Para leer a Jorge Luis Borges en el siglo XXI

Por Martín F. Yriart (*)

(Madrid, España)

Borges -3 años

La obra literaria de Jorge Luis Borges, excluidos los trabajos en colaboración y los ensayos críticos, ocupa un volumen de 1.151 páginas en sus Obras Completas (Madrid: RBA-Instituto Cervantes). La obra de Borges ha sido ampliamente traducida a otras lenguas, pero en antologías, confeccionadas con algún criterio de valor selectivo. No existe nada equivalente en español, lo que en parte parece efecto del mito borgeano. Este artículo plantea la necesidad de reconsiderar la obra de Borges, desechando el mito y reordenándola según sus valores intrínsecos; descartando textos que nunca debieron ver la luz, ni se ha atrevido nadie a descalificar por no merecer lugar junto a la obra maestra.

La obra literaria de Jorge Luis Borges (1899-1986) ha ingresado en el siglo XXI sin que todavía haya merecido un estudio completo que con objetividad crítica permita valorarla en cada una de sus múltiples etapas, que se extienden desde sus poemas juveniles de Fervor de Buenos Aires, a comienzos de la década de 1920, hasta las narraciones breves de La memoria de Shakespeare (1983) con las que Borges se despidió de sus lectores en un último destello de imaginación .

El primer tomo de sus Obras Completas, publicado en España conjuntamente por el Instituto Cervantes y la editorial RBA, de Madrid, sigue reproduciendo el original de la década de 1970, que cierra con los poemas de El oro de los tigres, publicados en 1972, doce años antes de la muerte del escritor.

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Muerto ya hace tres décadas, la sola mención de su nombre suele despertar un respeto reverencial por Borges y su obra. El elenco de los premios y honores que recibió en el último tramo de su vida atestigua el reconocimiento de su obra como uno de los aportes más importantes del siglo XX a la historia de la literatura. Borges llegó allí no sin superar algunas adversidades en su vida.

En la década de 1940 Borges fue perseguido por el incipiente régimen peronista que, influido por el modelo del fascismo italiano, no toleraba disidencias públicas, aunque fuera indiferente a la opinión de los individuos.

A finales de la década de 1970 comenzó a circular por Buenos Aires el rumor de que, a pesar de la admiración que provocaba su obra en todas las latitudes, Jorge Luis Borges estaba definitivamente eliminado de la carrera hacia el Premio Nobel de Literatura.

La causa de ello, según la versión, nada tenía que ver con el reconocido talento del escritor argentino, sino con su presunta complicidad con los militares que dieron el golpe de 1976 y derrocaron a la presidenta Isabel Martínez de Perón, viuda de Juan Domingo Perón y democráticamente elegida.

La complicidad estaba probada, alegaban, por una fotografía en la que Borges se había retratado en la Casa Rosada, junto el general Jorge Rafael Videla, cabecilla del golpe, quien había asumido la Presidencia de la Nación.

Durante muchos años Borges había tenido partidarios y detractores en la Academia de Suecia, pero esa foto, que recorrió el mundo, había sido su lápida. Las crónicas de la prensa consignaban que a la salida de la entrevista, los periodistas habían preguntado a Borges qué opinaba del general Videla.

“Es todo un caballero”, había respondido Borges.

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Un tiempo después, confrontado con los crímenes de la dictadura militar argentina, Borges se retractó de sus palabras y alegó que había sido llevado engañado a la Presidencia, creyendo que la reunión tenía por efecto obtener el apoyo del gobierno para promover programas educativos y culturales, cuando en realidad era una maniobra para prestigiar la imagen de la dictadura militar.

Esta anécdota, cuya veracidad es fácil de comprobar en los archivos de la prensa, da una idea de la dimensión que alcanzó el mito Borges en la Argentina, al punto de que un dictador militar, que presidía sobre una sangrienta campaña de exterminio con un saldo de 9.000 muertos y 30.000 desaparecidos, buscó la proximidad de Borges en una fotografía, para mejorar su imagen, y utilizó su refinada adulonería, bien conocida, para granjearse la simpatía del escritor.

