Una intensa vigilia, tocada por cierta angustia existencial, muy contenida, preside este "centón" poético del colombiano Carlos-Enrique Ruiz, gestado en los dos últimos años.
A través de esta nutrida obra, de más de trescientos poemas, nos sale al encuentro una individualidad lúcida y anhelante cuya mirada disuelve los contornos próximos de los objetos, los rostros, las historias, desmoronando lo aprendido de la realidad para hundir su taladro en el misterio de la realidad. . Ruiz prefiere un lenguaje abstracto, que avanza sobre complejos emocionales finamente trazados, en un trabajo que es a un tiempo exploración subjetiva y despliegue de mundo. Sus imágenes guardan reservas semánticas que provienen de la afectividad y la sensibilidad, absorbidas por un discurso riguroso y parco. El poeta escribe, al mismo tiempo, una poética, despliega una especial valoración de la palabra, que es considerada como último refugio del sentido, en un mundo cada vez más desolado.
A lo largo del libro en que vemos girar los mundos indiferentes, crece la sensación de una pérdida irreparable: el tiempo arrastra consigo el dolor de vivir, entre telones de lluvia y súplicas del viento. Para quien quiera y sepa oírla, la impasibilidad del vigía deja escapar arpegios de llanto embozados en arboledas solitarias y vendavales aciagos. El holocausto de las cigarras, como otras imágenes análogas, encierra un símbolo de la vida desplegada en su inexplicable crueldad. Frente a ello se dibuja la subjetividad del peregrino. atenaceado por los signos de la duda en medio de ruidos sonámbulos. Se presenta a sí mismo como saltimbanqui de los sueños, asomado a la consumación de los tiempos.
Náufragos, caminantes extraviados, peregrinan los hombres bajo las luces del universo, sin brújula ni amparo. Los dioses callan. Llueve por los candiles de soledad y tedio, / en los alamares y en las góndolas. ...El tiempo se deshace... el susurro del agua desprende la queja o el gemido de ausencias...El agua, el agua siempre, es la imagen constante de esta poesía austera, agua que cae o se desliza sin retorno, lluvia inexorable que es como un llanto cósmico.
En medio de la ruina mundana se insinúa el Apocalipsis con su verdad final y su impulso regenerador. Canción sin música ni palabras, sólo el emblema de la destrucción... La luz implora su destino... La súplica de los mares / no alcanza a reivindicar / el sentido de las palabras...El amor, única guía en el ciego laberinto terreno, tampoco alcanza, a no ser en el plano del espíritu. Las voces ensordecen, las miradas se pierden en una oscuridad creciente, inexorable.
La poesía es rescatada en su poder revelador, se presenta como implícito y explícito consuelo del solitario que cumple día a día con el rito del poetizar. Principio / tienen las cosas resortadas/ por las palabras que las nombran... El amor tiende sus barreras/ en el lecho espumoso de las palabras... La tempestuosa serenidad de los bosques /acoge palabras de incendio...El lenguaje, que el poeta colombiano maneja con el señorío proverbial de su patria, se yergue como trinchera que detiene la devastación, la ruina de la materia, la caída del sentimiento, la soledad de la mirada ecuánime que mide los espacios. Sólo se alcanza un eco en ese territorio de las significaciones, trabajado afanosamente con la constancia de la fe, de un modo de fe.
Carlos-Enrique Ruiz conoce y administra la riqueza del silencio. La música, el sonido, la palabra, se ponen al servicio de la memoria para detener la entropía en esa batalla universal de la que el poeta es testigo y partícipe. De su oculta sapiencia se nutre para alcanzar a veces la belleza, el encuentro feliz, la realización , la presencia. Ante los ojos irrumpe la imagen del sonido/... El escape en ritmos/ de movimiento/ recupera la música inaudible / de las esferas.
En la medida en que se adensa la imagen aflora la distensión en el discurso, en la acentuación del presente aparece el tú, en la calma de la contemplación asoma el contrapeso de lo bello.
Elegía y consolación se desgranan a través de la lira, tal el dictado del poeta clásico que parece resonar en la modernidad de estos versos. Debemos agradecer al poeta su entrega contemplativa y reflexiva, su dedicación y su fe, su cuidado y atención al lenguaje, presentes en este largo trabajo poético, que recibimos como un mensaje personal y como un signo de los tiempos.
[Buenos Aires, 20 de noviembre de 2007]