Jorge Luis Borges y Eduardo Mallea tienen algunos puntos de contacto.
Pertenecen a la misma generación y vivieron en común un extenso tramo del siglo XX: Borges nació el 24 de agosto de 1899, y Mallea, el 14 de agosto de 1903; Borges falleció el 14 de junio de 1986, y Mallea el 12 de noviembre de 1982.
Además, se movieron siempre dentro de los círculos políticos y culturales que podríamos denominar "tradicionales" o "conservadores": los diarios La Prensa y La Nación, la revista Sur (de cuyo Comité de Colaboradores ambos formaron parte).
Es posible que, hacia 1935/1940 los dos hayan alcanzado, en el mundillo literario argentino, una magnitud externa más o menos similar.
El correr de los años fue reduciendo la luz de Mallea y aumentando la de Borges hasta tal punto, que la distancia que media ahora entre ellos es descomunal.
Yo soy un lector a quien le agrada que le cuenten historias interesantes. En el estricto sentido del término: es decir, historias que me interesen, historias que, con sus incesantes estímulos, me impulsen a continuar la lectura para seguir recibiendo sensaciones placenteras. Y, dentro de estas sensaciones placenteras, se halla también la de satisfacer la -si se quiere- infantil curiosidad que conlleva la pregunta: "¿Qué pasará ahora?".
Así, "frívolo", soy yo desde hace unos cuantos años. Pero, cuando era adolescente o apenas joven, yo era un lector más "serio", y entonces, por sentido del deber, leía respetuosamente hasta el final todo libro empezado.
Allá por 1963 leí La bahía de silencio(1), novela de Eduardo Mallea, y la leí con el mesurado juicio que me confería mi cuasiinocencia literaria de entonces. Claro que yo tenía apenas veintiún años, y, según parece, fui de maduración lenta. Cuando, muchos años más tarde, la releí, yo era otra persona, con una percepción infinitamente mayor de los problemas, de los artificios, de los recursos, de las trampas, de las soluciones que se presentan, o que se esconden, en la construcción de un relato.
Entonces, La bahía de silencio me pareció la obra de una persona de criterio narrativo, ¿cómo diré?, de criterio narrativo insensato. Una novela donde era imposible encontrar un atisbo -al menos- de verosimilitud y por la cual se precipitaban raudales de defectos de toda índole.
En busca de otro punto de referencia, compré los Cuentos para una inglesa desesperada (2), abrumado por el prejuicio de que iban a resultarme desagradables. Admito que me equivoqué: no me resultaron ni siquiera desagradables: me resultaron casi incomprensibles. Con la añadidura de estar contaminados de afectación y de insoportable vanidad.
Quise también tener una idea aproximada sobre cómo veía el autor el oficio de narrar, y compré las Notas de un novelista (3). No encontré allí la menor incoherencia: la novela, los cuentos y los ensayos respondían a una única, férrea y desatinada concepción de la narrativa.
Muchos años antes de que yo hubiera llegado a esta desoladora conclusión sobre Eduardo Mallea, pasé por la experiencia inolvidable de interrogar a Jorge Luis Borges. Y, en algún pasaje del libro en que constan tales conversaciones (4), se produjo el siguiente diálogo:
F.S.: ¿A usted le gustan las novelas de Mallea?
J.L.B.: Sí. Sobre todo una novela breve que se titula Chaves, que creo que es lo mejor que ha escrito él. Y luego un cuento, cuyo título no recuerdo,(5) sobre un hombre que siente celos anticipados de un desconocido, y luego llega más o menos a provocar el adulterio de su mujer: algo así como una versión más compleja de El curioso impertinente de Cervantes. Ahora, Mallea, como yo, es un hombre tímido, de modo que hemos llegado a la amistad, pero no a la intimidad. Es decir: yo lo aprecio, sé que él me aprecia, pero no nos vemos con mucha frecuencia.
E, inmediatamente, Borges deriva el diálogo hacia casos parecidos de amistades que no necesitan de la frecuentación, etcétera, actitud que me condujo a imaginar que, en realidad, no le interesaba hablar de Mallea.
Pero lo cierto es que contestó que sí, que le gustaban las novelas de Mallea.
Lo cual, naturalmente, es mentira.
Tiempo más tarde se conocieron circunstancias graciosas.
Por ejemplo, a la novela de Mallea titulada Todo verdor perecerá, Borges la llamaba, previendo el tedio que suscitaría su lectura, Todo lector perecerá.
El libro Borges (6), de Adolfo Bioy Casares, registra esta maravilla del ingenio borgeano, pronunciada ante el anuncio de una nueva novela de Mallea:
¿La penúltima puerta? Qué buen título. Mallea tiene una notable capacidad para elegir buenos títulos. Es una lástima que se obstine en añadirles libros (28/12/1969).
Ahora bien, las ya citadas Notas de un novelista incluyen un "Diario de Los enemigos del alma", novela que se publicaría en 1950.
En la entrada correspondiente al 18 de febrero de 1949, Mallea escribe:
La lucha más pertinaz de un escritor debe encarnizarse contra el crecimiento vicioso de su propio estilo. Si se le deja crecer acabará por tragarse a quien lo ejerce como el parásito al higuerón. El estilo es un animal doméstico o de guardia que debe dormir siempre a los pies de la cama. Pugnazmente tenderá -y con más fuerza cuanto más fuerte sea su condición- a echarse a yacer en la cama de su dueño, arrojándolo de ella; en todo esto pienso y se lo digo a Gannon comentando el cuento publicado por un excelente estilista que de tanto serlo ya no queda del cuento nada. Toda la historia -magnífica por lo demás cuando se la reduce a su esencia- que se propuso contar, palidece y se debilita, vacila y se desvanece bajo el peso insostenible del amaneramiento. [...].
Gannon es Patricio Gannon, escritor y traductor cuya firma aparecía con frecuencia en Sur, la revista dirigida por Victoria Ocampo, de cuyo Comité de Colaboración era, como ya dije, miembro permanente Eduardo Mallea.
No es raro, entonces, que ambos amigos comenten los textos aparecidos en el reciente número de Sur, que no es otro que el que corresponde al año 17, número 172, febrero de 1949.
El "cuento publicado por un excelente estilista que de tanto serlo ya no queda del cuento nada", discurre entre las páginas 7 y 12.
Su título es "La escritura del Dios", y su autor, Jorge Luis Borges.
Tal vez por ser un enamorado de la obra de Borges, debo confesar que en dicho cuento no he encontrado amaneramiento alguno y también que creo que su autor es bastante más que un "excelente estilista".