En la década siguiente, ya abolida la dictadura militar, Borges tuvo que soportar otra ofensiva, esta vez de quienes desde la ideología progresista lo descalificaron por su adhesión pública al conservadorismo político. Esta vez Borges no se vio perseguido tan burdamente como en 1948, cuando había sido trasladado de una biblioteca pública a una feria de aves de corral.

Su lugar en el mundo ya no dependía de más de un funcionario del municipio de Buenos Aires que confundía al escritor con la persona pública. Pero si Borges no tuvo que soportar persecuciones, debió convivir con el rechazo de un sector de la cultura que lo descalificaba como elitista, reaccionario y desvinculado con la realidad. Otra vez la obra pagó por los presuntos pecados de su autor.

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Borges murió en Ginebra hace ya un cuarto de siglo, en 1986. Por expresa voluntad suya, yace en uno de los cementerios de la ciudad, no lejos de la tumba de Calvino.

Periódicamente en la Argentina surgen iniciativas para repatriar su cuerpo, y sepultarlo en un monumento nacional que se erigiría en su homenaje. Sus obras son reimpresas regularmente en ediciones de bolsillo, como también en los gruesos tomos de sus Obras Completas, que parecen siempre lejos de terminar de completarse, ni agregan nada al valor del texto. Las iniciativas para la repatriación de los restos chocan inevitablemente con las disposiciones testamentarias del escritor, y con su círculo familiar, realimentando así el mito.

Borges yace en Ginebra, pero su mito sigue vivo en Buenos Aires, al punto de que es difícil que exista un argentino que no haya oído su nombre, pero cuando se comienza a preguntar acerca de su obra, cunde un incómodo silencio.

Borges no es Dante Alighieri, de cuya Divina Comedia cualquier italiano que ha completado el ciclo de educación básica obligatoria puede citar de memoria un verso apropiado para cada ocasión.

La obra de Borges, mal conocida por los argentinos, tampoco ha sido objeto de una revisión desde la crítica literaria, que permita valorarla libro por libro, poema por poema, cuento por cuento. El mito del Borges anecdótico tal vez lo haya impedido hasta ahora. Pero pasado ya casi un cuarto de siglo de la muerte del autor, pareciera que ha llegado la hora de descorrer el velo del mito y volver a poner la mirada sobre la obra, sin prejuicios ni falsa reverencia.

Cualquier lector que posea una capacidad de apreciar los valores de una obra literaria observará las diferencias existentes entre los poemas juveniles, o los escritos ya en la vejez, frente a las obras de madurez de Borges. Esto podría considerarse una obviedad, si no fuera porque un sospechoso silencio reina acerca de este aspecto de la obra de Borges, como si fuera pecado criticarla.

Y ese silencio no sólo cubre los períodos extremos de su obra, sino también aspectos de su creación de madurez que no son tratados habitualmente por la crítica, como es la densa oscuridad de algunos de sus relatos, rayana con lo impenetrable, que debiera plantear alguna duda acerca de su valor.

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Casi cincuenta años después de la aparición, en 1923, de Fervor de Buenos Aires, Borges publica en 1970 El informe de Brodie. En él incluye un relato que tal vez sea la culminación de su saga de historias de las orillas de Buenos Aires: Juan Muraña. Aquella “secta del cuchillo y el coraje”, que es un Leitmotiv de su narrativa a lo largo de toda su vida, reaparece hacia el final como para demostrar que el Borges narrador sobrevivió intacto al declinante Borges poeta.

Borges mismo abjuró de su poesía juvenil enviando al ostracismo los libros que precedieron a Fervor de Buenos Aires, infectados irremediablemente, según él, por su adhesión a la estética ultraísta que había contraído en España. Inéditos quedaron sus poemas alemanes escritos durante su residencia en Suiza.

