"con fosfosfórica putrefacción de molusco..."
Lugones, Lunario Sentimental
Tengo una caligrafía infame en un corazón ininteligible.
Galgerr querido, he llegado lo antes posible saltándome semáforos y atropellando ancianos. No podía soportar más estar tan alejada de ti y sobre todo, no podía soportar olvidar todos los detalles de la historias que te deseo contar. He salido a comer fuera de casa, elegante zona, restaurantes con manitas bordadas en las mesas y camareros de negro impoluto hasta las pestañas. En el asfalto, la luz más hermosa del mundo: el cielo de Madrid en otoño. Cuando me senté una extraña sensación llevó mi interés hacia unos vulgares comensales: tres hombres, una mujer y LA OTRA. Pronto supe que la extraña sensación era femenina. Observé desde mi ilustrada palestra y pronto mis ojos se engancharon a LA OTRA. Anaranjada, era anaranjada, inmensos ojos cubiertos por un cabello castaño. Miré su boca y una intensa mueca lasciva cubría el resto de su cara. Al fondo frases ininteligibles lo inundaban todo, "Secretaría técnica" "desbordamiento del canal" "corrupción de menores ..." La INTENSA MUECA LASCIVA (no me preguntes cómo pero supe de inmediato que LA OTRA se llamaba así) asentía pero no emitía palabra alguna, pareciera que su silencioso discurso formara parte de otro espacio, de otro tiempo, de una dimensión misteriosa y secreta. Mi curiosidad era más fuerte que mi hambre y mi sed y continúe observando con maleducado interés. A medida que pasaban las horas la charla era más apasionada (producto del alcohol sin duda o de la torpeza humana de a partir de las cinco de la tarde), pero INTENSA MUECA continuaba silenciosa y enigmática. Una de sus manos jugueteaba con un paquete de Camel y la otra llevaba de a poquito una copa de vino blanco a sus labios, yo inquietante, miraba una y otra vez a sus ojos y era imposible, cada vez con mayor intensidad, aparecían largos cabellos que los disfrazaban. De repente su brillo se hizo más vigoroso, examinaba impaciente y nada sucedía: frente a ella un plato de enormes almejas vivas rodeadas de hielito picado y verde adoración. Abandonó de inmediato la copa de vino, casi con rabia. Dos de sus dedos, fascinados, juguetones, tomaron una de ellas y se deslizaron sigilosos por debajo del lindo mantelito. El calor en el ambiente se hacía insoportable. Como sus dedos quedaban ya fuera de mi alcance, suicidé una servilleta para recogerla. Miraba, miraba, no sabía bien hacia dónde dilatar mis ojos: cuál de los espectáculos debía perderme. Dejé por tanto un ojo junto a la servilleta ya maltrecha y casi fenecida, maloliente, y subí el otro hacia arriba. No podía creer lo que estaba pasando mi amor, pierna desnuda y almeja enfurecida, sus tentáculos viscosos se abalanzaban lentamente por el escaso espacio de la silla, al fondo la vagina dilatada en posición de espera. Con una discreción casi poética escaló escarpados montes, se enredó en el principio del mundo, y se introdujo cual lobo feroz hacia el fondo, el precipicio más prodigioso: mi ojo podía verlo todo ..., dentro el infinito, la luz más pura y extraordinaria que jamás pupila humana pudiera observar. Mientras tanto, mi otro ojo, intransigente ya, se acercó sin pudor hasta su rostro y le retiró el cabello de la cara: INTENSA MUECA, cómplice, me mostró su iris y TE ENCONTRÉ en él, allí estabas Galgerr, brillante, vigoroso, hondo, fuerte, bello y rojo, inmensamente rojo. Mis ojos escandalizados -celosos- se quedaron petrificados sin respuesta alguna. INTENSA MUECA se marchó y tras su rastro, un viscoso charco blancuzco resbalaba hacia el suelo, sin pudor, autónomo, solo, inmensamente solo ... He tenido que venir a contártelo ...
