Karl Polanyi (1) en su magnífica obra publicada en Nueva York en 1944, La gran transformación. Crítica del liberalismo económico, describió el surgimiento, expansión y crisis de la moderna sociedad económica. Es decir, el proceso histórico a partir de la sustitución del sistema de mercados regulados por el de mercados autorregulados iniciado a mediados del siglo XVIII en Europa que alteró radicalmente la estructura de la sociedad, dando paso a la diferenciación y autonomía de la esfera económica en relación al sistema político. Para lograr semejante metamorfosis, sin embargo, fue necesario destruir las conexiones culturales características de las formas de producción y circulación de los bienes, ambas vinculadas tradicionalmente con principios y mecanismos sociales de reciprocidad y redistribución. Fue imprescindible asimismo desarticular la unidad que constituían la tierra y el trabajo -la sustancia de la sociedad-, transformarlos en mercancías ficticias y otorgarles así la absurda identidad de "objetos" destinados a intercambio. El moderno sistema de mercado se construyó, pues, sobre la base de lo que Polanyi llamó La ficción de la mercancía, consolidándose a raíz del desarrollo del mercado de trabajo en el siglo XIX, en su consideración "la más poderosa de todas las instituciones modernas".
El surgimiento de la economía de mercado constituyó, en suma, una profunda conmoción social. Desaparecieron antiguos modos de vida, sus principios tradicionales y sus instituciones, representando el cambio desde esta perspectiva una trascendental pérdida cultural. Este hecho y la aparición de las nuevas instituciones económicas fueron los dos movimientos fundamentales que conformaron, pues, la gran transformación que supuso el desarrollo del sistema de mercados autorregulados, la fábrica del diablo como le denominó Polanyi. Sin instrumentos y mecanismos de protección, sin embargo, ninguna sociedad hubiera podido soportar el carácter y la velocidad de esta transición. Emergieron, en efecto, novedosos y múltiples riesgos e incertidumbres, de tal forma que fue inevitable la creación de instituciones que limitaran su acción destructora, las amenazas sobre el ser humano y sobre el medio natural. La sociedad -afirmó Polanyi- reveló pronto su extrema vulnerabilidad frente a las leyes y los principios del régimen económico. La inefable voluntad de la "mano invisible" de los economistas clásicos demostró ser sólo un mito. Los peligros que produce la maximización del beneficio trascienden, de hecho, la propia esfera económica, como ha sido suficientemente demostrado durante los últimos dos siglos. Se pone en peligro cada vez la existencia social en su totalidad y no sólo el bienestar material de las personas. Es la razón que explica -dice Polanyi- que la sociedad recurra necesariamente al auxilio de fuerzas ajenas al propio mercado y reaccione acudiendo a instituciones sociales y al Estado, no a instituciones económicas. La permanente necesidad de protección impide siempre, en realidad, consolidar una separación completa entre la esfera económica de la sociedad y su esfera política. Si el Estado y las instituciones sociales no interviniesen, la autonomía económica provocaría la destrucción del sistema social en su conjunto. Polanyi identificó precisamente en el siglo XIX un momento de gran tensión entre las fuerzas del libre mercado y la apremiante exigencia social de protección; un "peligroso callejón sin salida" que desembocó, a su juicio, en la gran crisis económica de los años treinta del siglo XX y en el ascenso del fascismo en Europa.
Somos asiduos espectadores, sin duda, del poder de destrucción social que puede llegar a alcanzar el mercado. La globalización neoliberal, por ejemplo, ha sumergido nuestro mundo en un océano de nuevas y múltiples amenazas, imponiendo a todas las sociedades del planeta siniestros métodos de violencia y extorsión -ocultos bajo sofisticados eufemismos- para tejer el peligroso e intrincado engranaje de la economía mundial gobernada por las corporaciones. Además de destruir mecanismos creados anteriormente para defender la sociedad, ha conseguido incluso ampliar el universo de las mercancías ficticias a ámbitos hasta hace poco impensables, mercantilizando el conjunto de la biodiversidad del planeta y la herencia cultural de miles de comunidades campesinas e indígenas. La avaricia ha crecido en consonancia, tensando un escenario que demuestra una vez más que, sin la ayuda de herramientas sociales y el Estado, ninguna sociedad está a salvo de las consecuencias provocadas por los colosales exabruptos del mercado.