Harold Alvarado Tenorio se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid, en 1978, con una tesis sobre Borges cuando éste no era muy conocido en España, razón por la cual chocó con la anquilosada institución, a la hora de obtener el título, de no ser por la contundente intervención de don Alonso Zamora Vicente, que no sólo conocía al autor de Ficciones, sino que además había vivido la experiencia americana -tan necesaria a todo español peninsular-. Como tantos intelectuales proscritos tras la guerra civil, Zamora Vicente había desembarcado en 1948 en la mítica Buenos Aires, ciudad cuyo cosmopolitismo encerraba en sí mismo ese Aleph, que Borges nos descubriría en el cuarto de una casa. Con este catedrático la Universidad española ampliaba sus horizontes mentales acogiendo a tantos hispanoamericanos, entre ellos un joven Vargas Llosa que había presentando su tesis sobre García Márquez, dirigida por Zamora Vicente. Alvarado Tenorio no hacia otra cosa que continuar la tradición literaria, aportando un punto de vista audaz y original de la literatura latinoamericana, en auge en España, al tiempo que afianzaba sus conocimientos. En una entrevista a David Lara Ramos nos resume su paso por España: "Allí me tocó vivir el desarrollo y afianzamiento de lo que se llamó la generación poética del 50. A través de esa generación pude conocer a Kavafis, por ejemplo, y afianzar mi conocimiento sobre la poesía norteamericana contemporánea: T.S. Eliot, Ezra Pound, Williams Carlos Williams, Walance Stevens, o John Berryman ". Una de sus experiencias fue el haber conocido a Sartre, quien al parecer pasó clandestinamente a España y a quien escuchó en el Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe de Madrid, un mítico lugar de encuentro entre intelectuales españoles e hispanoamericanos.
Mucho camino había recorrido ya Alvarado Tenorio cuando llegó a la España del agonizante franquismo, en la que agitó las banderas de la oposición más irreverente al caudillo, junto con algunos condiscípulos, antes de encontrar una ocupación acorde con su formación, como se esperaba probablemente en su hogar. Burócrata, diplomático o asesor de un político, tareas a las que se ve condenado el poeta sin recursos -o con ambición de poder-, eligió la más digna, la de profesor universitario que ejerció en la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, donde se jubiló con la Medalla "40 Años Facultad de Humanidades" obtenida en el año 2006. Pero antes, durante ocho años, ya lo había sido de un prestigioso College de Nueva York, ciudad en la que, además de otras actividades, llevó un programa de entrevistas que lo puso en contacto con los más notables escritores latinoamericanos. Un largo camino recorrería por distintas ciudades de Europa, Asia y América, para volver a su patria con sus méritos a cuestas, como un regalo, más que una amenaza. Pero subir al tren de donde te has bajado no es nada fácil: los vagones están repletos de pasajeros y las sillas tomadas por los que han preferido aguardar, antes que ir en busca de su destino.
Como viajero y huésped inolvidable, Alvarado Tenorio ha recibido numerosas distinciones; como poeta ha sido homenajeado en el XIII Festival de Poesía de Bogotá en el 2005 y galardonado en 1993 en el XV Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita. Así obtiene un reconocimiento al margen de padrinazgos, camarillas y cuanta parafernalia acompaña a estos premios, en los cerrados y provincianos ambientes de su tierra natal -y en otras latitudes- donde, pese a los obstáculos, la poesía se abre camino.
Nacido en 1945, en Buga, una ciudad del Valle del Cauca, tierra amable y cálida que nos regaló la más bella novela del romanticismo americano, Harold Alvarado Tenorio estudio en la Universidad del Valle en Cali. Allí coincidió con un grupo de jóvenes intelectuales, poetas, líderes de izquierda, pintores y cineastas que darían mucho de qué hablar en el panorama cultural colombiano que en los años sesenta se vería sacudido por los poetas nadaístas. La suya, dice la crítica, es la Generación sin nombre (para otros es la Generación desencantada), por haber presenciado en la infancia los más atroces crímenes, tras el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán en 1948; y por haber crecido con las mentiras del Frente Nacional -que vendió al mundo la idea de un país democrático cuando en realidad se trataba de la asunción del poder de las mismas oligarquías, que habían llevado al país a la guerra civil y que, tras la matanza de más de 300 mil campesinos, se turnaban la presidencia cada cuatro años-. A ella pertenecen, entre otros, Juan Gustavo Cobo Borda, Darío Jaramillo Agudelo, Juan Manuel Roca y María Mercedes Carranza.
