Recordar a los amigos que se han ido es un ejercicio que me da temor. La ausencia embota la memoria, ayudar a recordar revive. Evocarlos se vuelve doblemente difícil y deja jirones de dolor. Sobre todo cuando estamos extraviados en la diáspora, en las inseguridades de inmigración forzada, obligados desde las distancias a ser prisioneros del ritmo de lo cotidiano.
Mientras recuerdo los años de juventud y de lucha vividos con Álvaro Félix, pienso que los colombianos están dedicados a olvidar. Estoy seguro que él, con voz certera, me hubiera sentenciado: "Viejo negro, un país intimidado pierde la memoria, el miedo aconseja el olvido".
Conocí a Álvaro Félix en el Colegio Académico de Buga. Él venía de Cartago, y desde su familia de origen paisa se dignaba ser descendiente de indios Pijaos. Félix quedó cautivado por el Académico, donde se vivía a mil y todos comentaban lo que estaba por pasar como si ya hubiera pasado.
Pertenecimos a la primera generación influenciada por el Estado de Sitio, éramos unos chiquillos a finales de los sesenta, y unos jovencitos en los inicios de los setenta. La atmósfera que vivimos rezumaba todavía el impacto de los episodios protagonizados por Camilo Torres y el Ché Guevara. Para nosotros no había pompa social ni orgullo de casta, sino autenticidad humana y sencillez.
Nuestra generación no fue una improvisación de la historia. Fue una generación completa arrastrada por los vientos de rebelión mundial, crecimos en los convulsionados y duros años del Frente Nacional. Le pertenecimos a un tiempo que en nosotros expresaba vivamente el apasionado deseo de involucrarnos en el más grande remolino cargado de pasiones políticas y sociales.
Del Académico salíamos a las reuniones de "Cinera", un grupo que se conformó en homenaje al aguerrido cacique indígena que prefirió morir antes que dejarse esclavizar en la región de los Santanderes. Las jornadas de lectura colectivas las alternábamos con la asistencia a clubes deportivos. Luego, Alvaro Félix participaría en los juegos deportivos nacionales de 1971, y en ellos le otorgaron una medalla de oro como campeón de lucha olímpica.
La mejor sede de nuestro vida social y política se volvió la casa de Félix, en el edificio Tascón, espacio particular rodeado de bares, cantinas y la galería, de ventas de abarrotes donde mercaba el campesinado de las montañas cercanas a Buga. Allí, con asombro, veíamos a su padre, Don Alejandro, mientras sopleteaba los retratos y los cuadros retocados por su mano de pintor.
De Buga los dos fuimos saliendo poco a poco hacia Cali. Ya en esta ciudad, caminábamos por sus calles sin preocuparnos de las angustias diarias. Los sones dulces y patéticos de Cali nos hacían caminar sobre las nubes. Empezábamos a darnos cuenta que era clave saber de Cali en clave de son, saber de ella desde las nubes para poder escuchar la vida impetuosa que corría por debajo.
En aquellos días Félix se debatía entre la salsa (en especial la de su ídolo, Richie Ray) y los Rolling Stones y los Beatles. Pero los dos no dejábamos de escuchar a la Sonora Matancera y sus grandes boleristas, los que en nuestra cotidianidad alternaban con Palito Ortega, Leonardo Favio, Joan Manuel Serrat, Sandro. De la música, nuestra pasión, la preferida fue indiscutiblemente la antillana, esa que le gustaba interpretarla con su voz gruesa el viejo Alejo Gonzalez, otro amigo querido ya fallecido. En Cali, nuestro templo de la música fue el bar de Wiilian o la Habana Club. Allá, y en las fiestas familiares, el paso paisa de Félix siempre lo hacía destacarse al bailar salsa. Y así viviamos felices, con nuestro consumo cultural, híbrido y multifacético, el que incluía también a Pasolini, Bertolucci, Fellini.
Nuestra participación en las huelgas de Fruco y Eternit, las cotidianas de la Universidad del Valle, la de solidaridad con los cañeros de Riopaila, esa historia integral y verdadera, es la que abrió las inquietudes de la investigación histórica y literaria que después Félix recopiló en sus libros como especialista en literatura y cultura latinoamericana colonial, con la sensibilidad sobre la historia de la inmensa humanidad.
Con Félix, desde que estudiamos Los inconformes de Ignacio Torres Giraldo, no aceptábamos la esclavitud de los indígenas y de los africanos en este continente, no validábamos la trata transatlántica de esclavos. Por eso, Félix en sus textos critica los enfoques que caracterizan a los Pijaos y otros grupos indígenas como salvajes y antropófagos, con el fin de presentarlos como seres dignos de exterminio.
Alvaro Félix recoge el discurso crítico de Torres Giraldo y devela el marcado interés en demostrar que muchos de los criterios hispanistas (por tanto anti-indígenas) originados por los discursos coloniales de los cronistas continúan vigentes en buena parte de los historiógrafos recientes. También sostiene que lamentablemente esa visión eurocentrista, etnocida y racista, es la que ha penetrado la mayor parte de la sociedad colombiana.
Desde mi negrura, con Alvaro Félix, aunque dispersos en el espacio, pero unidos en el tiempo, los dos adelantamos una posible polifonía que buscaba ser una voz colectiva, que fuera escuchada y considerada como portadora de significados. Él desde el Norte, yo desde el Sur. En el Norte él fue la voz de quienes en el Sur hoy luchamos contra la discriminación racial.
La lucha con Félix fue al final también étnica, pues la concepción fundacional de las élites que él tanto criticó, que le dio sustento a la esclavitud y a la trata negrera, a las desigualdades sociales y de discriminación racial, hoy ha vuelto a cobrar presencia. Esta concepción de élites pervive y se renueva con la globalización y las nuevas realidades económicas del capital transnacional
Aquellos planteamientos no se quedaron en Europa, ni son sólo reflexiones del pasado, como Félix lo demostró. Viajaron y se quedaron incrustados en estas sociedades convirtiéndose en la segunda marca indeleble o karimba sobre los cuerpos de los esclavizados y de la sociedad, al materializarse en leyes contra ellos y ellas.
Sé que donde estés viejo Félix, a través de la consulta a los egguns con los caracoles de eleggua o mediante págugu o palo consagrado a eggun, al ritmo de los tambores batá que tocan a muerto. Te seguiré enviando los recados que quedaron pendientes entre nosotros y la conversa sobre tus eggun, los padres de tu casa que te protegían, la deuda con los ancestros.
Álvaro Félix, con vocablos de origen yoruba te digo: ORI TUTU, ANA TUTU, ILE TUTU!!!. Que la cabeza esté fresca, el camino fresco y también fresco el hogar!!!