Sylvia Miranda es poeta y narradora. Premio Novela Corta del Banco Central de Reserva del Perú en 1996, es Doctora en Literatura hispanoamericana de la Universidad Complutense de Madrid. Su última publicación es Poema del tigre y el mar, edición de artista, con un grabado de Sylvain Mâlet, Madrid, Centro de Arte Moderno, 2004
Llevando el corazón secreto y el talismán seguro
E.A.Westphalen
I
He escrito para cuando llegues un camino sin mirar atrás, sin consejas, sin días. Una escritura sin nada. La casa de la escritura vacía. Pálidas columnas, voces inaudibles, estelas fugaces que ya nadie podrá ver ritmando, cosechando planetas, galaxias enteras. Nada, apenas un blanco donde guardar tu primera pisada de dinosaurio prematuro, agotado de las selvas, carretera abajo cegando el tráfico, repartiendo a cada paso el humo duro de los que se van, para que no te quede más que llegar, tomar posesión de tu reino de despedidas, plantar la vista justo cuando yo parto, cuando partí o cuando para nada, como siempre ha sido. Escribir así, escribir en caldero vacío, para recoger tu simple huella de lluvia picada por las calles de Amsterdam, su cielo plomo de palomas incrustadas en vidrieras, su boca frágil de neblina cruzando el mundo.
II
Dices mar y el mar está allí intentando sumergir tu mirada de lagarto enloquecido, como un manto negro cubierto de nombres, largos nombres que se pierden como estrellas, fijos y muertos a cada instante. Olvido las palabras por las sangrientas tempestades que caen sobre el horizonte, iluminando faz a faz la primera llegada del gran incendio, del gran terremoto del mundo conocido, para que brote la flor fecundada en su sexo de música, y una mano de agua dulce arroje cántaros sobre las dunas del Pacífico, allí donde se pone el sol en un ocre inconmensurable, donde la noche está cargada de rosas muertas y de un oro manchado de sangre y cenizas, donde temblamos como una historia trivial sólo registrada en las reverberaciones del día que viene.
III
Nada sabe el tigre de garras de jaspe sino de su selva donde balan los cabestros, de su mirada de obsidiana que absorbe lentamente el día, dejando a la noche el espectáculo único de su presencia reinando en las marismas, ignora el mar y su mano larga sobre la tierra, este paisaje desierto, calcinado, desesperado, donde gritan los astros que nos conocen y nos reservan, una simple vida de dos dejada sola en la ocre naturaleza, abrasada por lenguas de fuego, mordida por corrientes submarinas, lanzada como un grito al vacío, enredada en labios de aire para reír esa risa tuya poblada de señales magnéticas. El tigre ignora los jeroglíficos que leen los escorpiones sobre la arena, las auroras calcinadas y por tu boca de Vesubio nuevamente esparcidas.