Adolescente, Alvarado Tenorio ya había conocido a los nadaístas en Bogotá, donde terminó sus estudios de bachillerato y donde vivió el anonimato, la soledad, el frío y la austeridad. Lo que le sucede a todo provinciano que llega a la capital desde cualquier lugar de Colombia. Bogotá crecía con el éxodo de campesinos, como hoy desalojados de sus tierras, que dieron lugar a los cordones de miseria que ciñen los márgenes de la ciudad. Sin embargo, un faro iluminaba el sombrío paisaje, expresión de la inteligencia y de la necesidad de derruir los muros de ignorancia: la revista Mito que difundía las corrientes de pensamiento del siglo XX: Sastre, Marx y Nietzsche, entre otros mitos. En esas lecturas se formaron los jóvenes rebeldes, atentos a las vanguardias europeas, y ansiosos de ingresar en la modernidad a través del libro, la única vía posible en un medio tan precario como el colombiano. En la mencionada entrevista concedida a David Lara Ramos diría: "Llegué a Bogotá a comienzos de los años sesentas, y en el primer colegio donde llego me echan por esas ideas que ya yo traía sobre la educación y la religión. Entonces tengo que procurarme mi propia matrícula y buscar donde vivir". En sus incursiones por la ciudad, tropezaría con "El Cisne" un café donde conoció, entre otros, a "...Marta Traba, Gonzalo Arango, Santiago García, Miguel Torres, Nicolás Suescún, Jorge Child, Alfonso Hansen, Hernando Valencia Goelkel, Mario Rivero..." También a Jorge Gaitán Durán y a Eduardo Carranza. Pero además, en la biblioteca Luis Ángel Arango, donde leyó por primera vez a Borges, pasaba largas horas formándose. Así fue como se vinculó con el mundo de la cultura de Bogotá en los años sesenta.
Y es que antes de ... Alvarado Tenorio ya había viajado, vivido y abandonado, lugares, personas y momentos de los que deja constancia en su obra poética, léase por ejemplo "Entre París e Irún" donde quedaron las cenizas que guardabas de aquello conocido entre nosotros como esperanza, versos que evidencian la lección aprendida de Borges, su maestro, ya en el primer poemario Pensamientos de un hombre llegado al invierno (con un excelente prólogo "descaradamente" atribuido a Borges por autor del libro y que hace parte de la mitología en torno a Alvarado Tenorio).
Decía que, antes de trasladarse a España, Alvarado Tenorio ya había realizado una gira por Hispanoamérica. Emprendió esa travesía cuando aún no había cumplido los veinte años, haciendo gala de su condición de aventurero, como si obedeciera al impulso vital que empuja al poeta a abarcar el tiempo y el espacio, consciente de que lo irá ganando para su poesía. Si la poesía es vida concentrada, en los versos de Alvarado Tenorio está contenida la fuerza, el ímpetu del viaje, pero también el desencanto que sigue a la realización de ese deseo abarcador. Porque, a la vez que se anhela el viaje, se echa de menos el recogimiento, la soledad y el silencio de donde emerge el poema. De ese desencanto trata precisamente su primer libro Pensamientos de un hombre llegado al invierno (1972) donde el autor se anticipa a la nostalgia de una juventud que apostó por la vida, por el dolor de existir y la jubilosa celebración del placer, temas que reelaborará en Recuerda cuerpo (1983) un homenaje a Kavafis, figura clave hacia donde confluyen las condiciones de viajero y vitalista características de su biografía. A estos dos libros, que sientan las bases de su poética, le siguen Libro del extrañado (1985), El ultraje de los años (1986) y Summa del cuerpo (2002), libro que se publicó tras una larga enfermedad que lo mantuvo apartado de la vida pública.
