Los mitos nacionales sirven para desarrollar el sentimiento de la patria, que en el comienzo de la época contemporánea es un concepto revolucionario. Lo usual es que, además, el mito se forme en contra del otro, en el caso español la perfidia francesa. Desde entonces hasta ahora la acción frente al exterior suele servir para provocar unidad interna.
En el caso español es el mito construido alrededor del Dos de mayo, de los primeros mártires por la libertad, según se construyó el mito liberal, aunque los que lucharan lo hicieran más bien por el rey y la santa religión, y sobre todo el orgullo de no sentirse invadidos y dominados por pueblos extranjeros.
El Dos de Mayo de 1808 se sublevó el pueblo de Madrid contra la invasión francesa y frente a la decisión de las instituciones españolas de obedecer a la Monarquía que había traspasado a Napoleón la Corona.
Ese día y los que le siguieron, en los que los diferentes provincias siguieron el ejemplo de Madrid, supuso el comienzo de la transferencia de soberanía al pueblo, que sintió que se había roto el pacto con la Monarquía y que le tocaba restituir la patria y la independencia nacional. Lo hicieron a través de nuevas instituciones: las Juntas, que dieron origen al primer gobierno contemporáneo.
Desde entonces fueron celebrados sus héroes y la Constitución de Cádiz elevó la fecha a fiesta nacional, hasta entrado el siglo XX.
Fue una fiesta siempre luctuosa, nunca se quiso dejar de llorar a los héroes muertos, y nunca se decidió celebrar el triunfo sobre el mejor Ejército entonces conocido, el de Napoleón. Se organizó, como será usual en este tipo de fiestas patrióticas, como fiesta cívica y religiosa, pasando a tener protagonismo principal la procesión cívica que, o bien trasladaba los restos de los héroes a sus monumentos conmemorativos, en las primeras fechas, o bien recordaba y recreaba ese itinerario.