El conocimiento de la literatura árabe en América Latina es bastante limitado, cuando no inexistente. Suele restringirse a Las mil y una noches, versión Walt Disney y, tal vez -gracias a su renacimiento impulsado por los movimientos New Age- a El Profeta de Khalil Gibran Khalil. Pero la falla no es sólo nuestra. Los occidentales han padecido un mal endémico frente al Mundo Arabe: les resulta muy difícil, a veces imposible, aproximarse a su realidad sin prejuicios y estereotipos. Ya denunciaba esta situación el intelectual palestino Edward Said en su clásico Orientalismos. Oriente en el espejo de Occidente ( Ed. Libertarias Prodhufi. Madrid 1990). Por desgracia, América Latina es, en buena medida, heredera de esa tradición. En un breve artículo reciente, referido a la literatura norafricana (magrebí), Javier Valenzuela, periodista del diario El País y autor de varios libros sobre el universo islámico, afirma: "Tenemos dificultades para ver a los magrebíes como individuos, como hombres y mujeres con sus filias y sus fobias propias: nos resulta mucho más fácil contemplarlos como un colectivo, como un rebaño cultural, nacional o, mejor aún y sobre todo, religioso. Nuestra imagen del Maghreb es un estereotipo negativo, muy negativo".
En la actualidad resulta cada vez más urgente romper la visión que sobre el mundo musulmán en general y árabe en particular, ha sido impuesta urbi et orbi por el sistema mediático occidental. Esta visión -que como diría Said, corresponde más a una cómoda invención que a una realidad- tiende a sobreislamizar todo debate, toda aproximación a la realidad política o cultural de esa parte del mundo. Es preciso invertir el proceso de reflexión y dejar de explicar el estado de las sociedades musulmanas por el Islam. Si esta religión cobija grupos extremistas es consecuencia (y no causa) de la situación de crisis económica, social, política y cultural en la que se encuentran los pueblos que la practican. Y valga el comentario final de Orientalismos : "Los discursos de poder y las ficciones ideológicas poseen una existencia paralela: se hacen, se aplican y se mantienen demasiado fácilmente".
Pero si observamos lo que ocurre hoy con la producción literaria árabe, contrariando el simplismo de obtusos prejuicios, lo individual y lo colectivo están presentes en su pujante narrativa que ha debido enfrentar sola sus propios conflictos teóricos y estéticos, sus propias censuras y autocensuras, siempre distintas, ajenas a tópicos o esquemas.
Para continuar con el ejemplo del Maghreb (Marruecos, Túnez, Argelia y Mauritania), éste ha vivido durante años su desgarramiento lingüístico, triste herencia de los años coloniales. Así, Francia apreciaba y publicaba con prioridad a aquellos autores que escribían en francés. Por ello, el crítico y novelista Tahar Djaout, por ejemplo, se esforzaba en recoger escritores de expresión francesa en sus antologías. Djaout fue asesinado por el GIA (Groupe Islamique Armée) durante los años de guerra interna en Argelia (ver recuadro final) y quienes le acusaban, no sin razón, de excluir a los escritores arabófonos de sus estudios, dejaron de hacerlo por pudor. Estos últimos, atrapados a su vez dentro de la lógica arabista (Baathista, decían ellos. Es decir, la línea panárabe y laica que abrieron Irak y Siria en los años 70) se dedicaron a diabolizar a los autores que escribían en francés: esa era la voz del invasor, del colono.
Pero en el norte de África se habla muchas lenguas (y no sólo el árabe y el francés) desde múltiples variantes dialectales hasta diversos idiomas derivados del tronco común berebere, practicados en un vasto territorio que abarca desde Egipto hasta Níger, pasando por Mauritania (tamazigh, amazigh de diverso cuño, hassani, etc.). Recién hoy resulta claro, al menos para ciertos sectores de la elite cultural, que no hay "Cultura Nacional" sin revalorización de todo el patrimonio existente, sea cual fuere la lengua de expresión.
El problema lingüístico se ha planteado también en el Levante. Autores de renombre, como el propio Said, publicaron en inglés. Y en El Líbano existe una importante producción literaria escrita y publicada en francés. Autores como el historiador y novelista Amin Maalouf o el escritor Elías Khoury (que aborda con ternura y poesía el horror de las guerras civiles que asolaron Beirut en los años 80) escriben en la lengua de Molière. Pero, más allá del idioma, la temática, el estilo, las preocupaciones expresadas, son árabes.