Si la cronología de un poeta está marcada por la publicación de sus libros, ¿qué hay entre título y título? Sin duda, una lucha interior, un tenso enfrentamiento entre la realidad y el deseo que se zanja, por decirlo de alguna manera, en el poema. Pero el poeta no deja de ser un individuo social y colectivo al que afectan las realidades de su entorno. Colombia, dicen que es tierra de poetas, pero también de leones, en el sentido feroz de estos felinos que afinan sus colmillos y sus garras parar asegurarse el sustento. Esa rapacidad del medio intelectual se debe a la escasez de recursos que obliga a determinados sujetos a abrirse paso a codazos, es decir, excluyendo a otros. Cuando el sistema está pervertido desde su entraña no valen políticas culturales, como las que se han ensayado en el país en los últimos años, con las mejores intenciones, probablemente: esto es, abrir espacios y dar oportunidad al talento, venga de donde venga.
Alvarado Tenorio ha padecido esas asimetrías en carne propia y no ha dejado de gritarlo a los cuatro vientos. Tal vez por esta razón su presencia acabe siendo molesta, sobre todo para quienes son blanco de sus ataques: los que él considera privilegiados del poder o cómplices de éste. Recurriendo a la sátira, la ironía, la caricatura y la ridiculización del contrario, siembra dudas sobre determinados personajes, aunque no siempre sus excesos son bien recibidos por los interlocutores sobrios y distantes. Pero él no puede evitar introducir el dedo en la llaga degenerando en el sarcasmo y el insulto. De esta forma conquista un lugar entre los cultores de este género quizás muy común entre los solitarios. Y es que no podría explicarse su biografía sin esa lucha constante por el lugar que le corresponde, ya no a él, sino a su poesía. Pero ésta, sin que se estampe objetivamente en los manuales, antologías o historias literarias, ya tiene un lugar, pese a una personalidad que suele hacerle sombra. Si miramos más allá descubriremos que su corpulencia de otro tiempo, sus excesos, su histrionismo son máscaras tras las cuales se oculta un hombre abandonado en su más pura sustancia. En esa contradicción hay una pulsión que empuja esa ansia de vida y que como el oxígeno que nos alimenta, también nos desgasta.
Porque lo que distingue a Alvarado Tenorio de sus compatriotas y contemporáneos es la contundencia de su verbo, a la hora de "cantar las verdades" con la vehemencia de los profetas bíblicos, emulando a ese radical que fue José María Vargas Vila, rebelde y viajero impenitente que como él, atravesó océanos de odio llevando a cuestas sus libros como hijos malditos. Con este escritor decimonónico es con quien guarda más afinidades de las que pudiera pensarse: la vitriólica vehemencia de su verbo y el erotismo como tema recurrente en su obra. Vargas Vila vivió y padeció sus pulsiones sexuales como un tormento, fruto del cual son sus criaturas transgresoras, artistas malditos, líderes políticos desterrados, mujeres sojuzgadas por la cultura machistas, dictadores lastimosos reducidos a su condición animal y apocalíptica. Ahí nos deja esa galería antropomórfica que son para él los caudillos, demonios, hijos del mal que se cierne sobre el suelo americano. Cierto discurso político trata de imitarlo sin conseguirlo y Alvarado Tenorio es consciente de ello. Por esta razón lo parodia, yo diría que con sumo placer, pues es de suponer que detrás de su afilada lengua se esconde una criatura de maldad infantil que admira lo que odia y odia lo que admira: la belleza y el horror, la bajeza y grandeza del alma humana. Sin esa posibilidad de juntar contrarios y ofrecer distintas aristas de un mismo objeto no desarrollaría la ironía que le permite una mirada sobre sí mismo y que convierte la crítica del otro en autocrítica: De la aristocracia / queda todo: la buena voluntad, / el amor al prójimo, / las buenas maneras / y el calor humano. / Nosotros, los siervos / nos complacemos/ en copiar.
Sin embargo, en la asunción del erotismo un siglo lo separa de Vargas Vila, sin que la intolerancia y la exclusión hayan sido vencidas en Colombia. De ello pudo dar constancia al ser desalojado de su casa solariega por las "fuerzas del orden" que se instalaron allí e hicieron desaparecer a su amigo y compañero. Vargas Vila conocía y admiraba a Nietzsche, el más vitalista y el más trágico de los filósofos-poetas, pero no alcanzaba a medir las consecuencias de una propuesta que iba más allá de las fronteras del lenguaje, provocando una fractura, abriendo un abismo entre la palabra y el ser y que le correspondería sondear a las vanguardias. Poeta frustrado, Vargas Vila fue devorado por una pasión política a la que subordinó su obra; incluso sus novelas eróticas tienen un componente político que marca a los protagonistas enfrentados a la autoridad, empezando por Dios, pasando por los tiranos hasta llegar al progenitor.
