TERESA WILMS MONTT. DIARIO DE UN DOLOR INEFABLE (*)

Por Tania Pleitez Vela (**)
Universidad de Barcelona, España

El invierno chileno extiende su manto sobre la ciudad; es el mes de junio de 1916. Por una puerta, salen dos figuras apresuradas a la calle y desaparecen en pocos segundos. Una de esas figuras es una mujer de casi veintitrés años que huye del Convento de Preciosa Sangre de Santiago de Chile, donde ha permanecido encerrada desde hace ocho meses por orden de un tribunal familiar (formado por su familia política, incluido su marido, y con el beneplácito de sus progenitores); se la condena por adulterio y sobre ella pesan los prejuicios: “insurrecta”, “pecaminosa”, pero, sobre todo, “loca”. La otra figura es un joven poeta de la misma edad que, conmovido por la injusticia que se ha cometido con ella, la ayuda a escapar.

Foto Teresa Wilms

La escena anteriormente descrita bien podría ser el principio de una ficción literaria, pero no lo es. La joven es Teresa Wilms Montt y el poeta es ni más ni menos que Vicente Huidobro. Sin embargo, este episodio es sólo uno de los tantos que atenazaron a la vida desgarrada de esta chilena. Durante ese involuntario enclaustramiento, Teresa Wilms empezó a escribir su diario, en el que, entre otras cosas, explica las razones de su primer intento de suicidio, el 26 de marzo de 1916. Y desde entonces, en esas páginas íntimas, tatuará todas sus extrañas y poéticas reflexiones; ese documento se convertirá en la prueba táctil de un auténtico deseo de adjudicar palabras a un dolor tan profundo que, inevitablemente, se hace inefable, razón por la cual su autora claudica y se quita la vida en 1921, con tan sólo veintiocho años de edad.

En las primeras líneas del diario, Wilms Montt escribe:

Este es mi diario.

En sus páginas se esponja la ancha flor de la muerte diluyéndose en savia ultraterrena y abre el loto del amor, con la magia de una extraña pupila clara frente a los horizontes.

Es mi diario. Soy yo desconcertantemente desnuda, rebelde contra todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante el infinito…

Soy yo… (p. 17)

¿Y de dónde viene esa voz que se afirma de forma tan rebelde?

Teresa de las Mercedes Wilms Montt nace en Viña del Mar, el 8 de septiembre de 1893, en el seno de una familia acomodada y aristocrática. A los diecisiete años, en contra de la voluntad de sus padres, se casa con Gustavo Balmaceda Valdés, un joven aficionado a la ópera, igual que ella; desde ese día, nunca más es recibida en la casa paterna. Entre 1911 y 1913 nacen sus dos hijas, Elisa y Silvia Luz. La familia para entonces vive en Iquique.

La poeta, poco a poco, comienza a frecuentar tertulias y ateneos y muestra abiertamente su admiración por los ideales del anarquismo y la masonería, a los que pronto se adscribe.
 Pronto comienzan los problemas maritales: Balmaceda, celoso y desconcertado por la personalidad excéntrica de su esposa, se refugia en el alcohol. Wilms Montt, por su parte, comienza una relación apasionada con el primo de su marido, Vicente Balmaceda Zañartu, El Vicho (a quien ella bautiza como Jean en su diario). La pareja conyugal vuelve a Santiago pero, tras intensas peleas y el descubrimiento de cartas clandestinas escritas por su amante a la chilena, Gustavo Balmaceda convoca a un tribunal familiar formado por los hombres de su familia, el mismo tribunal que decreta su enclaustramiento en el Convento de la Preciosa Sangre. Desde entonces se le niega estar cerca de sus hijas y su corazón sangrará hasta su muerte por esta injusta condena. Más tarde, escribirá en su diario:

Miro mi faz sobre la charca podrida y ella me devuelve el reflejo tan puro como el más nítido espejo. […] No puedo ser mala, no; la bondad me sale al encuentro. Paréceme que el mismo mal se hubiese vestido de gala para desgarrarme el corazón. (p. 18)

Anuari

Una vez huye del convento, Wilms Montt se establece en Buenos Aires, donde colabora en la prestigiosa revista Nosotros. En 1917 publica su primer libro, Inquietudes sentimentales: cincuenta poemas de texturas surrealistas que tuvieron muy buena acogida en los círculos intelectuales bonaerenses. Lo mismo ocurre con Los tres cantos (1917), obra en la que explora el erotismo y la espiritualidad.

En 1918, después de viajar por Barcelona y Nueva York, vuelve a Buenos Aires y publica Cuentos para hombres que todavía son niños, mientras que en España aparece En la inquietud del mármol. Este último es una elegía de tonos líricos cuyo tema central es la muerte. Asimismo, ese año sale a la luz Anuarí, dedicada al poeta argentino Horacio Ramos Mejía: Wilms Montt había mantenido un romance con él, pero este se había suicidado en agosto de 1917 porque la poeta no le correspondía con la intensidad amorosa que él deseaba. La muerte de Ramos Mejía, que tenía tan sólo veinte años, también la afectará durante el resto de sus días.