La ausencia de libertades políticas trajo, como lastre inevitable, diversas formas de oscurantismo que mutilaron la creatividad de artistas y escritores. Hace más de veinte años, el sirio Sadek Jalel Adm., evocando lo prohibido en la literatura de la región, redactó un ensayo que, de cierto modo, aún sigue vigente: El triángulo prohibido de la literatura árabe: el sexo, la política y la religión. Los tabúes todavía se perciben a pesar de la paradoja que supone la existencia de clásicos textos de erotismo como El jardín perfumado, verdadero Kamasutra de las letras árabes, escrito en el siglo XVII por Cheik Nefzaoui. O, aun antes, La flores brillantes. (Les fleurs éclatantes dans les baisers et l'accolement, aun sin traducir) , explícitos cuentos libertinos del siglo XIV del cairota Alí al-Baghdâdi.
En cambio, más cerca de nosotros, vale la pena recordar que el espléndido El pan desnudo del escritor marroquí Mohamed Choukri (Ed. Debate, Madrid 1988) fue censurado mucho tiempo en su país por la simple razón oficial de que no se podía admitir planteos crudos en la literatura. Choukri, un escritor maldito como pocos, murió hace cuatro años en una barriada de Tánger, destrozado por el alcohol, la miseria y las drogas y corroído por un cáncer fulminante. El pan desnudo se dio a conocer gracias a la primera traducción que del árabe dialectal realizó el autor neoyorkino Paul Bowles*, quien jugó un papel fundamental en la difusión occidental de la obra de los escritores underground marroquíes.
Igual destino sufrió otro outsider del reino de Marruecos, Dris Chraibi, novelista de expresión francesa y autor de un "clásico" dentro de las letras árabes inconformistas: El pasado simple ( Ediciones del Oriente y del Mediterraneo . nº 10. Barcelona 1994) donde criticaba con ferocidad a su país natal y, por extensión, a la sociedad arabe-musulmana en su conjunto. La segunda parte de este "libro monumento" publicado en Francia, en 1954, era una crítica a ese Occidente bienpensante que se erige en juez frente a toda forma de alteridad. Chraibi murió hace poco, tras haber sido reconocido tardíamente en su propio país, como el gran escritor que fue.
Menos suerte ha tenido Mohamed Mrabet (Tánger 1936). Sus breves historias orales en árabe dialectal fascinaron a Bowles, quien le convirtió en su amigo íntimo y transcribió parte de su obra. De hecho, ésta es mucho más conocida en Alemania, Estados Unidos y Francia que en su propio país. A diferencia de Chraibi, quien era hijo de la elite marroquí y eligió la pobreza por voluntad propia, Mrabet venía de la miseria y en ella se quedó. Trabajó de todo: vendió pescado, se prostituyó, fue cocinero y chofer. Sólo Bowles pudo salvarlo de la marginalidad literaria. La otra sigue viva: Mrabet vive hoy en un arrabal de Tánger, flotando en una nube de kif, la droga local. Su obra rompe el tabú moral del sexo y otras adicciones como el mejor de los beatnicks y por ello fue ignorado durante años por la crítica magrebí. En el 2000 se publicó en inglés y en francés Look and move on (Ed. Devillez-Didier. Paris 2000), obra autobiográfica que narra su vida en las calles de Tánger, el consumo de Kif, el erotismo, la bisexualidad, su contacto con los americanos, con Bowles y sus amigo/as. En 1998, publicó en España M'hachich, un volumen que reúne diez breves cuentos orales alrededor de esta resina del cannabis, cuentos que fueron transcritos y traducidos por Bowles.
Y Argelia conoció algo parecido, a pesar del discurso revolucionario y tercermundista que durante años enarboló el gobierno. El Repudio (Ed. Emecé. Barcelona 2002) de Rachid Boudjedra, conocido como el García Márquez de la literatura árabe, debió circular clandestinamente en los años 70 porque su venta en librerías se hizo imposible. Y Mohamed Moulessehould, el más popular escritor argelino y el más traducido del mundo moderno (cerca de cuarenta idiomas) se vio obligado, a comienzos de los 90, a publicar sus primeras novelas bajo el pseudónimo de Yasmina Khadra (el nombre y el segundo apellido de su esposa). Era explicable que así lo hiciera: era comandante del Ejército y encargado de toda la región oeste de Argelia durante los duros años de la guerra contra el terrorismo islamista. Sus novelas daban cuenta -en un género político policial- del horror de ese conflicto, incubado al calor de las asimetrías sociales, la fragilidad extrema de la sociedad civil y la corrupción imperante en el seno del poder .
