ni se habrían puesto a pensar en las palabras del español que se encuentran en peligro de extinción. Suelen preocupar más las que invaden el habla y se introducen no siempre afortunadamente en la escritura.
Aplacado el debate acerca de la carta, quedó en el aire la convocatoria. ¿Quien no guarda en algún rincón de la mente alguna palabra que alguna vez le llamó la atención, y no teme que nunca más volverá a oírla o leerla en su vida?
La respuesta me llevó a meterme a vueltas con los diccionarios, una experiencia siempre estimulante y reveladora. Un par de días más tarde envié el mensaje que copio abajo a la dirección de la Escuela de Escritores. Hecho el envío, pasaron unos segundos y apareció en mi correo una respuesta automática que me decía que a la brevedad alguien de ese centro se comunicaría conmigo.
No he tenido noticias de la Escuela de Escritores desde entonces, ni sé qué habrán hecho con mi propuesta de apadrinamiento, pero yo me doy por satisfecho con lo que encontré en mi búsqueda.
Los apuntes que siguen narran la historia por sí mismos.
'SOCAIRE'
Estimados amigos de la Escuela de Escritores:
Deseo apadrinar la palabra 'socaire'. Creía haberla encontrado por primera vez, hace mucho, en un poema de Antonio Machado: 'Mis poetas' (Campos de Castilla, en Obras completas (Madrid: Espasa-Calpe: 1989, I, 600). Pero al verificar la cita compruebo que mi memoria me ha traicionado: la palabra que emplea Machado no es 'socaire', sino 'repaire'. ¡Traidora cuasi-homofonía! Ambas palabras, sin embargo, suenan como que tienen algo que ver con 'aire' ... aunque tal vez eso no sea más que un falso eco.
Antes de ir a Machado, yo había buscado en el Diccionario de la Real Academia Española. Había encontrado toda una tribu de palabras que comienzan con 'soca-' y que en sus definiciones tienen un cierto aroma de parentesco: soca, socaire, socairero, socarra, socarrar, socarrén, socarrena, socarrina, socarro, socarrón, socarronamente, socarronería (DRAE21: II, 1893b-1894a).
Paro aquí, a pesar de que la página del DRAE donde encuentro 'socaire' es una mina de lecturas fascinantes. (Además, hay cierto aire de familia con otras palabras que comienzan con 'so-', allí mismo.)
La mera vecindad no acredita parentesco, aunque despierte dudas al respecto. El DRAE se parece en eso a ciertas viejas corralas de Madrid, que ocupan mucho espacio en la literatura española y yo conozco por haber vivido un tiempo en alguna de ellas. También en el ilustre mamotreto a menudo se hace difícil saber con certeza cuáles son las churras y cuáles las merinas.
De 'socaire', el DRAE dice (II, 1893b) en su primera acepción (es término de marina) "Abrigo o defensa que ofrece una cosa en su lado opuesto a aquel de donde sopla el viento", y también "Hacerse remolón el marinero en el coy, sin salir a la guardia"; y en la segunda (en lenguaje figurado y familiar) "Esquivar y rehuir el trabajo".
Si España es la madre de la picaresca, esta palabrita lo tiene todo para entrar en su divisa, argumento con el que la defiendo en este torneo de palabras.
Lamento informar que mi edición del DRAE -la 21ª (1992), tres cuartos de siglo posterior al libro de Machado- no contiene la palabra 'repaire', aunque lleva 'repagar' y 'repajo', que nada tienen que ver con nuestras familias.
Copio -con permiso- el poema de Machado, origen y causa de todo esto, que figura en el primer tomo de sus OO.CC.:CL Mis Poetas El primero es Gonzalo de Berceo llamado, Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino, que yendo en romería acaeció en un prado, y a quien los sabios pintan copiando un pergamino. Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María, y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria, y dijo: mi dictado non es de juglaría; escrito lo tenemos; es verdadera historia. Su verso es dulce y grave: monótonas hileras de chopos invernales en donde nada brilla; renglones como surcos en pardas sementeras, y lejos, las montañas azules de Castilla. El no cuenta el repaire del romeo cansado; leyendo en santorales y libros de oración, copiando historias viejas, nos dice su dictado, mientras le sale afuera la luz del corazón.El poema de Machado, según Oreste Macrí, editor de las OO.CC. (I, 937-9), es una ensalada de versos y frases del poeta español Gonzalo de Berceo (s. XII), con citas y alusiones a los Milagros de Nuestra Señora y la Vida de Santa Oria.