En 1918, Wilms Montt regresa a Europa, aunque siempre perseguida por su inagotable angustia; mientras el buque va arando los caminos del océano, la poeta reflexiona:

De tanta angustia que me roe, guardo un silencio que se unifica a la entraña del océano.

En la noche, cuando los hombres duermen, mis ojos haciendo tríptico con el farol del palo mayor, velan con el fervor de un lampadario ante la inmensidad del universo.

El austro sopla trayendo a los muertos cuyas sombras húmedas de sal acarician mi cabellera desordenada. (p. 19)

Durante los tres años siguientes, viaja a Londres, Liverpool y Paris, aunque mantiene su residencia en Madrid. Las noches de insomnio se convierten en un acto cotidiano y sus observaciones se hacen más agudas, especialmente durante esas horas de silencio nocturno en las cuales observa hasta el más mínimo detalle que la rodea:

Londres, Septiembre 191…

A un costado de mi cama, en la pared, hay tres manchas de tinta.

La primera repartida en puntitos parece una estrella doble, la segunda se abre más abajo; en minúscula mano de ébano, la última perfectamente recortada tomó la forma de un as de piqué.

Resbalo sobre ellas mis dedos, con sensibilidad de nervio visual, y siento que esas tres manchas están de relieve dentro de mi cerebro como obstáculo para el fácil rodar de las ideas.

Hay tres, digo, tratando de sí atraerse; tres, digo mirando el techo: el amor, el dolor y la muerte.

Sin saber por qué paréceme que he pronunciado algo grave, algo que recogió en su bolsa sin fondo la fatalidad.

Aunque borre las manchas de la pared, esos tres puntos negros quedarán estampados dentro de mi cerebro.

En la efervescencia de la sangre que bulle, cuando la sorba la Absurda, harán remolino vertiginosamente las tres, en la copa pulida del cráneo.

Un temblor nervioso tira hacia abajo la comisura de mis labios.

Cada vez más espesa la pintura de la noche embadurna los cuadros de la ventana. (p. 19-20).

En algunas ocasiones, esas observaciones llegan a ser obsesivas, pero acentuadas por una mirada vanguardista, escudriñadora de los matices de su ser:

Liverpool, Hotel Adelphi, Octubre 16, 1919, 3 y media madrugada.

No he podido dormir. A la una de la madrugada cuando iba a entregarme al sueño, me dí cuenta que estaba rodeada de espejos.

Encendí la lámpara y los conté. Son nueve.

Recogida, haciéndome pequeña contra el lado de la pared, traté de desaparecer en la enorme cama.

Llueve afuera y por la chimenea caen gruesas gotas, negras de tizne. ¿Es que se deshace la noche?

No tengo miedo, hace mucho tiempo que no experimento esa sensación.

Me impone el viento que hace piruetas silbando, colgado de las ventanas.

No podría explicarlo, pero aquí, en este momento, hay alguien que no veo y que respira en mi propio pecho.

Bajo, muy bajo, me digo aquello que hiela pero que no debo estampar en estas páginas.

La sombra tiene un oído con un tubo largo, que lleva mensajes a través de la eternidad y ese oído me ausculta ahí, tras el noveno espejo. (p. 22)

Foto Teresa Wilms

Durante sus años en la capital de España, Wilms Montt es una asidua a las noches bohemias madrileñas y frecuenta los cafés donde se celebran tertulias literarias, como el Pompo o el Gijón; establece contacto con Ramón Gómez de la Serna y una estrecha amistad con Ramón de Valle-Inclán. Sin embargo, el errar por la vida y el amor, lejos de sus hijas, marcada por el rechazo de su familia, se convierten en un fantasma recurrente:

Escarbar en mi cerebro con la tenacidad de un loco buscando fondo al insondable abismo en el cual estoy dando vueltas desorientada.

Oh más allá, ¿existe? Teosofía, filosofía, ciencia, ¿qué hay de verdad en tus teorías? Morir después de haber sentido todo y no ser nada. Me dan ganas de reír y río con la frialdad de los polos. ¡Ah vida, no ser, no ser…! (p. 21)

El vacío es latente, completo: “Vacía esta mi mente y ¡he pensado tanto! Hueco mi corazón y ¡he querido tanto! Errante y siempre errante mi espíritu que ha vagado tanto. ¡Soy el genio de la nada!”. (p. 24). Más adelante, Wilms Montt se pregunta: “¿Me muero estando ya muerta, o será mi vida muerte eterna...?”. (p. 25) La sensación de estar muerta la persigue a menudo, así de sangrante es su dolor:

Gota tras gota de un bloque de nieve que se deshace al calor de un fuego lento, dejo en las páginas que escribo a diario, sangre de mi vida. iMe muero! ¿Estoy muerta ya?

