(Traducción de Antonia Javiera Cabrera)
La imagen del alimento parece apropiada para establecer ciertas analogías siendo que nos alimentamos también de la lectura, devoramos libros cuando estamos con hambre, salivamos al leer la descripción de una escena. En el enmarañado de emociones y recuerdos de una infancia que no nos abandona (recordando a Benjamin) es que recordamos ciertas imágenes alimentarias como ingredientes de muchas historias ya bien conocidas: del canasto llevado a la abuelita por Chapeuzinho Vermelho al tragar del lobo, de las migajas de pan a la casa comestible en João e Maria, del banquete servido por el Rey al sapo en Henrique de Ferro (más conocido como A princesa e o sapo), de las cenas de Año Nuevo vistas por las ventanas por la Pequena vendedora de fósforos a los delirios del hambre, de los frijoles en João e o pé de feijão, de los potes de papita en Cachinhos Dourado e os três ursos, del gato devorando al ogro y de la cena con el Rey en O gato de botas, aún del tragar en O lobo e os sete cabritinhos, del comer y del beber en Alice no país das maravilhas, del Soldadinho de Chumbo en la barriga del pescado que iba a la mesa 1 . En estas narrativas, el acto de comer podría ser dividido en dos momentos: personajes que comen y personajes que son comidos.
De la antropofagia a la estética del hambre, del acto de devorar a los presentes a una mesa, está lo que se presenta: el comer solitario y el comer en grupo - comer no sólo por hambre, pero también por placer y por tradición. Para la Sociología, el acto alimenticio no es sólo biológico, es también representación de ciertos valores culturales. La simbología de la comida y del acto de comer puede traernos la comprensión de valores culturales o históricos. Cabe entonces algunas preguntas: ¿cómo y por qué la imagen del alimento hizo y se hace tan presente en los textos direccionados para el niño? ¿A lo largo del tiempo el alimento se actualizó en las historias o permanece con las mismas funciones? ¿Y cuáles funciones serían estas?
Câmara Cascudo afirma que el primer testimonio sobre la alimentación indígena en Brasil es la Carta de Pero Vaz de Caminha, fechada del primero de mayo de 1500. Varios de los sermones analizados en Brasil entre los siglos XVII y XVIII eran basados fundamentalmente en metáforas alimentarias. En una sociedad en la cual la oralidad era la principal forma de difusión del conocimiento, tales metáforas eran muy recurrentes. El Padre Antônio Vieira, en Sermão de Nossa Senhora do Rosário, en el año de 1654, fundamentó su sermón en una analogía del cuerpo - el cuerpo de Cristo que es alimento para el alma. La analogía entre el acto de comer y el acto de predicar remonta a la tradición medieval que ofrece la palabra del predicador como alimento espiritual para las almas necesitadas y hambrientas. São Bernardo (1090-1153), Abad de Claraval, afirma que "un alimento indigesto, mal cocido, produce malos humores y, en vez de nutrir el cuerpo, lo corrompe, así también puede darse el caso del estómago del alma, que es la memoria, al ingerir muchos conocimientos que no fueron cocidos por el fuego del amor y ni pasaron por el aparejo digestivo del alma" (apud MASSIMI, 2006: 259).
Marina Massimi afirma que el uso de esas metáforas se basaba en dos pilares fundamentales: Aristóteles y Platón. De ese modo, según la autora, los sermones se constituyeron en un modelaje de los comportamientos sociales y adquirieron gran significación en relación a la historia del uso de metáforas alimentarias con función antropológica, pues comparan el proceso de conocer al de ingerir alimentos. En este sentido, esas metáforas ayudaban a fundamentar el ciclo pedagógico de los sermones. En la jerarquía de la primera Edad Moderna, la comida era destinada y clasificada según el grado de nobleza del consumidor, pues se creía que cada uno debería consumir el alimento adecuado a su naturaleza. Así, alimentos próximos de la tierra eran considerados inferiores y destinados a las clases sociales más pobres, en oposición a los alimentos elevados en la dirección del cielo que eran considerados superiores. Los volátiles, por ejemplo, eran considerados comida adecuada para príncipes y reyes - los nobles consumían más perdices y carnes delicadas, pues se creía que eso confería más inteligencia y sensibilidad en comparación a los que comían cerdo, por ejemplo (MASSIMI, 2006).