'Repaire' no es la única voz de la que nos deja ayunos el DRAE, que de paso tampoco nos aclara satisfactoriamente 'romeo': "Griego bizantino" (sic) II 1808a. Nada satisfactoriamente. Nada.
Por estos argumentados motivos, y las notas adicionales adjuntas, solicito el apadrinamiento de la palabra 'socaire', reservándome la acción preceptiva en beneficio de 'repaire'.
ALGUNAS NOTAS ADICIONALES PARA 'SOCAIRE'
Cronología de Antonio Machado
1875 - Nace en Sevilla Antonio Machado
1907 - Se presenta a oposiciones y obtiene plaza de profesor de francés en institutos, que desempeñará en Soria, Baeza, Segovia y Madrid, hasta 1936.
1909 - Se casa en Soria con Leonor Izquierdo.
1910 - Viaja a París, acompañado de su esposa, con una pensión de la Junta para la Ampliación de Estudios. (Era su tercer viaje a Francia: había estado antes en 1899, con su hermano Manuel, para colaborar en el diccionario francés-español de Garnier, y luego, brevemente, en 1902.)
1911 - Regresa a España (con ayuda de Rubén Darío) debido a la repentina enfermedad de Leonor, quien muere de tuberculosis, en Soria, en 1912.
1917 - Primera edición de Poesías completas, que incluye 'Mis poetas'.
1939 - Muere en Collioure (Pirineos Orientales, Francia) Antonio Machado, que ese año se había refugiado allí, por la caída de la República Española.
[De OO.CC. , I, 13-50.]
'Repaire' en el Petit Larousse
A falta de algo mejor, examinamos el diccionario francés que tenemos más a mano, el Petit Larousse 2001, que nunca nos defrauda. Encontramos lo que sigue:
REPAIRE n.m. 1. Lieu de refuge d'une bête sauvage. 2. Endroit qui sert
de refuge à des malfaiteurs, à des individus dangereux. (879c)
Una conjetura acerca de 'socaire/repaire'
'Mis poetas' figura en las últimas páginas de Campos de Castilla, 1907-1917 (OO.CC. , I, 600).
¿Es este 'repaire' un galicismo inconsciente por 'socaire', un arrastre de la última, dramática estada de Machado en París?
¿Es la idea de refugio o protección, asociada con la dolorosa necesidad de cura que experimenta Machado tras la muerte de Leonor, su joven esposa, que ha sucumbido a la tuberculosis, lo que asoma detrás de 'repaire', esta palabra no registrada por el DRAE que aparece en 'Mis poetas'? Esto nos lleva a seguir buscando.
Un avance sobre 'repaire'
No aparece en el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (Madrid: Gredos: 1980) de Juan Corominas y Antonio Pascual, salvo en una entrada que sólo remite a 'parar'; y menos lo hace en el Diccionario de Autoridades de la RAE; pero la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana (Madrid: Espasa-Calpe: 1910-1930) L, 925b declara lacónica: "m. ant. Reparo, consuelo, alivio". Este 'ant.', por "antiguo", explica por qué no tenemos 'repaire' en nuestro DRAE, que presume de moderno.
Las cosas se aclaran (algo) finalmente
Las cosas caen por su propio peso y finalmente encontramos nuestro norte en la Vida de Santo Domingo de Silos, de Gonzalo de Berceo, en edición crítica y anotada por Teresa Labarta de Chaves (Madrid: Castalia: 1972), donde 'romeo' vale por "romero, peregrino" (236); y 'repaire', por "descanso, consuelo" (236).
¿Y qué sucede con aquel '-aire' que nos llevó a equivocar 'socaire' por 'repaire'? No hemos llegado muy lejos por este camino. Para Corominas 'repaire' se relaciona con el latín 'parare' que da nuestro moderno 'reparo' (en el sentido de "protección, descanso". En cuanto a la etimología de 'socaire', el DRAE no se moja: "De or. inc.", dice; léase, "de origen incierto".
