Si todos los abismos son espejos mejor no pensarlo si
llegan a quebrarse.
(De Terrores diurnos)
Manuel Silva Acevedo, poeta chileno nacido en 1942 se instala entre las más genuinas voces de la tradición poética de su país. Perteneciente a la generación del 60, entre sus múltiples publicaciones destacan Lobos y ovejas (1976), su consagrado poemario que fue reeditado en 2004 por la editorial Eloísa Cartonera de Buenos Aires y en 2009 por la Universidad Diego Portales de Santiago de Chile, Mester de bastardía (1977), Monte de Venus (1979), Terrores diurnos (1982), Canto rodado (1995), Suma alzada (1998),Cara de hereje (2000), Día Quinto (2002), una clara alusión al quinto día bíblico, Bajo palabra (2004) y Campo de Amarte (2006).
Con una sorprendente captación del mundo, su hablante lírico se nutre de variedad de registros, de constantes eufemismos y neologismos que lo convierten en un poeta profético y visionario del devenir de sus ensoñaciones. Por ejemplo en Mester de bastardía se adueña de la fisonomía de la poesía de contenido popular junto a la exclusivamente culta, ligado a la tradición pero desde el manto de la desmembración poética.
Lo grotesco en su obra se ocupa de la experiencia del límite, del extrañamiento, de una descarnada y fría actitud existencial. Una modalidad de lo grotesco la hallamos en el poema "Esclerosis" de Mester de bastardía en que la voz poética sufre de una rigidez que le impide manifestarse frente a la escena apocalíptica que el hablante está viviendo:
[...]
No hacen más que comerse.
No hacen más que dormir y fornicar.
[...]
Esta alteración del hombre de Silva, implica una focalización regresiva, en la que éste se ve reducido a una transformación grotesca y a un estado de privación de las cualidades que le hacen superior a los animales y que observa en este estado de caos emocional y universal.
Otras huellas textuales de la bestialización humana las podemos distinguir en el libro Monte de Venus, donde el deseo sexual es una ofuscación exterminadora y territorial que estimula al macho a ser un auténtico depredador y donde además se desmitifican encantadoramente las cualidades femeninas haciendo de la figura de la mujer un monstruo y no una persona:
[...]
Así te quiero
paridora como coneja
criminal como víbora
tiránica como abeja
inescrupulosa como hiena
[...]
En Palos de ciego, por otra parte, el deseo enajenante de los amantes intenta hacer visible una exagerada sociedad al borde del colapso donde prima una extremada violencia y perversión social.
Se pueden rastrear otros trascendentes recursos discursivos en la poesía de Silva Acevedo; así, distinguimos cómo la alteración a ciertas normas de comportamiento convencional (un orador que "[...] estalló en vómitos, risas y sollozos [...]") se infiltra de un especial humor negro, inmutable en su obra y en su perspectiva sobre el amor, que aunque resuelto con gran perfección, siempre se convierte en una advertencia de declive y muerte, renovándolos a través de la desmitificación de los amantes, privándolos de sus naturaleza tradicional de hermosura y extremando el amor a un espejismo doloroso asociado a la muerte y al naufragio:
[...]
¿No ve que voy al ojo de la muerte?
¿No se da cuenta que surjo y sumerjo
en el vaso de mi atolladero?
[...]
(De Palos de ciego)
En síntesis, el amor es la imposibilidad en sí misma, es un éxtasis erótico que deviene en la entelequia, la locura, el sueño, los excesos, lo grotesco. Y la vida adquiere estos mismos matices de mantenerse al borde del precipicio emocional:
[...]
No hará falta que pase mucho tiempo
para que se cumpla esta profecía:
o todos de pie frente a la Puerta
o todos de cabeza al Abismo.
Ahora supongamos que no hay Puerta.
De pie ante qué entonces.
Peor aún, lanzados a qué abismo.
(De "Mejor no pensarlo")
(*) Artículo publicado el 25 de enero de 2005 en el Centro Virtual Cervantes http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/enero_05/25012005_01.htm y actualizado para la revista Ómnibus en enero de 2010.