También se puede recordar los problemas que han encontrado los artistas e intelectuales egipcios con los ulemas de la mezquita de Al-Azhar, guardianes del templo y de la pureza moral de los fieles. El Nóbel Naguib Mahfouz sufrió un atentado por parte de quienes -desde una perspectiva salafista- insisten en la diferencia civilizacional propia a la producción cultural arabo-islámica, vetando espacios y temas que escapan a las preocupaciones de la Umma (la comunidad de los creyentes). La temática de lo individual no es bien vista.
Sin embargo, hoy todo parece indicar que, de modo lento pero seguro, los escritores árabes empiezan a atreverse a transgredir los tabúes. La homosexualidad, el sexo, las injusticias políticas y sociales, la religión, todo lo que ocupa un lugar en la realidad cotidiana comienza a ganar visibilidad. Ya no sólo se sugiere. Tal vez por ello escritores muy jóvenes, como la bella saudí Rajaa Alsanea quien escribió su primera novela antes de cumplir los veinticinco años, han conocido un éxito sorprendente. Alsanea, considerada como la Bridget Jones árabe, describe en Chicas de Riad (Ed. Emecé. Barcelona 2007), el avance decidido hacia la modernidad de las nuevas generaciones de veladas saudíes. La novela, que no pudo ser publicada en su país y debió serlo en El Líbano, rompe con esquemas formales y prejuicios. Adopta un estilo moderno en el que se entremezclan el idioma árabe clásico y diversas variedades dialectales. Este aspecto se pierde en la traducción, aunque Alsanea lo apunta en una nota inicial. Pero, además de la innovación en el lenguaje, narra la historia como una sucesión de mensajes enviados a un correo electrónico a lo largo de un año. Este recurso, un guiño a los jóvenes de su generación acunados por Internet, le permite crear un metarrelato en el que muestra la sensibilidad de esa sociedad que oprime a las protagonistas. Alsanea no entra en disquisiciones teológicas, pero sus personajes -esencialmente mujeres veinteañeras, pues los hombres son sólo parte del decorado- dejan claro que no ven contradicción alguna entre su religiosidad (que varía de un personaje a otro) y su deseo de disfrutar de una vida plena y gozosa. Pone en evidencia los excesos religiosos, la doble moral vigente y la marginación legal de la mujer. Aborda todos los temas: desde el desprecio hacia las divorciadas hasta los pretextos para justificar la cirugía estética.
También la argelina Ahlam Mosteghanemi, que ha debido exilarse en Beirut, publicó La memoria del cuerpo, verdadero best seller sobre la sexualidad femenina. Otra argelina, igualmente radicada en El Líbano, Fadila El Farouk, transita por los mismos caminos. El sociólogo y escritor argelino Mohamed Balhi, asegura que sus compatriotas han preferido el país de los cedros al propio porque los hábiles editores libaneses han visto en esta temática una veta digna de ser explotada económicamente. Pero, además, explica las formas de trasgresión adoptadas en el vecino Marruecos por especificidades que resulta difícil obviar. La terrible censura política en la época del rey Hassan II (1929 -1999) hizo que dramaturgos, ensayistas, cineastas y escritores evitaran todo cuestionamiento del poder. Siendo, en cambio, una sociedad muy penetrada por el turismo con las permisividades que este cobija, resultaba menos peligroso atreverse con el sexo. Para Balhi, el verdadero tabú en el Mundo Arabe es la política.
Las más abiertas al cambio y la ruptura son, en la actualidad, las escritoras. Aunque, dándole la razón a Balhi, el tema político no se aborda de modo directo todavía.
Contrariando tópicos en relación a la pasividad conformista de las mujeres orientales, éstas se arriesgan con temas sexuales, sociales y religiosos. Por ejemplo, la última novela de Leila Marouane, una argelina residente en París, se titula La vie sexuelle d'un islamiste à Paris (Vida sexual de un islamista en París). En ella, el protagonista, musulmán intachable y sólido pilar de una familia tradicional, harto de su papel de primogénito modelo dominado por su madre, decide ser él mismo: se dedica al libertinaje y al desenfreno. Esta novela no ha sido aún traducida al castellano, pero sí otra que transita por un camino parecido. Alá Superstar (Anagrama. Madrid 2007) de un autor que preservaba su identidad bajo las iniciales Y. B. Ahora sabemos que su nombre es Yasser Ben Miloud y que utilizó las iniciales porque, hijo de un célebre psicoanalista argelino, prefería proteger a su familia del escándalo. Y en la ahora piadosa Argelia escándalo hubo: Alá Superstar aborda en clave de farsa el mismo tema que Marouane: cómo puede un magrebí preservar su individualidad en una cultura basada históricamente en lo comunitario (la familia simple y ampliada, el clan, la mezquita). Su ironía se expresa de modo sabroso: "Mi padre se llama Mohamed, como todo el mundo" dice el protagonista en nada velada referencia al profeta.
