Párpados envolventes e intensos

Reseña de Los párpados del mundo


Los párpados del mundo (cuentos 1978-2001) (Narrativa)
Héctor Perea
Editorial Mirada Malva
Madrid, 2008
208 páginas

Por Gabriela Vallejo Cervantes *

Al encontrarnos con un libro de relatos en las manos siempre pensamos en la brevedad. Algunas páginas que encierran una pequeña historia, un fragmento de vida, unos instantes cristalizados en una secuencia que nos atrapa en sus hilos, a veces doblemente intensos a causa de su misma condensación. En unos tiempos donde los libros más vendidos son gruesas novelas pero sin embargo se hacen elogios de la fugacidad, de la rapidez y de lo efímero, los libros de cuentos pueden ser una contraparte afortunada donde a veces menos es más. Un solo boleto para varios viajes. Sin embargo, los relatos, en tanto que viajes, a veces se demoran en la mente del lector, por lo cual el sentido de la brevedad se vuelve ambiguo. Toman tiempo en la maceración, y dejan huellas a veces imperceptibles pero duraderas. Este libro de relatos reúne estas cualidades de lectura lenta y pausada, pero de trazo durable. Pero antes de entrar por sus historias, encontremos a su autor.

Héctor Perea

Héctor Perea es un escritor prolífico, agudo y generoso cuya característica inevitable es la curiosidad. Esta inquietud esencial tiene una raíz: para construir sus historias, parte de un pacto medular: aquél con la imagen, que ha vertebrado todos sus quehaceres, como hombre académico, como periodista, ensayista y narrador. En esta recopilación que ahora ha cruzado el océano para publicarse en España, Los párpados del mundo, se concentran historias escogidas de sus libros de relatos, que no de sus otras obras; sin embargo, hay ecos naturales de sus otras facetas profesionales: imágenes cinematográficas, historias periodísticas, algunos rastros de sus viajes y de su pasión española, y por supuesto, las sombras de sus autores estudiados y admirados. Un libro intenso no puede evitar ser así, representar en buena medida lo que su autor encierra.

Así, en el comienzo de los relatos, lo que prima es la fuerza y fascinación de las imágenes periodísticas y cinematográficas: un accidente automovilístico entre el pasado y el presente, el encuentro fragmentado entre un hombre y una mujer y el cine como refugio y alteridad. Imágenes de pasadas décadas y de rutas en las que ya se siente una profunda filiación con España. Algunas historias como "Figuras en el paisaje" nos recuerdan por momentos una pieza dramática con actores en escenarios ilusorios. En este espacio, la imagen tiene una relación ambigua con la lógica de la vida cotidiana: las acciones podrían no haber existido sino en el cine o el teatro, oscilando entre la remembranza y la imaginación. En esta realidad virtual, la sensación que se desarrolla es que de unos cuentos podrían crearse otros. De la visita a un set cinematográfico en "Interior. Espejo. Día" puede salir una selva con su naturaleza sin tiempo, o un hombre sentado en una cafetería, como dentro de un cuadro de Hopper.

Portada de Los párpados del mundo.

El hilo que hilvana los cuentos es la presencia de un narrador que siempre conoce los recodos de la historia. Tenemos la sensación que sólo nos va proporcionando pistas y que paulatinamente nos va dando más, según nos encontremos más inmersos en los detalles, los inicios y los finales. Empezamos por tratar de seguirle el paso a los personajes, a quienes comenzamos viendo por fuera, sin saber lo que vamos a encontrar dentro una vez que penetramos en su mundo, en sus pensamientos, en sus costumbres, en sus arraigos y desarraigos, como la pasión devoradora de Anselmo, Julia y Martín en "La silueta del pulpo" que transitan entre el lujo encapsulado en un pueblo, y la naturaleza salvaje que lo rodea. En todos los universos inquietantes que nos ofrece el libro, desde la ciudad, la selva o el espacio exterior, somos ladrones de historias. Parecen en su mayoría historias clandestinas, donde los personajes no se dan cuenta que están siendo vigilados, escuchados en sus secretas motivaciones por los lectores. Los personajes también se miran entre sí y no saben que sus miradas nos atraviesan, pues somos los fantasmas de la escena. Observamos todo, sentimos sus olores, casi podemos tocarlos como un viento suave que transita entre ellos, los objetos y las situaciones de su vida cotidiana.

Las descripciones en la mayor parte de los textos son muy detalladas, pero las acciones pasan en saltos, apenas si percibimos a tiempo cuando una mirada o un abrazo se ha vuelto ya un recuerdo del pasado, o cómo los sonidos que cruzan las paredes de un apartamento a otro forman parte de dos realidades y de dos vidas a la vez. Momentos fugaces, instantes que son como recuerdos de pasados instintos. Los personajes son sombras de otros personajes excitantes que viven A bout de souffle, asemejándose o diferenciándose de esas historias, pero ciertamente mezclándose en ellas. Los cuentos de este libro tienen una tendencia a tratar de escapar del lector. Nos dan pistas, nos dejan ver escenas, escuchar sus voces, pero luego escapan en una vuelta de tuerca por una rendija. Son escurridizos porque ellos mismos son ecos de otras historias, algunas de las cuales podrían ser las nuestras. Nada es totalmente lo que parece en este libro. El autor mismo nos presenta sus inspiraciones, sus autores, las otras imágenes de sí mismo. Desde los arraigados Bernal Díaz del Castillo y Carlos Fuentes, a los más volátiles José Carlos Becerra, el poeta inspirado desparecido muy joven, William Beckford, el biógrafo de pintores imaginarios o John Berger, también novelista de pintores improbables. Éstos últimos representan una especie de alter-ego del autor: son escritores de naturaleza proteica, críticos de arte, novelistas y viajeros. Ellos son el principio y el fin de las historias. Los últimos relatos eróticos que cierran el volumen tienen el sabor de la licantropía de la Olalla de Stevenson, aunque surcados por momentos con la ligereza de los equívocos de Jorge Ibargüengoitia. Un autor entre sus autores en plena transformación.

La lectura de Los párpados del mundo es pues envolvente e intensa, siempre a nuestro riesgo. De hecho es un libro de continuos entrecruzamientos en donde el lector difícilmente puede mantenerse al margen. Por este efecto, al final de la obra tenemos la sensación de que formamos de alguna manera parte de ella, pues hemos vivido de cerca, en la piel de algunos personajes, las vueltas de las historias. Este libro, como otros de nuestras lecturas, por su penetrante intensidad también formará parte de nuestra experiencia, de nuestro pasado, y como diría Olalla, nuestra alma estará en nuestra estirpe, también formada por los autores que siempre nos acompañan.


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* Gabriela Vallejo Cervantes, escritora mexicana, ha trabajado en el Fondo de Cultura Económica y ha publicado la novela La verdadera historia del laberinto, obra que obtuvo una mención de honor del Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2003. Actualmente prepara un doctorado en París sobre historia cultural en el siglo XVII mexicano.



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20 de febrero de 2008

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