Para mimaryanni, para su espontaneidad y porque sí.
(para una lectura descuidada de "Ojos de perro azul")
A Marcelo B., o a sus voluptuosos dedos, que todo lo pueden.
"... he tenido un sueño parecido al atardecer malva que cada tarde mira mi ventana, ha sido como atravesar el trópico, el día y la noche se confunden agitados en el mismo espacio, en diferente tiempo ... esa mirada incrédula del ojo humano, siempre intolerante, desabrida, incolora, la sutileza de la ignorancia y el desamor debatiéndose infames tras el espejo ..."
Me dijiste, iré a la exposición, habrá demasiada gente como para que nos encontremos de verdad ... bueno, lo pensaré, y pensé. Y sabía que era lo único que en ese momento deseaba hacer. Tomé mi cepillo de dientes como si jamás regresara a mi espacio, una intuición espasmódica me indicaba que posiblemente nunca más volvería.
Recorrí la ciudad, grisácea, chillona, aburrida.
El corazón, mentiroso, me decía que debía llegar antes de que cerraran las puertas
Mis ojos que fuera cautelosa.
Mi cabeza que regresara a casa.
Continúe con toda la rapidez de mi deseo más inmediato ...
Llegué, llegué, mil mensajes y palabras me indicaban que no debía estar allí, que no podía, corrí y me escondí para tomar aliento ...
El baño olía a naftalina perfumada, una mujer con inmensos labios rojos me miró sorprendida -¿le pasa algo? - ...
-Ah, no, gracias, es que he quedado con un sueño y tengo miedo a no encontrarle.
-¡¡¡Drogadictos...!!!- (creo que sentíamos la misma pena, la misma incomprensión, el mismo hueco ...)
Me repuse y retoqué mis mejillas húmedas, calculé el grado exacto de las ojeras.
El pánico a la escena se me pasó de golpe cuando entendí que dependía de mi destreza encontrarte. Esquivo, pero estabas. Desarrollé mi instinto más animal: deberíamos olernos... y comencé a marcar mi territorio restregándome en cada esquina, meando, tocando todo, baboseándolo, líquido viscoso y amarillento impregnando el minúsculo espacio virgen que quedaba, arrastrando mis pies inciertos, pero inquietos... La multitud me empequeñecía por momentos, no te encontraba, me lo dijiste, estarías, escondido, estarías, respirando compulsivamente, estarías ... y tenía que encontrarte: ése era el juego y el final del juego, ¡tanto miedo me producía un escalofrío que comenzaba en la columna vertebral y se resbalaba lúbrico hacía mi dilatada vagina!
Investigué, reconocí cada óleo, cada movimiento de cada artista, cada gesto de cada individuo (veinticuatro mil doscientas veinte personas ese día, todo un récord), cada rincón, cada pared ocupada, miré a la base, por si acaso, azulejos verdinegros, removí cada hoja de papel, abrí las ventanas, destruí los cristales protectores, me vengué de la mujer de inmensos labios rojos, ahora ajados, desdibujados, vastamente oblicuos (le sonreí tras un vómito compulsivo, esa era mi venganza) ... todo un universo de posibilidades barajaron mis ojos ..., pero empecé a delinquir y me arrebujé en el único rincón incorrupto que quedaba en la estancia. Mi olfato no podía equivocarse, te olía por todo el cubículo, estabas, lo sabía, me quedaría dormida para que me encontraras... era cuestión de tiempo. Las autoridades fueron las primeras en marcharse, aburridas, ignorantes, lo hicieron con la zafiedad que permite el poder más absoluto, sonrientes, verdosos dientes bañados en plata vieja ... luego el resto recorría con premura los flashes acusadores, yo seguía escondida, nadie miraba ese corazón encogido y asustado que todo lo acechaba, esa víscera que se adueñaba cada vez con más fuerza de los latidos extraños ... mis sentidos, por fin, podrían absorber todo el espacio ... el silencio, tu olor, tu presencia comenzaban a ser el único habitante posible ... ¡me habías citado y te estaba esperando ... -¡imbécil! -pensé-. Calcé mis pies y estiré los músculos. La luz me indicaba que sólo quedábamos tú y yo. Caminé despacio, podía oler tus huellas y tú las mías ..., introduje tus imaginados largos dedos dentro de mí para que se enlodaran, toc, toc, toc, despacito nos aproximábamos, toc, toc, toc, despacito nos olíamos, toc, toc, toc ... despacito nos acercábamos ...