La nueva literatura árabe, audaz y perturbadora, rompe diques y récords de venta, como se demostró en la última feria de Francfort donde El edificio Yacobián (Ed Maeva. Madrid 2007) del egipcio Alaa El Aswani, fue uno de los libros más vendidos. Su éxito mundial se debe tal vez a que se atreve con temas que abordan la inmediatez política y religiosa como si su propia vida no estuviera en juego con la publicación de este tipo de obras, como si escribir sobre política y religión, sobre el Islam radical o sobre el terrorismo, no supusiera correr riesgos extremos. Lo sabía Mahfouz, como lo supo después Djaout aunque éste, a diferencia del primero, no pudo analizar a posteriori su propio atentado.
Casi todos los libros citados en este artículo han sido traducidos al castellano. España publica con interés y constancia a los mejores escritores árabes. Sería deseable que sus librerías, presentes en muchos países de Sudamérica, trajeran al menos algunas de las obras aquí mencionadas. La actualidad ha abierto un interés creciente por lo que ocurre en el Mundo Arabe, conocer su literatura permite una aproximación distinta y enriquecedora a ese universo donde nada es lo que parece.
A lo largo de la década de los 80, la crisis económica, la situación de deterioro político y social y el modelo de la revolución chiíta que permitió derrocar al Shá de Irán, el mayor aliado norteamericano en el Medio Oriente, impulsaron en los países árabes el salto del islamismo a la acción política. El discurso islamista sobre las asimetrías sociales y la corrupción imperante había calado hondo en los sectores más pobres de la región. Esto se evidenció con las llamadas revueltas del cuscús o del pan: Marruecos (1981, 1984 y 1990), Túnez (1983) y Argelia (1986, 1988 y 1991).
En Argelia, las fallas económicas de un socialismo casi exclusivamente dependiente de sus exportaciones de petróleo y gas y el descrédito moral de la clase política, proporcionaron al islamismo las bases ideológicas para incrementar su poder. Optaron por recuperar el espacio social tradicional de las mezquitas (con centros asistenciales, escuelas coránicas, centros de oración) y por suplantar en sus funciones a un Estado que fallaba. La caída de los precios del petróleo hace insostenible la deuda económica en un país donde todo se importaba. El desempleo afecta, en esos años, a un 30 por ciento de la PEA Esta situación, sumada a la fuerte presión demográfica (más del 50% de jóvenes menores de 25 años desocupados) resultaba explosiva. (1)
Tras la revuelta del populoso barrio de Bab-el Oued, en Argel (1988) se crea legalmente el Frente Islámico de Salvación (FIS).La promesa por parte del gobierno de Chadli Benjedid de convocar a una Asamblea Constituyente no es ya suficiente para frenar el descontento social. Las elecciones municipales de junio del 90, le acuerdan un triunfo aplastante al FIS que obtiene 188 escaños, más de tres cuartas partes del total. Unas semanas después, el Ejército da un golpe de Estado y anula los comicios. El FIS sufre una fuerte represión y pasa a la clandestinidad. Pero otros grupos, más radicales y fanáticos (muchos ex combatientes de Afganistán) se desgajan progresivamente (1992) del Frente: es el caso del Grupo Islamista Armado, GIA, del Movimiento islamista Armado (MIA) y del Ejército Islámico de Salvación, AIS. Pasan entonces a acciones de una extrema violencia y se inicia la terrible espiral terrorismo-represión. Se dio inicio a una guerra civil que costó 150 mil muertos.
La llegada a la presidencia del combatiente de la independencia argelina Abdelazzis Bouteflicka, en 1999, supuso el inicio de una política de reconciliación nacional (Ley de Concordia Nacional). Pero, al calor de un contexto internacional favorable, un nuevo grupo integrista -vinculado esta vez a la nebulosa de Al Quaeda (el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, GSPC)- tomó el relevo, llegando a intentar el magnicidio en septiembre de 2007 y llevando adelante, hasta finales del año 2007, varios mortíferos atentados.