Este breve ensayo intenta, por un lado, dar cuenta de la sintaxis poética eielsoniana de su último periodo y, por el otro, reparar en las reelaboraciones que --sobre el tema del cuerpo, del sexo y de la mujer presentes ya en la poesía de César Vallejo y del Barroco-- aquel autor nos propone.
Una mujer duerme a mi lado
Secuencia Métrica real | Contrapunto real rítmico-semántico | ||||
1. | Como si fuera de tierra | 8 | 4 - 7 | ||
2. | Y yo veo ya mi cuerpo que florece | 12 | 5 - 7 - 11 | ||
3. | En su útero rosado | 7 | 2 - 6 | ||
4. | Miro mi silla de madera | 9 | 4 - 8 | ||
5. | Y sé que ella también es de tierra | 10 | 3 - 6 - 9 | ||
6. | Que antes era un árbol | 6 | 1 - 5 | ||
7. | Y antes todavía fuego | 8 | 1 - 5 - 6 | ||
8. | Carbón de estrellas quemadas | 8 | 2 - 4 - 9 | ||
9. | Beso la tierra como si fuera | 10 | 4 - 9 | ||
10. | Una mujer que duerme a mi lado | 10 | 6 - 9 | ||
11. | Mientras me hundo en su regazo | 8 | 3 - 7 | ||
12. | Y veo todo el pasado | 8 | 2 - 4 - 7 | ||
13. | Cuando yo también era tierra | 9 | 5 - 8 | ||
14. | Antes de ser un hombre | 7 | 1 - 6 | ||
15. | O una silla | 5 | 2 - 4 |
Una mujer duerme a mi lado
Secuencia métrica virtual | Linealidad virtual real rítmico- semántica | ||||
9. | Beso la tierra como si fuera | 10 | 4 - 9 | ||
10. | Una mujer que duerme a mi lado | 10 | 6 - 9 | ||
5. | Y sé que ella también es de tierra | 10 | 3 - 6 - 9 | ||
11. | Mientras me hundo en su regazo | 8 | 3 - 7 | ||
3. | En su útero rosado | 4 | 2 - 6 | ||
1. | Como si fuera de tierra | 8 | 4 - 7 | ||
4. | Miro mi silla de madera | 9 | 4 - 8 | ||
6. | Que antes era un árbol | 6 | 4 - 8 | ||
7. | Y antes todavía fuego | 8 | 1 - 5 - 6 | ||
8. | Carbón de estrellas quemadas | 8 | 2 - 4 - 9 | ||
2. | Y yo veo ya mi cuerpo que florece | 12 | 5 - 7 - 11 | ||
12. | Y veo todo el pasado | 8 | 2 - 4 - 7 | ||
13. | Cuando yo también era tierra | 9 | 5 - 8 | ||
14. | Antes de ser un hombre | 7 | 1 - 6 | ||
15. | O una silla | 5 | 2 - 4 |
El propósito por el cual hemos reestructurado este poema de Jorge Eduardo Eielson es, obviamente, para intentar hacer más claro y distinto un discurso que, por lo demás, ya desde mediados de los años cincuenta (Noche oscura del cuerpo) --aunque con la excepción de Habitación en Roma (1960)-- tiende a ser más llano. Relativa dificultad sintáctica que se apoya en la yuxtaposición de versos en apariencia temáticamente libérrimos, de inspiración surrealista, pero que sin mucho esfuerzo podemos descubrir sólo discontinuos; es decir, permite o apuesta a que el lector "desanude" (desnude), ensaye un determinado encabalgamiento. En términos generales, podríamos glosar que el sujeto poético de "Una mujer duerme a mi lado" transita del encuentro gozoso con la mujer (tierra) a la conciencia de su plena identificación con ella a instancias de ser ambos de una sustancia común indiferenciada: la tierra. Sin embargo ésta, ya en un primer paralelo con la poesía de César Vallejo, y a diferencia de lo que sucede por ejemplo en Los heraldos negros, no tiene una connotación negativa ni implica para los amantes frustración o inevitable sublimación de la sexualidad 2
En "El poeta a su amada", perteneciente significativamente al apartado "De la tierra" en aquel poemario de 1918, el sexo o la consumación sexual son conceptos ligados al arrepentimiento y a la muerte; al tema de la "caída" (v. 8) de índole metafísica de los amantes o, al menos, de parte del yo poético. El placer sexual es una ofensa a la amante donde, además, "Jesús ha llorado" (v. 3); por lo tanto, en este contexto, la auténtica comunión con la amada solo será posible dentro del vientre de la madre tierra porque, solo allí, aquellos afectos sexuales derivarán a fraternos 3 --todos somos hermanos o iguales ante la muerte, insiste el barroco-- y aparentemente se purificarán: "Y en una sepultura/ los dos nos dormiremos, como dos hermanitos" (vv. 13-14).
