Las crisis económicas han supuesto para el cine la quiebra de innumerables productoras, la paralización de miles de proyectos y la frustración de las ideas, pero también han propiciado un proceso de ruptura y de renacimiento. Son tales los cambios que estos episodios le han otorgado al arte y a la industria cinematográfica, que muchos críticos señalan que las crisis le vienen muy, pero que muy bien, al cine y al arte.
El primer ejemplo significativo lo encontramos en la Alemania de los años 20, una nación en quiebra económica y que padecía los lastres de haber perdido la Primera Guerra Mundial. En aquel entonces Berlín era una algarabía de artistas en explosión creativa y un grupo de jóvenes directores, en torno a la UFA (Universum Film AG, el estudio más importante de Alemania), impulsaron el expresionismo alemán, estudiado hoy como el primer gran movimiento en la historia del cine. Este talento hizo que la industria alemana del cine fuera una de las más poderosas del mundo desde 1917 hasta 1945. Las obras maestras de este cine fueron El gabinete del doctor Caligari de Robert Wiene, Metrópolis de Fritz Lang y Nosferatu de FW Murnau, entre muchas otras. En mitad de la crisis, esta generación de directores descubrió un nuevo lenguaje y una nueva estética para el cine.
Así mismo, el crack financiero de 1929 en Estados Unidos y la Gran Depresión confluyeron para crear y apuntalar un conglomerado de estudios que produjo lo que hoy se conoce como el cine clásico norteamericano y donde se destacan las películas de los hermanos Marx y de Walt Disney, así como el cine de gansters, las comedias y los melodramas protagonizados por grandes figuras como Greta Garbo. Según algunos críticos, este esplendor del cine de Hollywood sólo se prolongó durante 20 años, tras los cuales las producciones comenzaron a decrecer en calidad y originalidad. Y hay quienes aseguran que tuvo que venir una nueva época de convulsiones con la guerra de Vietnam y la crisis del petróleo en los años 60 y principios de los 70, para que surgiera una nueva generación, encabezada por Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y George Lucas, que renovaría la industria cinematográfica de Hollywood.
Italia también estaba devastada y en crisis cuando surgió el neorrealismo italiano, liderado por Roberto Rossellini, Luchino Visconti y Vittorio de Sica. Los tres vivificaron la industria con películas diferentes a las tradicionales en el fondo y la forma. Rossellini con Roma Ciudad Abierta (1945), Paisá (1946) y Alemania año cero (1947), De Sica con Ladrón de bicicletas (1948) y Visconti con La tierra tiembla (1947).
De igual modo, los episodios de crisis políticos y económicas están asociadas al surgimiento de la Nouvelle Vague en Francia, encabezadas por Jean-Luc Godard (Al final de la escapada, 1959), Alain Resnais (Hiroshima mon amour, 1959) y Francois Truffaut (La noche americana, 1973).
En Latinoamérica las crisis sociales, económicas y políticas no han cesado ni a lo largo del siglo XX y ni a comienzos del XXI, y la historia muestra una sucesión de convulsiones que han afectado, en todos los sentidos, al cine, el arte y la literatura. Para muchos, América Latina ha vivido en crisis desde siempre y por eso dos de las películas más representativas de la región son Los olvidados (México, 1950) de Luis Buñuel y la más reciente Ciudad de Dios (Brasil, 2002) de Fernando Meirelles y Kátia Lund. Ambos filmes narran el drama de la supervivencia en ambientes hostiles, las crisis en medio de la crisis social permanente, las injusticias individuales dentro de la gran injusticia social. Acaso la búsqueda de los directores ha sido darle al espectador una terapia de choque denunciando las injusticias para despertarlo hacia una acción que quizá construya un mundo mejor.
De crisis en crisis vive el ser humano, y el arte y el cine. Las crisis sacuden, destrozan, duelen, pero también obligan a mirar hacia otras direcciones y abren la puerta a mundos nuevos.