Tengo la piel como una cebra, ¿sabes?, igual que las que veíamos ayer en la tele, de otro color pero igual, igual mi piel de cebra se inclina sobre los pastos que no son africanos pero sería bueno que lo fueran; aunque tú más bien quieres ir a Australia y acariciar un canguro, no creas que quiero arrastrarte al país equivocado porque estoy confundido o se me ha olvidado. Lo dijiste sólo una vez pero yo me acuerdo, recuerdo todo lo que has dicho desde el principio...
-¿Cuántos giros más puede dar esa cosa?
...Te decía que recuerdo todo, incluso puedo hacer que todo venga en un instante, que vengas tú con esa blusa azul abrochada hasta donde es estrictamente necesario o que te detengas en el aire a medio salto hacia mis brazos y regreses eternamente para postergar ese momento, para verte saltar mil veces y media antes de sentirte, antes de que tu cuerpo se pegue al mío y pueda besarte y saber de golpe que estás aquí. Puedo invocarte a mi antojo, puedo incluso verte a futuro, a dos años de ahora, en Australia, arrugando la nariz mientras descubres el contenido de la bolsa en el vientre del canguro, un reino de babas y pelos y piel enrojecida o puedo también ver lo que haces en este momento, gruñes como único razonamiento ante una computadora que no te comprende, piensas que mañana mismo dejas el trabajo, que no aguantas más, que se te va a hacer una joroba como de caracol de tanto inclinarte sobre el teclado, que esto no es negocio y que por qué demonios no te he llamado y entonces miras en la ventana el cielo abierto como si pudieras verme a través de ella y luego el teléfono y...
-Ahí viene ya la sombra...
¿En qué estábamos? En el teléfono, ¿no? En que yo debiera llamarte en lugar de estar aquí pensando en que tengo piel de cebra, en lo que hay detrás del último botón que te abrochas, en el olor de tu pelo, ¿no te dije?, también pienso en tu pelo, en su olor que viene siempre una cuadra delante de ti como una promesa del territorio que me espera; llega hasta mi nariz aprovechando una ventisca y así es como sé lo que sintió Colón cuando olió América aún antes de llegar a ella. Estás frunciendo la nariz de nuevo, como en Australia. ¿Por qué frunces la nariz? Es por la imagen de conquistador, ¿no? Deja que me haga ilusiones, yo sólo echo la moneda en el aire a ver si en una de esas sale cruz y gano. Pero no, siempre sale cara y esa es tuya, siempre pides cara, también lo recuerdo y da igual que siempre ganes tú, así ahora tú eres Colón y yo soy tu reino y sería maravilloso que comenzaras a hacer lo que ayer y que -por ejemplo- concentraras todas tus energías en conquistar mi pierna...
-Creo que va a dar una vuelta más, tenemos tiempo...
Qué candor el mío, yo añorando tus dedos en mi pierna y tú peleándote con el cable del monitor a unos 20 kilómetros de mí. No te apures, desde aquí entiendo tu furia contra los dioses cibernéticos y eléctricos, entiendo que golpeas el mouse y pateas el CPU porque no funciona y porque yo no te he llamado, porque en la mañana monté la bicicleta, tomé la vía hacia el pueblo y no te he llamado y porque estoy aquí como una estatua perdiendo el tiempo y no te he llamado.
Exageras amor, como siempre exageras, es increíble cuánto puede durar un segundo cuando sabemos apreciarlo; yo he tenido cinco, es todo el tiempo que he estado aquí, no ha sido tanto como tu piensas, sólo lo suficiente para ver mi brazo y saber que tengo piel de cebra, para recordar el último botón de tu blusa azul, para verte saltar un mil y media veces hacia mí antes de que llegues por última vez, antes de que la sombra caiga de lleno y venga luego el camión entero, antes de que termine de volcarse, de dar vueltas como un trompo y se derrumbe sobre mi piel de cebra roja, sobre el olor de tu pelo, sobre tu imagen junto al teléfono esperando inútilmente.