Mas volviendo a la obra de Eielson, también existiría hermandad entre los sexos (baste reparar en la alusión al libro del Génesis --a la costilla de Adán-- en "Una mujer duerme a mi lado"), pero no a la manera vallejiana --en última instancia una especie de oximoron hermafrodita 4 --, sino a través de la negación misma del paradigma hombre/ mujer resuelto más bien, por ejemplo en este mismo poema, a raíz de la constatación de que ambos actores son finalmente tierra, y que, también, el poema siguiente ilustra sobremanera:
SUCEDE QUE ME CANSO DE SER HOMBRE
Y que tampoco quiero ser
Mujer. Sucede que me duelen
Los bigotes que los pantalones
Y las faldas me dan risa
Testículos y senos son los polos
De una inmensa criatura
Que a la vez me ensombrece
Y me llena de espuma 5
Y no quiero ser mujer
Ni tampoco hombre
Lo que nos lleva a reparar, asimismo, que si la síntesis vallejiana de su última poesía se da en la asunción de la maternidad por parte del propio yo poético --recuérdese el famoso: "[Niños] Si tardo" de España, aparta de mí este cáliz--, la negación de la negación eielsoniana, en cambio, postularía en este aspecto otra cosa y, ni mucho menos, la canónica ideología del barroco: todos somos iguales ante la muerte ("tierra"). Creemos, más bien, que --frente a "Testículos y senos son los polos"-- postularía un ente virtual post diferencia, cierto estado angélico, o una suerte de desanudamiento (desnudamiento) genérico de raigambre utópica. Jorge Eduardo Eielson nos invita a pensar reiteradamente en estas posibilidades como, por ejemplo, a través de este otro poema reciente:
CUERPO DE TIERRA
Todo lo que veo sobre la tierra
Me convence que jamás seré un hombre
Ni una mujer ni una hormiga
Y ni siquiera una persona educada
A diferencia de Quevedo, para quien todo lo que ve sobre la tierra sólo le trae memoria de la muerte, Eielson postula frente a los géneros, digamos, una tercera vía. En realidad, una alternativa no sólo ante los sexos, sino en definitiva frente a todo lo real. Toda esta meditación, claro, con esa sabiduría maravillosa de lo simple y de lo no solemne típica de su arte verbal. A Eielson, todo lo que ve sobre la tierra le trae memoria de la vida --que es la propia tierra--, pero cuya pluralidad de elementos ha sido, a su vez, sometida previamente a mirarse mutuamente en lo esencial o básico --que es ser de tierra. Elementos de la pluralidad y de lo contingente que, pareciera sin dejar de ser ellos mismos, han sido simplificados hasta llegar a ser algo casi abstracto: un color o, mejor aún, un tono sutil, una vibración particular de luz en medio del iluminado desierto. Contrabarroco por excelencia, en sus pinturas e instalaciones lo podemos constatar de modo inmediato, para Eielson la nada es plenitud; la muerte, vida; el más allá, un presente perpetuo. El asunto consistiría en desanudarse (desnudarse), en mimitizarse con esa línea levemente sinuosa de la duna o con la decididamente perfilada del horizonte. Ni fragmento o yuxtaposición ya en la sintaxis, como en Habitación en Roma, el poeta peruano vuelve en su última producción, elíptica y sutilmente, al inicial ideal neoclásico de sus primeros libros de poemas de los años cuarenta.
Es sabido que la poesía del polifacético artista peruano pareciera atravesar varias etapas que irían, grosso modo, desde la conciencia de la escisión o fragmentación de la experiencia personal (Noche oscura del cuerpo: "Cuento los dedos de mis manos y mis pies/ Como si fueran uvas o cerezas y los sumo/ A mis pesares", leemos en "Cuerpo mutilado" o "Siempre rodeado de espuma/ Siempre luchando/ con mis intestinos mi tristeza. Mi pantalón y mi camisa", hacemos lo propio con "Cuerpo en exilio"; y, sobre todo, Habitación en Roma) hasta una paulatina reconciliación individual, comunitaria y sideral con el presente y con el pasado. Sin embargo, no podríamos corroborar que en Sin título (2000) u otros poemas no publicados en libro, tal como señala Susana Reisz en "Eielson visionario": "el amor es una auténtica relación: dual y cósmica al mismo tiempo. El cuerpo es el de la persona amada y también el del universo" (Nu/ do. Homenaje a j.e. eielson), de ninguna manera. Más bien, su opción por lo continuo o indiferenciado o abstracto, una vez superados los "nudos", no deja de traslucir crisis de compañía, cierto énfasis sutil en la soledad voraz.
Esta impronta de su último arte vallejiano, para bien suyo --y en desmedro de la crítica tendenciosamente uniforme que encontramos, por ejemplo, en Nu/ do. Homenaje a j.e. eielson (Lima: PUCP, 2002)--, no hace sino confirmarnos, a pesar de que aquella crítica lo soslaya, que lo mejor de la producción del gran poeta peruano sigue siendo Noche oscura del cuerpo (1955). Lugar, éste, de llegada prosódica, sintáctica y temática que en la obra posterior --con muy pocas novedades-- se calca estilísticamente y en los motivos, sobre todo si seguimos a aquella crítica homogénea, fatalmente se dulcifica. La poesía de Jorge Eduardo Eielson sigue encontrando su fuerza, aunque expresada quizá a costa del propio autor o ahora con aún mayor pasmosa inteligencia, en el "escarnio y deshora". Si no fuera así, la poesía de Jorge Eduardo Eielson se parecería cada vez más a la de su compatriota y contemporáneo, Javier Sologuren. Mas, dado el caso, y en el precio de estas equivalencias, pesarían el orden y el concierto, lo demoradamente destilado a lo eximiamente licuado y, claro, en la comparación saldrían mucho mejor librados los beatos versos del recientemente desaparecido autor de Vida continua.