El poder que controla y determina las relaciones humanas, amordaza al cuerpo impidiendo la realización del deseo. El sexo, entonces, es asumido como una forma de liberación, pero también como una condena. La poesía de Alvarado Tenorio no es de ningún modo ajena a esta circunstancia, aunque nos parezca en cierto modo clásica, con sus epigramas, sentencias y proverbios, formas con las que evoca las elegancias decadentes de un Séneca o la milenaria sabiduría de las culturas orientales. Alvarado Tenorio celebra el deseo, la fugacidad del instante, la efímera belleza del cuerpo, la precaria juventud y el desencanto ante las cosas del mundo: el poder, la riqueza, el prestigio, la ambición, la avaricia, la mezquindad, etc. Contra estos vicios se ha rebelado abriendo espacio a la inteligencia y el talento de otros, ejerciendo un magisterio al margen de la oficialidad que, sin duda, ha dado frutos, y con el que alimenta su proyecto poético y editorial desde Arquitrave, la revista que dirige.
Y es que su labor como crítico literario, otra de las facetas de su ser, no es de ninguna manera desdeñable. Así lo demuestra la larga lista de libros de ensayo, antologías y traducciones, tanto de lengua inglesa (véase Poesía de T. S. Eliot) como del chino (véase Poemas chinos de amor). Su revisión del canon ha aportado una visión novedosa en torno al hecho literario latinoamericano, subrayando anomalías y estrategias de exclusión por parte de los grupos culturales hegemónicos -que desplazan del sistema literario nombres y estéticas ajenas a sus gustos o simplemente incómodas-. Casos como el del colombiano Aurelio Arturo, hoy revalorado por suerte, pone en cuestión el funcionamiento de la elite intelectual colombiana que mantiene en las sombras determinados nombres a favor de otros, acaso más afines al poder. Conviene por tanto consultar su obra crítica en tres volúmenes, Literaturas de América Latina (Ediciones Universidad del Valle, 1995) y Una generación desencantada (1985) para entender estos procesos de inclusión y exclusión, porque el canon no es de ningún modo el corpus de una literatura. Asimismo es meritorio su trabajo Poesía española contemporánea (1980) a través del cual da a conocer a los poetas de la generación de 50, que conoció durante su estancia en España. Como crítico, Alvarado Tenorio no puede ser imparcial porque ha de mantenerse en la misma postura radical frente al poder, lo cual no significa que falte al rigor, todo lo contrario, su dedicación y entrega, su curiosidad y suspicacia nos ofrecen ese punto de vista audaz que cuestiona lo ya sabido y nos mueve a revisar nuestros conocimientos.
Sin embargo, al lado del crítico "implacable", tenemos al poeta clásico, refinado y elegante; y también al orador terrible que asalta la prensa local con su ironía trágica, por lo inútil, ya que el escándalo sacude, pero entorpece la visión del paisaje. En resumen, tenemos al profeta que vive para la hora presente y registra lo episódico de la humana condición; y al poeta consciente de que, aunque al morir no podamos llevarnos nada de este mundo, el arte en cuanto forma es eterno, de otro modo no escribiría: Gran vida que das y todo quitas / ni siquiera el recuerdo quedará en nuestros huesos / ni siquiera la música del violín de Mendelssohn, concluye. Sin duda, para Alvarado Tenorio todo ocurre en el cuerpo y acaba allí. Por esta razón deplora el efímero paso del ser humano por un mundo que lo limita no sólo con su condición perecedera, sino por una serie de prejuicios, condicionamientos y obstáculos que impiden su plena realización: "Miro tu rostro / y me pregunto: / ¿Quién estableció esta rutinaria separación de edades?/ ¿Quién la fidelidad como hierro inamovible?/ ¿Quién nos quitó la realidad / y sólo nos dejó el deseo? ". Por lo general esos obstáculos nos aguardan al nacer y están tan atados por la maquinaria del poder que convierten la pobre vida humana en una postergación perversa de los deseos y los sueños. Pero, a veces, esos monstruos están dentro de nosotros y es preciso liberarse de ellos. Es lo que intenta el poeta y es esa la batalla más cruenta de cuantas debe librar.