Conocí a Álvaro Félix Bolaños en los días de juventud, mismos en los que él y muchos de nosotros sentíamos y sabíamos que desde las calles podíamos tocar el cielo con las manos. Fueron años en que la contestación juvenil ceñía las sociedades de muchas partes del planeta. Sin saberlo, éramos protagonistas y testigos de días que estaban cambiando al mundo. Días que nos estaban cambiando a nosotros, pues también aprendimos a enamorarnos al arrullo de un verso y una mirada con paraísos escondidos, a bailar lavados de sudores de alegría, a leer libros que nos iban a marcar para siempre y que en nosotros plantarían ideas y argumentos que gobernarían nuestra manera de ser. Álvaro Félix estaba muy joven y a esos años yo empecé a saber de su sonrisa tan franca, de su capacidad de asombro y su bella calidad humana.
Después supimos declararle el amor a la literatura y fue oportunidad para que leyéramos libros y autores definitivos. Con Álvaro Félix leímos a Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y José María Arguedas. De Arguedas, los dos supimos de sus tormentos con su última novela. La leímos con gozo y angustia. De noche y en un garaje azul, con el mismo color del cuartito de Ignacio Corsini, la desplumamos, entramos en ella y entre rabias supimos entender las inconveniencias que padecía el autor al saber de un mundo que se acababa y se llevaba sus realidades narrativas, y con ello la vida de él. Respecto de este mundo indígena que Arguedas recreaba en su obra, a lo mejor Álvaro Félix ya intuía que, en el campo de la investigación histórica, social y literaria, también sería un mundo suyo. Pero primero, claro está, él tendría que hacer cambios en su vida y empezar a salir de Colombia para encontrar nuevos espacios de la academia y la investigación en otros lugares.
En 1982 Álvaro Félix dejó de ser profesor de español y literatura en un colegio de bachillerato de Cali, Colombia, para llegar a la Universidad de Kentucky, a adelantar estudios de posgrado en la misma disciplina. Antes de hacerlo nos vimos en Bogotá y entre abrazos compartimos el comienzo de una ausencia en la que sus visitas constantes fueron la oportunidad para seguir disfrutando de su amistad tan llena de música, libros y encantadores recuerdos y anécdotas. Mientras él construía nuevas amistades y relaciones en Estados Unidos, quienes lo conocíamos en Colombia continuamos disfrutando de su amistad y compañerismo mediante cartas, música en casetes y sus visitas siempre tan gratas y alegres. Una de las mayores virtudes de su personalidad fue la franqueza. Siempre tenía en la boca la palabra exacta para decir lo que debía decir, y decirlo con cortesía y, cuando fuese necesaria, con una sonrisa. La música salsa y el rock marcaban en él sus principales esencias musicales. De ambas músicas sabía mucho, y lo más importante, sabía disfrutarlas como un niño en fechas de diciembre. Hoy, en la memoria por él, aquellos ritmos y melodías me ayudan a conformar su presencia rotunda, a negarme a su ausencia.
Luego de obtener el doctorado en español y literatura en la Universidad de Kentucky, Álvaro Félix se vinculó al Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Tulane. En 1998, con el cargo de Profesor Asociado llegó al Departamento de Lenguas Romances y Literatura de la Universidad de Florida en Gainesville.
Alguna vez, en un descanso con café que logramos arrancarle a los apremios de un congreso de literatura en una ciudad de los Estados Unidos, hablamos sobre lo que en una persona representa el salir de su país de origen para venir a vivir en otro. Sus palabras fueron subrayadas por las manos, con las que moldeó en el aire la metáfora de la planta que se arranca del lugar donde está para ser sembrada en otro. Al terminar extendió las manos sobre la mesa y las corrió dos veces a los lados, como si limpiara la tierra que en ella hubiera quedado. Desde entonces, la imagen del movimiento pausado de sus manos esculpiendo en el aire la acción imaginaria de trasplantar ha primado en mi memoria de aquella conversación. Los significados de esta imagen luego vendrían a ser objeto de posteriores conversaciones nuestras. Ya por teléfono, o por correos electrónicos o en congresos literarios, de una u otra manera el diálogo se orientaba a hablar de los signos principales de los tiempos que vivimos: migraciones, desplazamientos, refugiados. Pero, eso sí, nunca dejamos que el azul de la nostalgia nos llevara contra las cuerdas, la conjurábamos (bueno, es una manera de decir que más bien nos escondíamos de ella) con un buen trago de bourbon o un escocés, y la música siempre por ahí.
El desplazamiento de poblaciones y sus consecuencias, sobre todo el de los indígenas despojados de sus tierras, llegó a ser tema fundamental en sus labores de investigación en el campo de los estudios coloniales hispanoamericanos. Su carrera profesional, construida con la gravedad, la imaginación y la disciplina de un niño frente a un mecano, poco a poco se fue llenando de resultados sorprendentes. Publicó los libros Barbarie y canibalismo en la retórica colonial: los indios pijaos de Fray Pedro Simón (1994), Colonialism Past and Present: Reading and Writing about Colonial Latin American Texts Today (co-editor con Gustavo Verdesio, 2001) y Élites y desplazados en el Valle del Cauca (2005), así como numerosos artículos y reseñas. Fue invitado a dar conferencias centrales en diversas universidades de los Estados Unidos y el exterior. Siempre tenía alguna idea o proyecto en su vida profesional. Era de una actividad intelectual sin pausa, y todo sin descuidar las atenciones a su familia de Colombia y la que formó en Estados Unidos, y sus amigos.
Sus investigaciones acerca de los desplazamientos humanos que conllevaron la Conquista y la Colonia estaban dirigidas a establecer una lectura crítica del pasado para explicar el presente de las sociedades actuales de Hispanoamérica, en especial la de Colombia. Como consecuencia de este enfoque, él luego pasó a hacer una disección severa y cuestionadora de las interpretaciones de la historia de Hispanoamérica que a la luz de la ideología del hispanismo han ejecutado algunos investigadores. Álvaro Félix criticaba toda lectura del pasado y el presente hispanoamericanos hecha a manera de conquistador. El libro en que él trabajaba al final de sus días estaba dirigido a cuestionar ese tipo de lecturas, analizando el concepto de hispanismo y los textos históricos y literarios del Nuevo Reino de Granada.
Álvaro Félix ya no está entre nosotros ahora, pero entre nosotros se ha quedado el recuerdo de su amistad tan solidaria, de su inmensa calidad humana y su obra como docente e investigador. Todo esto que él ha dejado entre nosotros es el mejor objeto de recordación que podemos tener quienes lo conocimos. A pesar de todo, es también otra manera de seguir compartiendo con él las sonrisas por la vida.