Para Flandrin & Montanari, en História da alimentação (1996), la función religiosa de la alimentación se remonta al tercer milenio antes de Cristo en la Mesopotamia, donde el homenaje a los dioses era hecha por medio de ofrendas alimentarias (carnes, pan, leche, cerveza y vino). Según los autores, la función social del banquete, muy resaltada en el mundo griego y romano, giraba en torno al convivio y del cambio de corteses ocasionando un importante elemento de distinción entre el hombre civilizado, el bárbaro y los animales: "El hombre civilizado come no solamente (y menos) por hambre, para satisfacer una necesidad elementar del cuerpo, pero también (y sobre todo) para transformar esta ocasión en un acto de sociabilidad [...]" (FLANDRIN; MONTANARI, 1996: 108). En ese contexto, el Banquete (o Simposium) de Platón, como recuerda Massimi, es caracterizado como expresión de la función social y cultural del convivio a la mesa.
En el primero y segundo tomo de História da alimentação no Brasil (1967; 1968), Câmara Cascudo expone la trayectoria de la sociología del alimento en el cardapio tradicional indígena, africano y portugués en relación a la constitución de lo común en la comida nacional y se refiere siempre a la alimentación y no a la nutrición, pues conforme sus investigaciones del alimento en la contemporaneidad, percibió que los padrones alimentarios están más ligados a la tradición que a la nutrición, así como a la predilección de ciertos sabores: "el pueblo guarda su alimentación tradicional porque está habituado, porque aprecia el sabor [...]. Puede no nutrir pero llena el estómago. Y hay generaciones y generaciones fieles a ese ritmo" (2004: 15). La escuela hace mucho eso con nuestros niños, fortalece la literatura como alimento tradicional, tan sólo para llenar el estómago, para cumplir los contenidos establecidos y no para nutrir el lector. Carmem Alberton ya señalaba en la década de 1980, en Uma dieta para crianças: livros, que la lectura restricta a libros escogidos por el adulto y presentados sobre forma de tarea escolar se transformaba en un trabajo penoso y limitativo al ser impuesto por la escuela (1980: 7).
Benjamim nos recuerda, en los textos recogidos en Reflexões sobre a criança, o brinquedo e a educação (2004), que los niños saben jugar y atribuye a los adultos (convencido sobre la pobreza de la experiencia) una cierta incapacidad de magia. El escritor aún advierte sobre la polisemia del juego, el doble sentido, tanto el juego como la jugarreta: "la esencia del jugar no es un 'hacer como si', pero un 'hacer siempre de nuevo', transformación de la experiencia más conmovedora en hábito", así "comer, dormir, vestirse, lavarse deben ser inculcados en el pequeño inquieto de manera lúdica, con el acompañamiento del ritmo de versitos" (2004: 102).
Gianni Rodari, escritor italiano, discute sobre el juego que se pone a la mesa a la hora de las comidas y los personajes creados por los padres - lo que da al acto de comer un significado simbólico: "comer se vuelve un acto estético". Con los capítulos "Comer e brincar de comer" y "Histórias à mesa" del libro Gramática da Fantasia (1982: 96), Rodari sugiere lo híbrido de fábulas que pueden ser creadas a la mesa, como la Madame Cuchara y sus aventuras románticas con un tenedor y su terrible rival, el cuchillo: "Madame Cuchara era bien alta y muy delgada, y tenía una cabeza tan grande y tan pesada que no se paraba en pie, a ella le parecía más cómodo andar de punta en pie. Así veía todo el mundo al revés y sólo tenía ideas al revés...". Rodari señala el hambre como una de las grandes tragedias del siglo XX - hambre tanto del cuerpo como del alma. El escritor afirma que ambos (cuerpo y alma) necesitan ser nutridos - quizás por eso sus textos reflejen esa profunda relación con el alimento. Clarice Lispector también anotó esa duplicidad del hambre: "el hambre es nuestra endemia, ya que está haciendo parte del cuerpo y del alma. Y, en la mayoría de las veces, cuando se describen las características físicas, morales y mentales de un brasileño, no se nota que, en verdad están describiendo los síntomas físicos, morales y mentales del hambre" (apud ANDRADE, 1993: 59).
Rodari envuelve al lector en el sabroso mundo de la lectura por intermedio de una escritura lúdica y surreal. Prosa y verso se unen a los textos críticos y contribuyen para tornar el acto de la lectura en una degustación, en los términos del escritor, fantástica. Según Italo Calvino, la obra de Rodari subraya la atemporalidad de la fantasía, pues siempre habrá un lugar para la atmósfera mágica de las fábulas, de las leyendas y de los mitos porque en el alma del adulto restará en estado latente el niño que nos habita con su imaginario fértil. En una producción de más de treinta años, Rodari ofrece al lector infantil y juvenil, a los profesores y estudiosos un verdadero banquete literario con textos actuales que tratan de algo muy presente en nuestro cotidiano: el alimento.