Lo cierto es pues que no sabemos más al respecto, por ahora. Pero no perdemos las esperanzas. Es seguro que algún erudito Sherlock Holmes del castellano lo sabe y algún día, amable, nos lo querrá explicar.
Como, hará pronto un siglo, en la provincia de Buenos Aires, decía aquel modesto vecino de la finca rural de Adolfo Bioy -padre del escritor argentino Adolfo Bioy Casares y, en aquellos años, juez de campaña- comentando la resolución de un crimen misterioso: "Cada uno sabe algo. Entre todos lo sabemos todo".
Lo mismo puede aplicarse a los diccionarios.
Hasta aquí, las investigaciones a que nos incitó la convocatoria de la Escuela de Escritores. Como tantas veces, se sale de casa para tomar el fresco, y se acaba constipado.
En el juego del dominó, el azar depara las piezas a medida que los jugadores las toman a tientas. El buen instinto logra darles sentido y al cabo gana la partida.
Salimos en busca de 'socaire' y encontramos mucho más de lo que buscábamos.
3
Una reflexión final acerca del Diccionario
Nuestro viaje por los diccionarios pone en evidencia que ellos no tienen la última palabra. Hemos tenido que recurrir a dos ediciones eruditas de obras clásicas de autores españoles (Berceo, Machado) para terminar de entender de qué se trataba nuestra búsqueda.
Se podrá argüir que el Diccionario de la lengua española de la Real Academia no pretende ser un léxico histórico. El 'Preámbulo' de la XXI Edición (1992) declara, sin embargo, que su objetivo es cooperar al mantenimiento de "el idioma nacido hace más de mil años en el solar castellano". En un alarde numerológico, declara además haber alcanzado en esta edición la cifra de 83.500 vocablos, de los que más de 12.000 son acepciones añadidas o definiciones modificadas.
Basta abrir la primera página de la letra A, en el primer tomo, para toparse ya con un rico yacimiento de fósiles de diversa antigüedad y localismos de dudosa extensión, mientras esa misma edición revela la dificultad de leer y comprender con su sola ayuda un clásico moderno y universal de la lengua como Antonio Machado.
¿Significa esto una descalificación absoluta y definitiva del DRAE?
No lo creo. Pero sí implica la necesidad de que los hablantes -y los lectores y escritores, especialmente- acaben de sacarse de encima este metafórico yugo cultural que vienen arrastrando desde hace tres siglos.
Si el DRAE -y cualquier diccionario, bueno, regular o malo- sirve de algo, no es de referente último de la lengua, sino de punto de enlace de la experiencia hablante con los textos. No todo lo que está en el Diccionario sigue vivo en la lengua, o no sabemos cómo o por dónde llegó a sus páginas. No todo lo que no está en el Diccionario es necesariamente una aberración.
Los hablantes -y no los académicos- creamos la lengua. La creamos cuando la hablamos o escribimos; la re-creamos, cuando la escuchamos o leemos.
Recurrir al diccionario es un reflejo sano, ante la duda o la curiosidad: el diccionario es un vasto tesoro que guarda joyas muchas veces inesperadas. Rendirse ante el diccionario, sin embargo, es una renuncia al derecho de ciudadanía en la república de los hablantes: el diccionario no es el amo de la lengua sino tan sólo el reflejo de lo que quienes lo escriben creen que es o quieren que sea.
Recurrir al diccionario será siempre un primer paso en el camino del uso y de la comprensión. Pero ese primer paso será un buen paso, sólo si quien lo emprende es conciente de su derecho y deber de avanzar más allá en el camino toda vez que lo encuentre necesario.
Un buen diccionario -y lo fue el primero de la Real Academia Española, en 1736- será siempre una puerta abierta a otros diccionarios y otros libros que suministren al lector lo que sus páginas no pueden darle. Todo intento autoritario de cerrar esa puerta, sea explícito o implícito, implica un reconocimiento de que la verdad, si existe, está en otra parte.
Para acabar: lo mejor que puede decirse de un diccionario es que merece ser leído por sí mismo, más allá de la ayuda que pueda prestar para leer o escribir otros libros.