"Una cucharilla sonó", una péndola también, simultáneamente, como si un guiño cómplice o una historia de desamor hubiera nacido entre los dos.
" ...y una gran sensación de infinita vanidad, se apoderó de mí".
M.J.B.
Recordaba que unos momentos antes había paseado felizmente por algún lugar indeterminado, el espacio y el tiempo podían fundirse como mantequilla al sol y lo hicieron con una tangibilidad pasmosa donde lo único que se distinguía era ese exasperante olor a niebla. Cuando por intuición miró hacia abajo, el abismo se le apareció con una asombrosa claridad y entonces no supo si caería por el vértigo o por el deseo despótico de sucumbir.
Se ralentizó el tiempo y ya su cuerpo se inclinaba hacia el vacío con la misma suavidad con la que se precipitaba hacia la muerte, pero esas manos enormes le sujetaron con pasión sus acelerados pechos. Algo de asco sintió, giró su cabeza agradecida hacia atrás, o sorprendida o curiosa. Le reconoció rápidamente por su olor y por la estructura de sus huesudas manos, ahora acariciándole las mejillas. Se dejó proteger por aquel monstruo con el que días atrás había soñado, dejó que la besara apasionadamente, pero con torpeza, en ese descuidado amanecer, que le arañara las nalgas, que le lamiera ...
Antes, hace mucho, podía expresarse con palabras escritas, ahora el caos más absoluto le llevaba a una mudez crónica... quería separarse de la excoriación de aquel cuerpo, pero no pudo, el ansia, la rabia, y hasta la repulsión a su pájaro, que asustado y al comprobar que ya no podía volar, mientras le temblaban las alas, comenzó a picoteárselas hasta conseguir que sangrantes, cayeran tortuosamente extintas en su jaula ... mientras tanto vagaba aprisionada a la cintura de aquel dilatado macho.
Lo siguiente que recordó fue la desnudez de sus cuerpos en posición vertical y en plena calle San Bernardo, oliendo a niebla y haciendo el amor descarnadamente. No sentía nada al verlos, observaba sobre todo el cuerpo masculino, encorvado, introduciéndose con impavidez en el pequeño tronco de la chica, se aparearon como lo hacen los animales hasta caer desfallecidos en el asfalto. La mujer agonizaba.
Cerró fuerte fuerte los ojos para no olvidarse de ese sueño añejo y acurrucada en su alcoba acomodó una mano en el corazón que autónoma se deslizaba dúctilmente a través de su ligero vientre y hacia el interior mismo de su excitación ...
Se puso el albornoz gris y con paso aún aletargado tomó un café cargado con un espléndido sol desperezándose en la leche ...
Abrió la balconada del piso séptimo en el que vivía y supo que aún soñaba, que soñaba que estaba recordando un sueño y que el sol que le cegaba no era sino una imagen golosa de serenidad y quiso olvidarse del acto brutalmente amoroso anterior y quiso retar al hombre de las manos huesudas, quiso lamerle ... fue fácil escalar la pequeña verja que le separaba del precipicio y más fácil aún, balancear su suave figura de niña asustada hasta la acera de un edificio cercano a la calle San Bernardo.
El tráfico, hostigante, hizo el resto.