El carácter rizomático de los escritos de Rodari presenta un hibridismo tanto de los personajes como de las historias: personajes que transcurren varias historias en diferentes libros y pequeñas narrativas o poemas que se tornan libros independientes. Histórias para brincar fue recientemente traducido al portugués y presenta esta característica. El título del libro es también un capítulo de la Gramática da Fantasia en el cual Rodari afirma: "Las historias 'abiertas' - es decir, incompletas o con un final a elegir - tienen la forma del problema fantástico: con base en ciertos datos, se decide sobre su combinación resolutiva."(1982: 150). En Histórias para brincar, el autor presenta veinte historias, cada una con tres finales diferentes, pero en las instrucciones de uso advierte que el lector puede hasta mismo descartar las tres y crear una nueva - el libro es definido como un "ejercicio de fantasía". El libro Fábulas por telefone, con una edición brasileña en 2006, presenta historias cortas porque son contadas por un cajero viajante, por teléfono, a su hija antes de dormir. En el libro tenemos la ocurrencia de una mansión de helado, una cocina espacial, los hombres de manteca, la fiebre comilona, la señora Apolonia de mermelada, la calle de chocolate, la historia del reino de la comilona, el caramelo instructivo. En el cuento "Os homens de manteiga", Rodari cuenta la historia de un gran peregrino que exploró un país en el cual todos los hombres eran de manteca: "esos hombres se derretían al exponerse al sol, eran obligados a vivir siempre en la sombra, y vivían en una ciudad en que, en lugar de casa, había varias heladeras" (2006: 38) - historia que nos recuerda el mito de la cuevade Platón. En "A mansão de sorvete", el techo era de chantilly, el humo de las chimeneas de algodón dulce, las puertas, las paredes y los muebles de helado: "Un niño bien chiquitito se tomó a los pies de una mesa y lamió uno de cada vez, hasta que la mesa cayó encima de él con todos los platos." (2006: 21). La mayoría de los estudiosos analiza la obra de Rodari en una perspectiva relacionada sólo con el mundo infantil, desconsiderando la experiencia del adulto con este tipo de literatura. Por más que Rodari buscase una especificidad del texto infantil, sus textos no eran volcados solamente para los pequeños. Esa lectura limita los textos de Rodari y su capacidad creadora a una interpretación superficial que desconsidera los intertextos, la ironía, la metáfora, la sátira y los presupuestos teóricos implícitos en sus jugarretas con las palabras.
Benjamin usa una imagen muy interesante que es la del niño picando, "por la rendija del guarda-comida entreabierto su mano avanza como un amante por la noche (...) como el amante abraza a su amada (...) de la misma manera el tato tiene un encuentro preliminar con las golosinas antes que la boca las saboree" (2004: 105-106). Ese encuentro entre el niño lector y el alimento (o libro) parece cada vez menos apasionado con el transcurrir de los años escolares, es necesario despertar los sentidos para la buena degustación: el tato al tomar un libro, la visión al apreciarlo, la audición al oír una historia, el paladar al saborear un texto literario; es necesario picar más, devorar más.
Actualmente, los juegos de lenguajes propuestos por los escritores actualizan cada vez más la inserción del alimento en el texto - es algo muy próximo del niño y del adulto, pues hace parte de nuestro cotidiano, pero eso ya es contenido de otro artículo donde también serán discutidos los cuestionamientos mencionados. Procuramos tan sólo mostrar como puede ser nutritivo y divertido saborear textos que trabajen con imágenes alimentarias. Mientras que en la crítica literaria o educacional la imagen del alimento aparece como metáfora, en la literatura, se destaca como una imagen que es, a su vez, más atractiva a la mirada. Cuando pienso en la palabra imagen, pienso en Deleuze. Las imágenes actúan y reaccionan, se relacionan, se encadenan, crean rizomas. Pienso en una imagen que es siempre doble. En el libro infantil, la imagen puesta y la imagen visionada. Por imagen alimentaria se entiende la evocación del alimento y sus múltiples sentidos y significados, del pan al acto de comer: degustación, paladar, nutrición, el acto de devorar, antropofagia, sabor, nausea y lo demás que venga de la boca.