Extraño mal que me roe, sin herir el cuerpo va cavando subterráneos en el interior con garra imperceptible y suave. ¡Me muero!

¿De qué?

Nace ya cuatro meses que ajena al mundo me he encerrado en el aro del misterio y éste se estrecha por momentos a mi cuello cubriéndome de luz la cabeza y de noche el corazón. (p. 27)

El único refugio de la poeta es la noche atemporal y su pluma:

Marzo 1920.

Dentro del tubo sonoro de un órgano quisiera encerrarme y cantar en su sonido el "de profundis".

La colcha azul, cobertor de mi cama de hospedaje, es campo de luna cuando la noche de los tristes tiende sobre mi cuerpo su mortaja.

El arisco gato negro, habitante expatriado de Saturno, deja su maullido sonoro tras mi puerta cerrada.

Largos puntos de exclamación pinta[n] la sombra sobre los barrotes de las sillas y en sus asientos aguarda Aquél, Aquél y su sombra que nunca nos encontrará.

¿Por qué me espera; cuál es mi falta; cuál es la maldad de los que hemos nacido quintaesenciados?

Allí me aguarda el que no me encontrará. Los puntos de exclamación se han encorvado sobre su espalda, interrogan...

El reloj extiende sus brazos negros de polo a polo.

Las doce, las seis, y entre ellos sonríe el tiempo mostrando sus dientes gastados con la sonrisa esférica de los astros muertos

El reloj es para nuestros espíritus resignados como la noria a la mula domesticada. Es nuestro punto de partida y de llegada.

Por eso los artistas adoramos la noche, porque en ella olvidamos los brazos negros que nos señalan la ruta del mundo y nos dicen: "vives". (pp. 26-27)

En 1920 se reencuentra brevemente con sus hijas en París; pero la dicha dura poco y, tras la partida de ellas, Wilms Montt enferma gravemente. De esta crisis física y espiritual no logra recuperarse y decide poner fin a su vida consumiendo una fuerte dosis de Veronal. Muere el 24 de diciembre de 1921. En la última página de su diario, escribe:

Me siento mal físicamente. Nunca he tributado a mi cuerpo el honor de tomar su vida en serio, por consiguiente no he de lamentar el que ella me abandone. Vida, sonriendo de tu tristeza me duermo y de tus celos de madre adoptiva. En tus ojos profundos ha rebrillado inconfundible la iniciación de mi ser astral.

Sólo una vez más se filtrará mi espíritu por tus alambiques de arcilla.

Vida, fuiste regia, en el rudo hueco de tu seno me abrigaste como a1 mar y, como a él tempestades me diste y belleza.

Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había.

Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido

París 1921 (p. 28)

Ciertamente, Teresa Wilms Montt amó un ideal, uno muy personal: imperfecto, nebuloso, incompleto y, quizá por eso, más sabio:

Amo lo que nunca fue creado, aquello que dejó Dios tras los telones del mundo.

Amo aquel hombre incompleto, de un sólo ojo en la frente, cuyos reflejos son turbios reflejos de luna sobre aguas estancadas.

A ese hombre le quedó más fuerza en el cerebro.

Hay en él más arcilla en bruto, también un poco de perversidad del Divino.

Amo a aquel hombre que nunca fue y que me aguarda apoyado tras el bastidor Sabat. (p. 23)

Lo que no se ha dicho

… En 1922 apareció, en Santiago de Chile, Lo que no se ha dicho…, que incluye “Páginas de mi diario”, “Con las manos juntas”, “Los tres cantos”, “Del diario de Sylvia” y “Anuarí”. Era la primera vez que se publicaba algo suyo en su país.



(*) * Todas las citas del diario de Teresa Wilms Montt proceden de la siguiente referencia bibliográfica: Teresa Wilms Montt, Lo que no se ha dicho..., Santiago de Chile, Nascimento, 1922.

(**) Tania Pleitez Vela, El Salvador. Universidad de Barcelona, Unidad de Estudios Biográficos, Departamento de Filología Hispanica. Doctora por la Universidad de Barcelona, Máster en Diplomacia y Política Exterior por la Universidad de Costa Rica, Licenciatura en Relaciones Internacionales por la Universidad Latina de Costa Rica. Es profesora en University of California/ University of Illinois Education Abroad Program, Universidad de Barcelona y colaboradora en la Unidad de Estudios Biográficos de la misma Universidad. Ha impartido diferentes conferencias y seminarios y publicado artículos relacionados con la crítica literaria hispanoamericana.

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20 de enero de 2010

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