Reseña a La vida me engañó, Guillermo Roz

Por Consuelo Triviño Anzola *

La vida me engañó

La vida me engañó es la letra de un tango y a Guillermo Roz le sirve de leit motiv en esta su primera novela publicada, más no la primera escrita, ya que es la segunda de una saga que va por la tercera -ésta última en proceso de gestación-. Si la vida engaña, ¿quién es el engañado en la novela? El amante frustrado, el abandonado, nos dice el autor, que en su intento por sobrevivir busca el equilibrio dando vida a un mundo paralelo: Escribir es sobrevivir, nos dice. Voy sobreviviendo y vos, Maya, me impulsaste con tu agresión a inventarme esta paz, esta locura feliz. La novela ilustra el proceso de gestación de un mundo, la forma como emerge y se impone la ficción, pero sobre todo la fuerza del deseo que la hace posible ...me gustaría que fueras un poco más irreal y que Atelepeze cobrara más vida, dice el narrador. Ojalá pudiera dibujarte con un lápiz de literatura...

Tenemos por un lado una realidad en cursiva y por otro, una en redonda. En cursiva se escribe la nostalgia de lo perdido, de Maya, en redonda el mundo alternativo posible gracias a la magia y al deseo vehemente del abandonado. A lo largo de la novela vemos cómo se tocan estos dos mundos y de qué manera los dos están hechos de la misma materia. El mundo en redondas se puebla de personajes cuyos rasgos se van dibujando, de paisajes que alcanzan mayor intensidad. En cambio, el mundo en cursiva se diluye en los sueños.

Aquí se propone, además de una estética que se sitúa por la línea de lo fantástico, una explicación del proceso creador. Maya es quien engaña. Maya, la mujer, madre en griego, es la causante del desengaño y, a la vez, del acto creador. La palabra "maya" es también un término fundamental en las filosofías hinduístas; significa el poder, la fuerza del divino actor, del creador, del mago. La palabra refiere el estado psicológico de alguien que está hechizado. Así el universo, ese gran teatro del mundo, asigna determinados papeles a los individuos y estos actúan bajo el influjo de un hechizo que les impide discernir entre la infinidad de formas que adopta la divinidad, lila, la unidad que conecta las distintas formas.

Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación, dice que sólo nos es dado conocer nuestra propia voluntad, lo que atañe a ella; que todo lo demás llega por mediación y que juzgamos el mundo mediante analogías. Para él no hay más que un solo ser, al que se debe la ilusión de la pluralidad: Maya. Acaso el principio rector de esta novela sea la noción de ilusión y de engaño. La palabra engaño unida al nombre Maya, constituyen las claves ordenadoras del universo creado. El autor, actor, creador, es el abandonado que intenta superar la orfandad con la escritura. Y ¿qué es lo que crea? Su propio universo: Soy el hombre que escribe una historia para no morir de amor, soy el que reza la plegaria de la invención, soy el muñeco desvelado que llora frente a las páginas blancas durante la madrugada.

Guillermo Roz

Guillermo Roz da vida al pueblo de Atelepze, nombre que le inspira una población periférica de la provincia de Buenos Aires: Ezpeleta, situada al lado de la localidad de Quilmes, al sur de Buenos Aires. El pueblo está habitado por criaturas anónimas, seres diminutos como hormigas, pero impregnados de una magia, la magia que les asigna su condición irreal. Son sus vecinos Marcelo, Marcela, que espera un hijo de Marcelo, Luro, Chita, la madre de Luro y Caricia, el dueño del bar Ruleta Rusa y que sin duda es el alter ego del autor, ya que en la novela también intenta escribir una novela titulada La vida me engañó.

Atelepze tiene características que lo vinculan a otros pueblos, sean reales o imaginarios. Si Atelepze existe, parece decirnos el narrador, puedo moverme entre los realidades: la que me imagino y creo y la que me ha dejado Maya con su abandono atroz. Me meto tanto en Atelepze de modo que éste llega a ser más fuerte que el mundo de Maya.

Nos movemos entre contrarios y paradojas, como el pueblo, dividido por un río nauseabundo. Por un lado, está su Predio Patriótico donde se sitúa la elite; por otro, está el suburbio, la periferia, El Caldo, a donde van a parar los pobres, los emigrantes, las gentes de color oscuro. El origen de ese túnel que alberga a gentes tan extrañas, es la colisión de un meteorito que ha dado lugar a ese accidente geográfico y esto hace peculiares a sus habitantes. Los vecinos de El Caldo van más allá de las medianías que habitan en la parte alta, con sus pretensiones y con sus prejuicios. Aún así, la población vive como bajo un encantamiento. Si la vida es un montoncito de anécdotas mal pegadas unas a otras, como lo considera Luro, en Atelpeze de vive una vida, insinúa el narrador.

Lo que puede ser la historia en esta novela tiene un detonante, si es que puede haber algo detonante en este pueblo: la desaparición de Chita, la cantante que con su ausencia causa una epidemia: las alucinaciones musicales de la gente.

Estos elementos sitúan a Guillermo Roz, como se ha dicho, en la línea de lo fantástico que ha dado sus mejores frutos en la Literatura del Río de La Plata, desde el uruguayo Felisberto Hernández, pasado por Borges y Cortázar. Pero su mundo fantástico no es para nada trágico, pese a la mediocridad de las vidas y a los padecimientos de los marginados y excluidos. Lo curioso es que no mueve a la compasión, sino a la risa. Confieso haber disfrutado esta novela, que aúna géneros como la ciencia ficción, con tintes góticos, con juegos paródicos y kafkianos, que podrían incluso enlazar con el cómic, por cierta dosis de ternura que invade la atmósfera narrativa.

De estructura abierta, el autor subordina la intriga a la ensoñación a través de situaciones absurdas descritas con una ironía peculiar, como las explicaciones sobre el origen de El Caldo, o el episodio los perros suicidas, o la relación de las costumbres de los atelepzes: sus festividades, sus prohibiciones y aficiones. Elementos con los que Guillermo Roz recrea su fantasía, ese montoncito de anécdotas que constituye la vida de los atelepzes.




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