La abundante poesía que publica después de El Hacedor (1960) marca un acelerado declive aunque su diversidad temática sea el equivalente a un diario literario, o tal vez un cuaderno de apuntes autobiográficos. En el mejor de los casos es un extenuado eco de su época de esplendor poético.

Es probable que la gran mayoría de estos últimos poemas, si no todos, como también ocurre con la mayoría de los juveniles, no serían publicables hoy si no llevaran la firma de Jorge Luis Borges y no estuvieran incluidos en un volumen de obras completas.

Borges

Los libros que Borges publica en su época de máximo vuelo creativo, sacralizados por la opinión, todavía esperan una lectura libre de los efectos del mito. La muerte y la brújula o El jardín de los senderos que se bifurcan son ejemplos de una estética de lo difícil, que más parecen escritos contra el lector que en beneficio de él. Nadie se atrevería a excluirlos de una antología de la narrativa de Borges, pero es difícil encontrar un argumento a favor de éstos que no se base en el prestigio acumulado por la aceptación acrítica.

Con todo, es preferible que estos libros se hayan salvado de la autocensura o del arrepentimiento de su autor. Lo justifican los preanuncios o los vestigios en ellos de lo que será o ha sido la obra mayor de Borges, pero ya sólo en beneficio de coleccionistas de citas aisladas, o de investigadores de su obra literaria interesados en el génesis de las ideas estéticas del autor.

El primer tomo de las Obras completas de Borges, que presume de reunir toda su obra de creación no compartida, está lejos de ser tal. Quedan afuera, por lo menos, los libros publicados luego de 1972: El libro de arena (1975) y La memoria de Shakespeare (1983), donde el Borges narrador sigue sorprendiendo con su imaginación creadora de personajes y argumentos extraordinarios.

Para leer a Borges en el siglo XXI es necesario vadear a través de esta obra tan extensa como irregular, donde junto a piezas maestras de prosa como de poesía, se acumula una resaca que quizás en algún momento pareció legítima desde una perspectiva más autobiográfica que literaria, y también habrá sido necesaria a su hora para justificar la impresión de un volumen, como el mismo Borges admitió alguna vez, hablando de un libro tan singular como El hacedor.

Borges

El trabajo de la crítica en el siglo XXI es despejar a las auténticas obras maestras de Borges de la maleza literaria que las rodea e impide apreciar su esplendor distrayendo a los lectores con su esterilidad impenetrable o con una aparente autocomplacencia en lo difícil, que pasa por virtuosismo y es sólo un intento frustrado de construir un mundo con palabras.

De lo que se trata ahora es de hacer a un lado el mito de Borges, que es independiente de su obra y ni siquiera necesita de haberlo leído y comprendido para conquistar adeptos. Es necesario, en cambio, leer la obra para apreciar sus auténticos valores y descubrir así a su autor.

Borges no necesita de anécdotas ni de un culto ritual para ser reconocido en toda su vasta y compleja identidad creadora, que admira al lector con su imaginación y lo induce a indagar en las profundidades de su significado, participando así en la creación literaria con la lectura.


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(*) Martín F. Yriart (Buenos Aires, 1942) es periodista y se dedica actualmente al desarrollo de medios digitales de comunicación y a las técnicas del periodismo de esa modalidad: HTGS/Ciudades(www.heterogenesis.se/ciudades.asp). Colabora en Donde dice... (www.fundeu.es), la revista de la Fundación del Español Urgente (Fundéu), patrocinada por la Agencia Efe y el Banco BBVA, dedicada al español como lengua de comunicación internacional, y en Heterogénesis (www.heterogenesis.com), el journal internacional de estética, comunicación y artes contemporáneas. Imparte cursos de Periodismo Literario (Literary Journalism) en distintas instituciones.



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20 de noviembre de 2009

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